Buenas y malas vibras
Nos despertamos a las 07.00 am, sabiendo que en pocas horas volvíamos a calzarnos las mochilas.
Desayunamos con los Valverde por última vez. Tiaguito subió a vestirse para ir al cole y, cuando bajó, traía una pelota de fútbol con los colores de España firmada por él: "Para mis primos Juan Alpargatas y Bernardo el de River".
Mariana, la mamá, nos acercó algunos kilómetros para dejarnos en una rotonda donde empezaríamos a hacer dedo buscando llegar ese mismo día a Porto.
Últimos abrazos de despedida y de vuelta a la aventura.
El primero en llevarnos fue Jano. Trabajaba de Payaso en Santiago de Compostela y estaba yendo a su Nigra natal a visitar padres y amigos.
"He viajado a dedo y cada vez que veo a alguien siento la obligación de parar", fue lo primero que dijo después de presentarse. Suele ocurrir que generalmente el que se "arriesga" a levantar a un desconocido en la ruta es porque ya ha tenido esta experiencia desde cualquiera de los dos lados y sabe que no existen esos riesgos que muchos imaginan.
Fuimos todo el camino hablando y tocando temas variados como por ejemplo “la educación” "el rol de la mujer en los países islámicos" o "la guerra en Siria".
Jano era de esas personas que sólo opina con conocimiento de causa y ,cuando lo tiene, sabe fundamentar muy bien cada una de sus palabras.
La idea era que nos deje en la pintoresca Vigo, pero tuvimos tan buena conexión que nos invitó a tomar una cerveza a su pueblo.
Luego de replanificarnos el viaje junto a su padre, nos llevó a una rotonda de la vecina Baiona, nos dio un abrazo fuerte, como si fuéramos amigos de muchos años, y nos dejó esperando al próximo que se solidarice con la causa.
Tiempo después, un chico de veintidós años estacionó su coche a nuestro lado. Nos contó que, luego de haberse recibido en una carrera informática descubrió que su verdadera vocación era ser marinero de vela.
Salía de su trabajo y tenía poco tiempo para ir a almorzar a su casa y regresar. Igualmente nos dejó unos diez kilómetros más adelante, ya en tierras portuguesas, no sin antes subir a un mirador para que tengamos una vista panorámica del río que hace de frontera entre ambos países ibéricos.
En poco tiempo, un camionero portugués que volvía de su trabajo, nos levantó en su auto. Él también se paso de su destino para dejarnos más adelante y que estemos mejor posicionado.
Mientras estábamos en la rotonda, todos los que pasaban nos saludaban, gritaban y alentaban, parecían contentos que estemos ahí a la buena fortuna del destino.
Un auto que iba en dirección opuesta estacionó y, desde la banquina del carril contrario, nos dijo que tenía que hacer un par de trámites en la ciudad, pero que volvería por nosotros para llevarnos a Porto.
No tardó mucho en cumplir su promesa. Su nombre era Sergio, había vivido varios años en diferentes países de Europa hasta que decidió volver a su Porto de origen para estar más cerca de los suyos.
En el camino paró en un bar y nos invitó a tomar un café en un lugar donde compraría unos dulces para su mujer. Al despedirnos de él en Porto nos dio una de esas cajas de dulces de regalo.
Mediante Couchsurfing nos habíamos contactado con dos brasileñas que estaban de intercambio en la ciudad de Porto y que nos darían alojamiento por el tiempo que nos quedáramos.
Al llegar estuvimos un rato largo contándoles sobre nuestro viaje y ellas a nosotros sobre su estadía en Portugal. Eran muy atentas, les interesaba nuestra hitoria y sonreían todo el tiempo.
Luego de un tiempo salimos a encontrarnos con Melanie, una chica que habíamos conocido en Roma. Nos llevó a un barcito a comer Francecinhas, una comida típica de Portugal.
Volvimos al departamento, entramos sin hacer ruido para no despertar a nadie, nos metimos en nuestras bolsas de dormir que estaban sobre un par de frazadas en el suelo y a descansar. Había sido un día muy largo: habíamos recorrido varios kilómetros y nos habíamos encontrado con mucha gente nueva y muy buena onda.
Al otro día, sin saber por qué, todo cambió.
Nunca supimos por qué una de las chicas nos hablaba con cara larga y solamente le interesaba saber cuándo nos íbamos a ir.
Esa tarde recorrimos la ciudad, que nos pareció muy linda aunque no haya parado de llover desde que asomamos las narices.
Los edificios portugueses son muy particulares en cuanto a su decoración: azulejos con colores y de formas diferentes a la vista en las fachadas. También son muy característicos los empedrados de diferentes diseños en tonos de blanco y negro en las veredas.
Uno de los puntos más visitados es un gran puente que la separa de su ciudad vecina, desde la cual se tiene una vista de todo Porto.
Volvimos al depto y la cosa no había cambiado, sentíamos que a una de las chicas le molestaba nuestra presencia.
Nos generó amargura la indiferencia que recibimos por parte de ella, no está bueno sentir el rechazo. Pensamos que lo mejor para ella y para nosotros sería que nos fuéramos de ese lugar.
Así como si nada, nos decidimos a irnos de Porto de la noche para la mañana, antes de lo que teníamos planeado.
No nos fuimos para nada enojados con ninguna de las dos chicas, ellas nos abrieron las puertas de su casa y ese simple gesto para nosotros es de gran valor. Sin embargo, nos dio pena no haber podido formar nuevos lazos de amistad, como nos venía pasando con casi todos los que fuimos conociendo en estos meses de viaje.
Nunca hay mal que por bien no venga.
La noche anterior a dejar Porto, en nuestra solitaria sobremesa, decidimos ir a una ciudad llamada Coimbra, ya que nos hubiese costado mucho conseguir alojamiento y transporte barato hasta Lisboa y nuestro siguiente destino parecía más accesible.
Rápidamente conseguimos un anfitrión, su nombre era Alexander, un griego de 21 años que estaba de intercambio en Coimbra, haciendo parte de su carrera de arquitectura.
Alex vivía en una residencia junto a otros estudiantes de diferentes partes: una portuguesa oriunda de una isla a 1.400km del continente, un brasilero y un indú.
Gracias al trato recibido nos sentíamos parte de la residencia, como si fuésemos un estudiante más. Además, dio la casualidad que caímos justo dentro de la semana en la que el pueblo tenía su evento más importante: se festejaban las fiestas de la Queima en honor a quienes se graduaban de la Universidad.
El evento tenía su espacio en un predio muy grande con dos escenarios en los que tocaban bandas en vivo y tres carpas en las que se pasaban diferentes estilos de música. Estaba lleno de gente por todos lados, era como una versión evolucionada de la Fiesta del Ternero de Ayacucho. Nos la pasamos genial.
Durante el dia a ciudad también tenía lo suyo: Un jardín botánico enorme, un gran río atravesado por un puente larguísimo y la novena universidad más antigua del mundo, creada hace 725 años... historia pura en una misma institución.
Con alex también compatibilizamos muy bien y compartimos mucho tiempo juntos. Él estaba planeando un viaje aventurero por España, por lo que nos tomó de consejeros sobre qué tipo de mochila comprarse,cómo usarla, etc, etc.
Charlando con Juan nos dimos cuenta que venimos teniendo mucha suerte con todas las ciudades y pueblos que se nos sumaron improvisada y repentinamente a nuestra ruta de viaje<(por ejemplo Urbino, Acqui Terme, Chambery, Torrelavega o Coimbra). Todas nos parecieron ciudades interesantes, que valía la pena visitar, que te acercan más a la cultura del país y que nos permitieron conocer gente fenomenal gracias a la cual la hemos pasado de lujo.
La fiebre roja
Nos levantamos como pudimos, la noche había sido larga, pero teníamos nuestro blablacar a las 13.00 y no era factible perderlo. Alex hizo el esfuerzo y también se levantó para hacernos compañía durante nuestros últimos momentos en Coimbra. Nos despedimos dejando la promesa que volveríamos a visitarlo en Grecia más adelante.
Al llegar al punto de encuentro Juan me pregunta dónde iríamos a dormir esa noche en Lisboa, a lo que con mucha convicción respondí "ni idea".
Hasta ahora, el único lugar en el que habíamos pagado un hostel había sido en Roma, durante nuestra primera semana de viaje, lo demás había sido el Centro de Refugiados de Florencia, el Convento de Monjas en Asis y los Albergue Públicos de Peregrinos en el Camino a Santiago. La verdad es que no nos molestaba volver a vivir el ambiente de un hostel, donde normalmente se conocen muchas personas interesantes y de diferentes países.
No tuvimos la suerte. Nuestra conductora llegó a buscarnos, nos preguntó de dónde éramos y, al responder "Argentina", se nos quedó mirando con los ojos abiertos de par en par... desde chica su sueño siempre había sido visitar nuestro país.
Algo que nos pasa desde que estamos lejos de nuestros pagos es que valoramos aún más lo nuestro. Aunque tengamos una economía eternamente fluctuante y políticos por los que nunca vale la pena poner las manos en el fuego, es innegable que tenemos la suerte de vivir un país hermoso, con todos los climas y paisajes al alcance de nuestras manos, con una cultura que merece la pena conocer, alejado de muchas problemáticas mundiales y dentro de un continente enorme y exótico.
También nos fue creciendo nuestro sentimiento de Latinoamericanos; el hecho de poder verte como un igual cada vez que nos encontramos con cualquiera que haya nacido entre México y Argentina.
Perdon, me fui un poco y ni siquiera presente a nuestra conductora. Su nombre era Bianca, estaba tan feliz de haberse encontrado con dos argentinos que nos invitó a quedarnos en el departamento de Lisboa en el que vivía con su novio Miguel. Obviamente aceptamos, dejando escapar nuestras ganas de pagar para dormir.
La capital portuguesa estaba paralizada, ese fin de semana se jugaba la última fecha del campeonato nacional y los dos equipos de la ciudad, Sporting y Benfica, tenían chances de gritar campeón.
El partido lo vimos con Miguel y los amigos. Benfica ganó holgadamente su partido y se coronó campeón por tercera vez consecutiva. Tuvimos la suerte de poder vivir lo festejos, el color rojo se veía por todas partes, las calles estaban llenas.
Lisboa es una muy linda ciudad, hay mucho para hacer y para ver allí. Es la única capital europea con salida al mar, tiene muchos espacios verdes, historia, bares, etc. Según García Márquez es la "aldea más grande del mundo", por su forma de vida tranquila y el buen trato de la gente.
Bianca y Miguel, además de abrirnos las puertas de su casa, nos llevaron a pasear y nos mantuvieron siempre ocupados. Incluso, nos llevaron a un egreso de medicina, la tradición es algo rara; los egresados visten trajes con sobretodo y capas al estilo Harry Potter y llevan galeras y bastones dorados. Sus seres queridos que quieran, pueden tomar el bastón y con el pegarle con fuerza tres veces al egresado en la galera. Preguntamos a varios, pero nadie sabía el motivo de esta antiquisima tradicion.
En nuestro ultimo dia en lo de Bianca z Miguel aprovechamos para ir a visitar Sintra, un pueblo vecino que cuenta con varios castillos y palacios. Uno de ellos, el Palacio da Pena, es considerado uno de los mejores mantenidos en el mundo, por contar aún con sus colores originales. Además cuenta con parques inmensos, con lagos y mucho verde.
Me da algo de pudor admitir que pude entrar al Palacio da Pena luego de burlar la seguridad de los guardias en la entrada, pero no podía dejar de recomendarles que visiten este lugar en caso que tengan la posibilidad de visitar estas latitudes y cuenten con alguna moneda en el bolsillo. (los consejos de cómo colarse vab por privado).
Se nos estaba haciendo de noche cuando Emily, una chica que había conocido en Brasil algunos veranos atrás y que había visto solamente una vez en mi vida, nos invitó a comer una pizzas con su novio y amigos.
La velada estuvo muy buena, todos los chico muy buena onda, amantes del futbol y estudiantes de publicidad, área en la que Argentina es referente a nivel mundial y ellos nos lo hacían saber… se conocían todas las de Quilmes..
En la mañana siguiente miguel nos acercó a un pueblo desde el cual podriamos hacer dedo. Estuvimos cerca de cuatro horas al lado de la ruta sin que nadie se detenga a nuestro lado siquiera a preguntarnos dónde íbamos.
Nuestra intención era llegar a cualquier punto del Algarve, la región más al sur de Portugal y la que cuenta con las mejores playas.
Lo único que pudimos hacer para escaparle a la mala suerte de nuestro dedo frustrado fue ir a la terminal y comprar pasajes para la siguiente ciudad de la región a la cual salga algun micro.
Caímos en Vila Real Santo Antonio, un pueblito que estaba entre la frontera con España y las playas de Monte Gordo.
Pasamos tres días de verano en primavera. Nos despedimos de Portugal jugando picaditos en la playa con portugueses que sostenían que Cristiano es mejor que Messi. Hicimos lo que pudimos pero lamentamos informarles que no dejamos muy bien parado al 10 de nuestra selección con nuestros rendimientos en canchas de arena.
Y perdió su silla
Nuevamente la suerte nos fue esquiva a la hora de hacer dedo. A diferencia de lo que nos había pasado en Portugal, esta vez varios autos se detuvieron a nuestro lado, pero todos se dirigen al lugar opuesto al nuestro... fin de semana soleado, todos iban a la playa.
A última hora logramos abrochar un blablacar que nos llevaría a Sevilla.
Llegamos a la gran ciudad andaluza un sábado a las 18hs con 30º de calor... y nos decían que teníamos suerte de que esté tan fresquito...
Como de costumbre, le robamos un poco de wifi a Mc Donalds para planear nuestro recorrido de búsqueda de hosteles e intentar los últimos manotazos de ahogado en CouchSurfing.
Sevilla estaba repleta: gente por todas partes y los hosteles sin capacidad disponible para nosotros, al punto de no preocuparnos pot nuestro escueto presupuesto y los abultados precios para pasar una noche, nos preocupaba encontrar un lugar para dormir.
Luego de tres horas yirando por donde el instinto nos llevará, lo mejor que habíamos podido encontrar había sido un hotelcito en el que tenían una habitación con una cama de una plaza en la que no podíamos dormir los dos al estilo "pies - cabezas".
No nos quedó otra que volver a llorarles.
Juan subió a rogar piedad mientras mientras yo veía que podía hacer con la red de wifi que me prestaron en el hotel de al lado.
Nos reencontramos en la calle, Juan estaba feliz por haber conseguido la piedad buscada, peor yo le tenía una noticia aún mejor: con mis pocos minutos en red logre dar con un sevillano que nos brindaría hospedaje en su casa durante las noches que allí estuviéramos.
Su nombre era Pedro: un chico de 20 años, estudiante de kiroterapia que hacía excelentes masajes... nos sacó varios de los nudos que nos habían provocado las mochilas durante estos meses.
Nuestro anfitrión era una persona intensa y muy activa, pero profundo a la hora de tener esas típicas charlas de filosofía sobre la vida pasadas las doce de la noche.
Me vi bastante reflejado en él cuando tenía su misma edad... gracias a couchsurfing él había podido conocer gente de muchas partes del mundo, pero nunca había salido del país. Casi que contaba los días que le restaban para poder hacer ese viaje que lo conecte con experiencias inolvidables.
Sevilla la recorrimos casi siempre a pata y un poco arriba de las bicis públicas que Pedro nos alquilaba.
En recompensa por su hospitalidad, lo ayudamos a vender pulseras de la final de la Copa del Rey durante el día del partido que disputaban el Barcelona y el Sevilla... por lo que pudimos ver el fervor de la hinchada sevillana en los bares de la zona cercana al estadio Sánchez Pijuán.
Pero nuestra la última tarde fue por lejos la mejor.
Nos levantamos y fuimos al centro, metiéndonos por las callecitas que sólo los locales como Pedro conocen, esas que mantienen un poco de la cultura árabe que reinó durante varios años en esas tierras antes de que sean conquistadas por la corona española.
Vimos un concierto de Música Clásica en una plaza junto a un escocés y un matrimonio inglés de setenta y pocos años que se sentaron a nuestro lado y nos invitan a cervezas y papa fritas sólo porque les caímos bien.
Antes de que llegue el atardecer, fuimos al río a encontrarnos con un grupo de italianos que habíamos conocido tomando algo alguna noche en la Alameda de Hércules (un gran bulevar donde la gente se junta por las noches). La mayoría eran napolitanos y estaban enamorados de Maradona y del pipita Higuaín.
Terminamos siendo muchísimos y de muchos países diferentes. La noche fue llegando entre guitarras y picaditos de fútbol junto a todo este grupo de no sé cuántos y de no sé dónde.
Terminamos volviendo todos juntos a la Alameda, para brindar por última vez nuestras últimas cervezas en la ciudad.
Nos fuimos muy conforme con nuestra estadía en Sevilla. Una ciudad de clima cálido con mucho ambiente estudiantil, mucha vida en las calles y turistas de todas partes del mundo. Con esa sensación de que nos hubiéramos quedado muchos más tiempo del que estuvimos.
Mezquitas Africanas
En Argentina, cuando soñábamos con hacer nuestro viaje y planeábamos nuestras hipotéticas rutas, nunca hablamos de pisar el continente africano. Quizás por la cercanía no pudimos evitar la intriga que nos generaba sumergirnos en uno de sus mágicos países de cultura islámica, Marruecos.
"Es raro pensar que ya se van" nos decía Pedro antes que nos subieramos a nuestro blablacar. Habíamos pegado buena onda en poco tiempo, ya nos habíamos acostumbrado los unos a los otros.
Mientras viajabamos con rumbo Tarifa, la conductora nos preguntó en qué hostel íbamos a quedarnos, a lo que le respondimos que nos deje cerca del más barato que conociera... obviamente ni habíamos buscado nada.
Su nombre era Inma y estaba yendo a pasar el fin de semana a la playa junto a seis amigas con las que alquilaba allí un departamento durante todo el año. Resultó ser que un contratiempo en el auto de una de sus amigas permitió que nos ofrezca una cama, ya que las demás no llegarian hasta el dia siguiente. .
La oferta la fue haciendo poco a poco, analizando minuciosamente nuestras palabras y nuestras reacciones, como tanteando la situación. Nunca había hospedado a dos desconocidos y esto le generaba algo de desconfianza o pudor.... pero una vez que entro en confianza resultó ser una mina muy divertida... de esas personas que te hacen pasar el rato más a gusto solo con su compañía.
Fuimos a la playa, tomamos unas cervecitas en un bar y cenamos con Inma mientras las amigas le escribían para decirle que estaba loca por habernos hospedado o para preguntarle si aún seguía viva.
Al día siguiente amanecimos con la expectativa al punto máximo y la sonrisa de oreja a oreja. En ferry fuimos cruzando de Tarifa a Tánger, por las aguas que separan España de Marruecos, Europa de África y el Atlántico del Mediterráneo.
Ya en tierra el contraste se veía al dar el primer paso. Con solo poner un pie en la calle y tener que estar atento a que los autos no te pasen por arriba.
Tánger es, dentro de todo, una ciudad bastante europeizada por la constante influencia que recibe desde el viejo continente a diario.
Lo primero que nos sorprendió fue la cantidad de gente que veíamos en la calle. Ojo, no me refiero a gente en situación de calle, me refiero al movimiento permanente durante cualquier hora y cualquier día de la semana y a la cantidad de gente en los bares durante horas y horas totalmente al pedo.
En ésta ciudad recorrimos por primera vez las Medinas: calles peatonales enredadas típicas de Marruecos, que te llevan a cualquier parte y en las que es muy fácil perderse.
Cómo la mayoría de los países árabes, su población practica la religión musulmana y los fieles respetan las tradiciones a rajatabla desde sus comienzos. Cinco veces al día se escuchan los llamados a la oración provenientes de las mezquitas y todos los musulmanes dejan de lado sus quehaceres para rendir el culto en la oración.
Desde hace tiempo sabía que casi en simultáneo con nosotros, un amigo de Tandil llamado Iñaki Rossi y su primo Manuel Rosso habían salido por ahí a recorrer el mundo. Sabía también que habían pasado por Alaska pero que hacía varios meses que andaban por Europa.
Lamentablemente siempre andábamos a contramano y no pudimos arreglar ningún encuentro en el viejo continente, pero ¿Quién iba a decir que se nos iría a dar en África?
Compartimos un día en Tanger con estos aventureros que en Bélgica comenzaron a darle vueltas al pedal de sus bicicletas con la intención de llegar pedaleando hasta Sudáfrica.
Además de haber sido muy loco, estuvo muy bueno compartir las experiencias de vida que nuestras aventuras nos estaban regalando con otros pibes que, al igual que nosotros, se atrevieron a dejar todo de lado para salir por ahí a ver qué pasaba con la simple intención de vivir la vida.
No es que le quiera hacer el caldo gordo a la competencia, pero recomiendo que busquen su blog "Dibujando a Pedal", para que vean que somos varios los locos que creemos que la vida de cada uno no tiene por qué ser monótona porque otros así lo crean y que está bueno arriesgarse por lo que uno realmente siente.
La Perla Azul
El micro se deslizaba hacia el sur. A través del paisaje cambiante de Marruecos fuimos atravesando montañas cada vez menos verdes, mientras mirábamos por la ventanilla intentando caer en la cuenta que nos encontrábamos en el continente africano.
Nuestro destino era Chefchaouen. De pronto nos detuvimos, el conductor se acercó a nosotros y nos empezó a hablar en árabe, haciendo señas de que teníamos que bajarnos.
No entendíamos muy bien qué pasaba, pero era tan eufórico en sus gestos que tomamos nuestras mochilas y bajamos. Afuera un par de taxis estaban esperándonos, dijimos que no íbamos a pagar y nos respondieron que era gratis.
El horno no estaba para bollos, varios grupos discutían a los gritos y movían los brazos de forma agresiva. Nosotros calladitos la boca fuimos al baúl de uno de los autos a dejar nuestros bultos.
Fue ahí cuando un joven marroquí me preguntó en un perfecto español si era de Argentina. Nos sorprendió su pregunta, ni siquiera estábamos hablando como para que nos saque por nuestro acento.
Luego de confirmarle su teoría le pregunté cómo se había dado cuenta: "Por tu pantaloncito de River" dijo "soy hincha de River desde que jugaban Aimar, Saviola y Ortega".
Su nombre era Mohamed. Estoy convencido que era uno de esos ángeles que a todos se nos aparecen en los viajes en momentos críticos para tenderte la mano con simples gestos y sin pedirte nada a cambio.
Bajamos del taxi, mohamed se puso la remera de River que llevaba en su mochila y nos acompañó a recorrer los hostels del pueblo.
"Regateen todo lo que puedan, están en su derecho de hacerlo" nos decía cada vez que entrábamos a algún lugar, durante la negociación y al salir a buscar lugares más económicos.
Chefchaouen es famosa por tener su medina enteramente pintada de azul. El hostel que nos encontró Moha estaba en plena medina y tenía muy buen ambiente: gente de muchas partes del mundo, de varias edades y de mucha buena onda.
Nuestro regateo se llevó al punto de aceptar dormir en la terraza a cambio de pagar 4 euros la noche. Fue algo que al principio nos asustó por las bajas temperaturas que hacía al caer el dia, pero fue una experiencia increíble el despertarse con la luz del sol o con el llamado a la oración de una mezquita.
Quizás la actividad que más nos quedó de nuestro paso por el pueblo azul fue ir a ver el atardecer a la cima de una sierra junto a varios de los chicos del hostel. El sol caía por detrás de Chefchaouen, haciendo que el color del cielo y de la medina, junto con las montañas aún verdes conformen un paisaje que invitaban a cerrar las boca y contemplar.
Teníamos pocas horas antes de partir, por lo que aprovechamos el WiFi del hotel para comprar nuestros vuelos de vuelta a Europa. Gracias a los Low Cost nos era más rentable ir por aire que por tierra.
Juan Alberto sacó su vuelo a Barcelona, donde gastaría sus últimos cinco días dentro del Espacio Schengen junto a sus amigos de Córdoba que estaban recorriendo el viejo continente.
El vuelo que compré yo se dirigiría a Sevilla. Tenía el plan de terminar de darle la vuelta a la península ibérica para así poder visitar algunos viejos amigos que no había encontrado hasta el momento y luego si encontrarme con Juan en Croacia.
Termine de efectuar el pago e instantáneamente tuve sentimientos encontrados entre las ganas de hacer lo que decidí y las ganas de ir con Juan y los cordobeses a Barcelona a pasarla a lo grande. Pero, lamentablemente, no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo... confié en que había decidido lo mejor.
Luego de Chefchaouen, nuestro siguiente destino fue Fes. Otra vez, llegamos sin tener ningún dato sobre alojamientos ni mucha información sobre la ciudad. Otra vez llegamos sin nada planeado, a ver que pasa.
En Marruecos suele notarse mucho el contraste entre la tranquilidad de un pueblo pequeño y el intenso frenesí de una ciudad grande. El hotel en el que nos hospedamos nos lo recomendó un muchacho en la calle, quien nos dijo que debíamos pagarle por habernos ayudado.
Aprendimos la lección. Nos habían advertido que es muy normal que las personas te exijan que les pagues por cualquier buen gesto que tengan hacia uno. Mientras recorríamos la gran medina preferíamos perdernos antes que ir para el lado que la gente nos indicaba que teníamos que nos convenía ir.
La verdad uno no se siente muy bien haciendo esto, empieza a desconfiar tanto de justos como de pecadores y quizás muchas veces no nos permitimos la oportunidad de conocer personas interesantes. Pero por otro lado tampoco es muy agradable sentirse como un billete con patas ante los ojos de la mayoría de los que te rodean.
Para nuestra última noche en la ciudad pudimos coordinar con Kevin, un chico de CouchSurfing que nos invitó a un bar a escuchar y tocar algo de música con sus amigos. y nos brindó un cuarto en su casa. Por la noche nos hizo tajín, una comida típica de Marruecos que normalmente se come con las manos.
Durante la cena la charla fue sobre el rol de la mujer en la cultura islámica y especialmente en Marruecos. Antiguamente, en la época en la que no existía el dinero y el comercio se basaba en el trueque, se cambiaban mujeres por bienes materiales que la familia de ésta recibía a cambio de otorgar su mano al pretendiente.
Le contamos a Kevin que en nuestra hipotética hoja de rutas se encontraba Imilchil, un pueblo particular ya que allí supuestamente se vendían mujeres y nos interesaba ver de cerca ésta cuestión cultural tan diferente a la nuestra.
Creo que nuestro comentario no le agradó mucho, pero supo disimularlo con mucha sutileza, explicandonos que eso había cambiado. Nos comentó que hoy en día todo hombre, que quiera casarse con una mujer determinada, deberá darle dinero a su familia en señal de ayuda o donación.
La cantidad de dinero varía según la belleza o edad de la mujer pero, una vez que cualquier hombre ofrezca ese dinero, la chica debía casarse. De modo contrario, la sociedad lo vería con malos ojos.
Aunque la mujer esté de novia y ame a su novio, en caso de que él no logre pagar lo pretendido por la familia, quien lo haga se llevaría su mano.
Kevin nos decía que eso no era una compraventa... era diferente: en ésta clase de tratados se firma un contrato entre el padre y el pretendiente/comprador, lo que los obligaría a permanecer juntos mucho tiempo o que el hombre deba pagar una gran suma en caso de dejarla.
La diferencia que tenía Imilchil con el resto de Marruecos es que allí no se firmaban contratos y la mujer podía ser "usada" durante algunas semanas y devuelta a su familia. Aparentemente algo muy concurrido por viejos verdes europeos que aprovechan su fortuna para tener acceso a una cuasi prostitución, no sin antes simular su transformación a la religión musulmana… para que la sociedad no lo vea con malos ojos.
La charla hizo que nos dejara de interesar Imilchil y fuimos en búsqueda de otros rumbos.
Agua, cómo te deseo
Viajamos toda la noche hasta llegar a Hassi Labied, un pueblito a orillas del desierto de Sahara donde habíamos coordinado con un chico de CouchSurfing llamado Mustafa. Nuestra llegada se produjo a eso de las 06.00hs y, a pesar del horario ahí estaba firme nuestro anfitrión, esperándonos con una sonrisa en la placita donde nos dejaba el micro.
El propio pueblo era un desierto en si mismo: las casas de barro, las calles de una tierra similar a la arena, las veredas inexistentes y, aunque fuera de madrugada, el clima cálido se hacía sentir. Del otro lado de un pequeño oasis sobresalían las inmensas dunas que daban comienzo al Sahara.
Aunque no haya sido el horario ideal para entablar una conversación, Mustafa nos invitó a sentarnos y nos quedamos charlando con él algunos minutos por extrema cortesía antes de irse cada uno a dormir.
Mustafa pertenecía a la cultura Bereber: una cultura nómada anterior a la llegada de los árabes que al día de hoy conserva muchas de sus costumbres y tradiciones. Nos sorprendió de él que, al igual que la mayoría de los de su pueblo y sobretodo los de su generación, sin haber ido nunca a la escuela podían mantener conversaciones en más de cuatro idiomas y contaban con conocimiento de muchas de las cosas que a la mayoría nos llevaron años de estudio. "Es por el poder de la mente y la actitud de las persona" decía cuando le preguntamos sobre eso.
Fueron varias las personas que nos ofrecieron el típico tour por el Sahara que consistía en dar un paseo en camello, dormir bajo las estrellas en un campamento bereber, cena y desayuno. Admitimos que no era para nada caro, pero obviamente estaba muy por fuera de nuestro permitido diario.
Nuestros planes fueron otros. Esperamos a que baje un poco el sol en el bar en el que trabajaba uno de los amigos de Mustafa y nos fuimos caminando solos hacia el desierto, bajando y subiendo varias dunas de arena cada vez más rojizas.
La caminata de a poco se iba haciendo mas y mas pesada.
Llegamos hasta un punto alto que nos permitía ver de un lado el oasis, el pueblito y un inmenso sol al que le quedaban pocos minutos para seguir flotando a lo lejos. Del otro lado se veían los campamentos bereberes y la fila de camellos que transportaba a aquellos turistas de presupuesto más holgado que estos pobres viajeros y un horizonte de arena sin fin.
Al estar ahí se tienen algunas de esas sensaciones difíciles de explicar con palabras. Lo que puedo decir es que se sentía como si estuviésemos fuera del Planeta Tierra o como si todo nuestro mundo se terminara ahí... en la nada misma. Uno deja fluir la mente admirando un paisaje tan extraño como desolador y los pensamientos se van a lugares a los que no se llega cotidianamente.
Cualquier descripción se quedaría corta y con gusto a poco. Estar en el Sahara es una experiencia que te permite transitar por momentos y sensaciones que solamente viviendo en carne propia se pueden entender.
Por la noche fuimos con musta a Fátima, el bar donde habíamos pasado la tarde. Una vez que cerraron nos quedamos en la terraza, charlando sobre la vida, la cultura Bereber y la Argentina.
De repente todas las luces del pueblo se apagaron, dejándonos seguir nuestras charlas bajo un cielo infinitamente estrellado. Otra vez era como estar fuera de ésta planeta. Era como si no hubiese nada de por medio entre nosotros y el firmamento, como si con sólo levantando una mano podríamos atrapar alguna estrellita cercana. Difícilmente en otro momento volvamos a ver tantas estrellas en un mismo cielo.
Nos retiramos del Sahara sin hacer ninguno de los tantos tours que todos los que iban allí hacían, pero por demás conformes de haber vivido la experiencia a nuestra manera, teniendo contacto con lo real, no con lo prefabricado y haciendo gratis casi todo lo que los comerciantes nos ofrecían hacer a cambio de algún dinero.
No pretendemos hacerle publicidad a Master Card, pero es verdad que hay cosas que el dinero no puede comprar. Las mejores experiencias durante los viajes no son las que se tienen cuando se paga a cambio de ellas... son las que te sorprenden, las que te encuentran cuando no estás esperando nada y te demuestran que hay cosas en la vida que valen más cuanto no son prefabricadas.
Ramadam
Después de un viaje de 20 hs, en el que atravesamos el país de este a oeste, llegamos a Essaouira: una ciudad en la costa a donde teóricamente habían ido Jimmy hendrix, Bob Marley y Manu Chao a componer algunas de sus canciones.
El trato con la gente local era mucho más ameno aquí que en ciudades grandes como Fez o Tánger, eso hacía que podamos circular por las calles con más tranquilidad y sentirnos más a gusto. Quizás basta solo con decir que en los locales de la medina se veían cartelitos con los precios de la mercadería en venta, por lo que no hacía falta negociar ni regatear.
La primer noche, medio perdidos en una de las callecitas de la medina, nos cruzamos por casualidad con Nico, un argentino que habíamos conocido en el hostel de Chefchaouen y que nos brindó su compañía durante el tiempo que coincidimos en Essaouiraí.
Nuestros días en Essaouira consistieron básicamente en ir a la playa a jugar a la pelota con los locales y algunos turistas marroquíes que siempre se nos sumaban.
El Ramadam es una de las celebraciones más importante para los musulmanes. Aquí todo el que profesa esta religión, sin importar si la practica cotianamente o no, debe estar 40 días sin comer, sin beber, sin fumar, sin tener pensamiento impuro ni mirar mujeres, etc.
Esta tradición de los cuarenta días de abstinencias nos encontró durante el plazo final de nuestro tiempo en Marruecos, algo distinto y particular para poder vivir la cultura más de cerca.
Pero hay que tener en cuenta que en el Ramadam todas las abstinencias quedan obsoletas durante la noche, por lo que las personas tienden a cambiar sus hábitos y comenzar sus días cuando cae el sol para poder permitirse los placeres que debieron prohibirse hasta ese momento.
En nuestra última noche en Essaouira pudimos vivir más de cerca un poco de esta tradición, cuando aceptamos la invitación de dormir en la casa de uno de los chicos que jugaba con nosotros a la pelota en la playa, Mohamed. Compartimos su desayuno a eso de las ocho de la noche y la cena a las dos y media de la mañana.
Pero vivimos un Ramadam más intenso al llegar a Marrakech. Aunque nuestro arribo no fue muy placentero.
Apenas bajar del micro nos metimos en la medina en búsqueda de algún hostel justo en el horario en el que todos todos empezaban a salir de sus casas. Fue imposible. Las callecitas estaban repletas, no solo de personas caminando, sino de motos que andaban por las calles peatonales como si estuvieran andando en una autopista y con onda verde.
Salimos espantados de la medina y nos fuimos lo suficientemente lejos como para poder encontrar wifi y buscar un hostel en paz.
Para nuestro segundo día en Marrakech logre contactarme con un chico de Couchsurfing llamado Assiam que nos invitó a compartir con él, sus tíos, sus primo y sus abuelos las costumbres del ramadam.
Tanto el desayuno nocturno como la cena matutina estaban repletos de diferentes tipos de comidas, jugos, licuados y hasta leche con menta.
Nos trataron como invitados de honor: nos sentaron en el medio de una pequeña mesita ubicada en una sala angosta en la que apenas había lugar para que entremos todos. Estaban siempre pendientes de que haya comida en nuestros platos y bebida en nuestros vasos.
Entre las dos comidas salimos con Assiam y sus primo a dar un paseo por la ciudad, que se revolucionaba por las noches. Había gente por todas partes. En la plaza central se podían encontrar desde músicos hasta encantadores de serpientes y de fondo se veía la gran mezquita donde muchísimas personas se acercaban durante el llamado a la oración y se tiraban al suelo a rezar.
Fue genial la experiencia de conocer a Assiam y a su familia. Al igual que todas las personas que nos fueron hospedando durante nuestras tres semanas en el país, eran personas muy humildes que nos brindaron todo lo que tenían a su alcance e intentaban hacer un esfuerzo por brindarnos aún más.
Divorcio
Nos llegó el día
Juan armó su mochila y nos fuimos caminando despacito hasta el aeropuerto que estaba a unos cinco kilómetros del centro.
Descansamos algunos minutos las piernas luego de nuestra caminata. Mire la hora en mi celular, le dije "nos vemos en unas semanas", le di un abrazo y me fui sin mirar atrás hasta que escuche el grito lejano "date vuelta, culeado. Saludame otra vey".
Más allá de que es un rubro que venimos practicando con frecuencia en estos últimos tiempos, confieso no ser muy bueno en el ámbito de las despedidas. Igualmente no creo que alguien pueda considerarse bueno al momento de decir “adiós”.
Las despedidas son generalmente situaciones límites junto a una persona con la que se ha vivido algo importante y con la que se generó un lazo especial. Si no fuese así ni siquiera haría falta la despedida.
Seguramente en nuestro caso esto suene exagerado ya que lejos de ser un "adiós" es simplemente un "hasta luego", pero la verdad es que luego de estar cada día y a cada hora con una misma persona durante tres meses, más allá de cualquier roce normal que surja en el camino, el "hasta pronto" genera un vacío similar a cualquier otro tipo de "adiós".
Volví a la casa de Assiam para pasar mi última noche en Marrakech y en Marruecos. El sentimiento que me generó la despedida con Juan se parecio bastante al que me surgió al dejar el país.
Muchas veces el trato de la gente suele cansarte, ya que te solés sentir como un billete caminando. Ese cansancio se incrementa quizás por lo diferente de la cultura, pero sin darte cuenta podes acostumbrarte a muchas de las cosas que allí se viven y hasta llegas a pensar que se te hará difícil no extrañar a Marruecos una vez que estés afuera.
Caló Andalú
Volví a Sevilla. Esta vez me quedé en la casa de Inma, la chica que con bastante miedo nos había hospedado en Tarifa y que ahora me recibía casi como si fuese un familiar.
Las altas temperaturas marroquíes no suelen ser muy diferentes a las andaluzas y, sobre todo, a las sevillanas. Sentía que estaba dentro de un horno mientras esperaba a Inma sentado en un cordón luego de bajarme del avión.
La primer noche salí de copas a la Alameda junto a Pedro, como en los viejos tiempos. El día siguiente lo compartí entero con Inma. Primero almorzamos con sus padres, hermana y sobrinos, luego paseamos por varios lugares de la ciudad (algunos ya los había visitado con Juan, pero esta vez tenía guía) y terminamos en el bar de unos amigos suyos, a donde también se acercó Pedro a brindar conmigo las últimas copas que bebería en Sevilla.
Era raro pensar que estaba pasándola muy bien en un bar con dos personas que hacía cuestión de semanas ni siquiera conocía y, que si no fuese por mi y por Juan, tampoco se conocerían entre ellos. Ahora me recibían, trataban y despedían como si fuera un viejo amigo que hace mucho tiempo no veían.
Inma me llevo bien temprano al punto donde me esperaría mi blablacar. Nos despedimos con un abrazo y con su promesa de que algún día nos visitará en Argentina.
El siguiente destino en la hoja de ruta era Granada, allí tenía planeado reencontrarme con tres amigas que habían estado de intercambio en Tandil durante el 2015: Ana, Laura y Carmencita. Eran varias, por lo que estaba casi obligado a pasar por allí.
En España hay una famosa frase que dice que "no hay nada más feo que ser ciego en Granada", allí hay muchísimo para ver.
Granada es la capital de la última provincia que los Reyes Católicos le conquistaron a los Moros, por lo que es uno de los lugares españoles donde se puede encontrar mayor influencia de la cultura árabe: como las callecitas entrerredadas y llenas de locales, muy similares a las medinas marroquíes,
En la cima de una sierra aún se mantiene en pie la Alambra, el palacio donde vivían los Reyes Moros antes de la llegada de los españoles, Hace pocos años fue nominada a ser una de las siete maravillas del mundo. Recomiendo que, antes de llegar a Granada, le echen un vistazo a este palacio... los locales suelen ofenderse cuando alguien no sabe qué es la Alambra.
Granada es una ciudad de trescientos mil habitantes con mucha vida universitaria y muchos turistas extranjeros. Todo este conjunto genera un ambiente muy interesante que dan ganas de salir a recorrer las calles. De fondo se ven los picos más altos de la península ibérica cubiertos de nieve.
Pero yo no estaba al 100%, ni mucho menos. Probablemente el hecho de que Juan no haya hervido el agua de los mates que nos tomamos en Marruecos hizo que durante varios días estuviera descompuesto, con vómitos por las noches y no pudiera recuperarme. Y, el hecho de estar siempre de visita y que me sigan teniendo siempre activo lo que haga que no logre mejorar.
Cuando estás de paso normalmente quienes te reciben quieren que disfrutes del tiempo que allí estés, mostrándote lo más posible de sus lugares y uno, por más que no sienta de la mejor forma, también quiere disfrutar de la compañía de aquellos a los que visita
Ana me llevó a pasear a pata por toda Granada, de arriba a abajo. Cada día tenía un plan diferente para hacer por la mañana, por la tarde y por la noche, a los que también solía sumarse Laura y si no también la tenía a la Carmen para tomar la cervecita de reencuentro.
Me quedé un poco triste por no haber podido estar a la altura desde lo físico para poder hacer todos los planes que Ana había planeado, pero sin embargo me importaba más el poder reencontrar a las personas queridas, que lo que haga con ellas o dónde las haga.
La Peña del Garbo
En Chefchaouen, el pueblo azul de Marruecos, habíamos conocido a un español llamado José Manuel que me invitó a visitarlo en su pueblo. Había sido con una de las personas del hostel con la que habíamos pegado buena onda, sin dudarlo fui a conocer Hellín.
El pueblo tiene 30.000 habitantes, se encuentra en el límite entre Murcia y Albacete y es conocido por una fiesta de tambores que tiene lugar durante Semana Santa, cuando las calles quedan rebalsadas de personas tocando tambores.
Lo mejor de Hellín fue conocer a la "Peña del Garbo", nombre con el que autobautizaron a su grupo josema y los amigos. Entre todos tienen una casa de tres pisos alquilada durante todo el año y es el lugar que usan como bunker para juntarse sin motivo todos los días y casi todo el día. Tenían PlayStation, equipos de sonido para cuando organizaban alguna festichola, terraza con varias sillas pero que ninguna combinaba con la de al lado, freezer lleno de cervezas, envases de vidrio marrón y envoltorios de papa fritas por doquier, un desorden con el que se les veía a gusto y decoración con el nombre del grupo en las paredes.
La Peña del Garbo me hacía acordar mucho a mi grupo de amigos en Tandil. Era un grupo de 18 varones que se conocen desde chicos, que compartieron casi toda sus vidas juntos y que no hay duda que la van a seguir compartiendo el resto de sus vidas, por la identificación y sentido de pertenencia que el mismo grupo genera en cada uno... aunque lastimosamente con los míos no tengamos una casita alquilada.
Eran todos pibes muy buena onda, realmente me hacían sentir como si estuviera con mis amigos en Tandil.
Me controle mucho con el tema de las comidas y el consumo de cerveza que a cada rato me ofrecían los del Garbo, pero sin embargo continuaba con el malestar estomacal y esto era algo que empezaba a preocuparme... ya hacía una semana que no paraba de vomitar.
Veo Veo
Quity, uno de los amigos de José, me llevó hasta Murcia, donde encontraría al blablacar que me dejaría en Valencia. Desde allí me iba a tomar un tren a Villarreal, hasta donde me iría a buscar Anna, otra amiga que conocí durante su intercambio en Tandil en el 2015.
Desde mi retorno a España venía viajando a un ritmo bastante acelerado, ya que quería estar presente en los festejos de la recibida de Anna, pero los problemas estomacales seguían presentes y debía controlarme.
Con annita no era muy fácil, ni siquiera me llevó a dejar la mochila y cambiarme... fuimos directamente a cenar con los amigos y después a bailar aunque mi cuerpo pidiera cama.
Al día siguiente, por fin, empecé a bajar las revoluciones y mi cuerpo empezó a disfrutar del descanso que tanto me reclamaba.
Nos levantamos y nos subimos al auto. Anna puso su CD con cumbia argentina y fue manejando por un caminito estrecho entre plantaciones de naranjos hasta un ranchito donde tendríamos un almuerzo familiar de domingo.
Capaz esté un poco pesado con los recuerdos y las comparaciones, pero este almuerzo de campo me recordaba mucho a los asados familiares a los que iba de chico en la chacra del abuelo de mis primos en Benito Juárez, con la diferencia de que acá había una gran fuente en la que se cocinaba una paella enorme, en lugar de una parrilla con chorizos y tiras de asado.
Había mucha gente: tíos, abuelos, primos, primos de primos, novios/as de los primos lejanos de algún otro primo, etc. Todos atentos por demás.
Fue una tarde relajadisima.
Luego subimos con Anna y su abuela al pueblo en que me quedaría durante mi estadía en la Comunidad Valenciana. Se llamaba Veo, un pueblito perdido entre las montañas verdes, de no más de 30 o 40 habitantes.
El estar allí me relajo al punto de que mi estómago mejoró desde el primer día.
Los días consistían en levantarme por las mañanas (rozando el mediodía), bajaba a la cocina y la abuela de Anna siempre me tenía el desayuno preparado. Como podíamos entablábamos algunas conversaciones, ella hablaba en valenciano así que no se hacía muy fácil.
Sin llegar a cumplir una hora desde que me había levantado, después de dormir toda la noche y gran parte de la mañana, ya me venía el sueño. "Es normal, son los aires del pueblo" decía Anna.
Una tía-abuela le prestó su auto por lo días que yo estuviera de visita, para que me pueda llevar a recorrer. Gracias a eso, por las tardes movíamos a algún lugar a tirarnos a tomar sol y jugar a las cartas con ella y las amigas que se sumen, ya sea al río, una cascada o la playa.
En la mayoría de las ciudades por las que hemos pasado hasta el momento nos quedamos solo tres noches... no queremos pagar más noches de hosteles cuando no tenemos quienn nos tire un colchón y tampoco queremos ser un peso cuando algún amigo nos aloja.
Mi plan era el mismo en Veo, quedarme solo tres noches para no ser una molestia. Sin embargo, Anna me pidió que me quede hasta los festejos de San Juan y, por lo agusto que me sentía en ese pueblo, termine aceptando.
Llegaron los festejos. Fuimos con Anna y los amigos a cenar alrededor de un fogón en la playa, La tradición en éstas fiestas es que, cuando se hacen las doce de la noche, todos fueran a saltar las doce primeras olas y luego cada grupo saltaba tres veces su fogón.
Las fiestas de San Julián es una tradición un tanto peculiar que se encuentra en casi toda la costa mediterránea de España.
Le di a Anna y su familia las gracias correspondientes por lo bien que se portaron conmigo. Un par de "hasta luego, espero que nos volvamos a ver pronto", algunos abrazos y emprendí mi viaje a Barcelona, la que sería mi última ciudad por visitar en la lista de ciudades españolas.
Gabrielito Blanco, un tipazo.
De antemano Barcelona era una de las ciudades donde más amigos tenía para visitar, pero lamentablemente caía en un fin de semana en el que todos estaban un tanto ocupados.
Llegue a eso de las 17hs y me puse a patear la ciudad en búsqueda de un techo. Caminaba por la Rambla de arriba a abajo sin suerte, para colmo el calor, el peso de la mochila en los hombros y las masas de gente ya me estaban empezando a alterar.
Después de algunas horas de continuados intentos fallidos, termine contactando a Andrzej, un polaco con el que compartí casi toda mi etapa de intercambio en Brasil en el 2010 y que ya me había ido a visitar unas tres veces a Tandil luego de eso.
Ese mismo fin de semana sus padres estaban de visita pero, al decirle que no conseguía hostel, me ofreció quedarme en el cuartito donde tenía todos sus equipos de escalada y varias otras cosas de uso poco diario.
Esa noche cenamos un plato polaco y luego fui con Andrzej a tomar una cervecita de reencuentro con Damla, una chica de Turquía a la que había coincidido en mis últimas semanas en Brasil pero que, como con todos los que se encuentran haciendo un intercambio, pegamos muy buena onda y siempre nos habíamos mantenido en contacto.
Era medio raro detenerse algunos segundos entre copa y copa a pensar que estábamos igual que hace seis años atrás y hablando de las mismas pavadas, como si el tiempo no hubiese pasado.
Después de mi intercambio en Brasil fui invitado a dar algunas charlas para contar mi experiencia. Aquí solía comentar que, desde mi punto de vista, cuando alguien tiene instancias de este tipo en otro país deja atrás cosas muy importantes como la familia o los amigos y, al encontrarse con otros extranjeros que estén en la misma allá afuera, ambos se usan mutuamente para reemplazar a los que no se tienen cerca.
Así, si bien mi trabajo en la universidad me llevó a conocer muchas personas y de muchos países diferente con los que siempre mantuve buenisimas relaciones, es muy difícil formar lazos tan intensos como los que uno forma con las personas que conoce durante su propia experiencia internacional. Andrzej y Damla habían sido parte mis amigos y mi familia en Porto Alegre, y después de seis años fue muy especial reencontrarlos.
El día siguiente estaba soleado. Andrzej me sacó una de las bicis públicas y nos fuimos pedaleando hasta el gimnasio donde hacía escalada. Íbamos paseando por lugares poco comunes por los que él me iba haciendo de guía.
A la vuelta yo me quedé en la playa y el se fue a cocinar la cena para sus padres y para mi.
Volví exactamente a la hora que él me había pedido. Andrzej me abrió la puerta mientras hablaba por teléfono en polaco. Lo note algo raro... él es atento y educado, a veces por demás, y ésta vez casi que me daba la espalda, algo no andaba bien.
Cortó y con los ojos vidriosos me dijo "coco, acaba de morir mi abuela".No pude hacer más que abrazarlo y acariciarle la espalda... era un momento que pedía gestos más que palabras... no había nada de qué hablar.
No pasaron ni dos minutos hasta que llegaron sus padres. Andrzej se secó las lágrimas como pudo cuando escuchó la puerta abrirse. La madre pasó, me sonrió como si nada hubiera pasado y se metió a la cocina... desde toda la casa se podía escuchar su llanto. Un momento básicamente de mierda.
Padre e hijo fueron a consolarla y yo me fuí de nuevo a patear la ciudad en búsqueda de un nuevo techo para esa noche. No tenía nada que hacer ahí, no era correcto que duerma con la familia de Andrzej, tenían mucho dolor reprimido y era bueno que lo desahoguen en soledad.
Tuve que salir con los ánimos por los suelos... es una sensación muy fea cuando se ve el dolor en un ser querido y no se puede hacer nada para ayudarlo... ni siquiera por lo menos poder compartir la magnitud de su dolor para transitarlo juntos.
Di vueltas por zonas poco turísticas en una de las ciudades más turísticas del mundo, pero aún así no tuve éxito: consulté en varios hosteles y albergues, pero ninguno tenía disponibilidad.
Esta vez quien salió a mi rescate fue Damla, quien me dio las llaves de su departamento y se fue a dormir a otro lado por los días que me quedará. Una grosa, me dio su casa e hizo todo para que me sienta como si fuera mia... cada día estuvo atenta a que tuviera que hacer y la pase bien mientras esté en Barcelona.
En el resto de mis días allí me dediqué a caminar y conocer lo máximo posible de una ciudad que tiene motivos suficientes para atraer tantos turistas del mundo entero.
Lo bueno es que no camine siempre sólo, a veces me guiaron Damla y su amigo Leao, otras veces disfrute de la compañía de Camilo Cordonnier, mi primer amigo/compañero de la Facultad, y de sus padres tomando un cafecito en el Barrio Gótico y hasta me junte a ver la final de la Copa América con Tuti Laulhe y otros tandilenses que también estaban viviendo en la ciudad en ese momento.
Mi paso por Cataluña había sido un tanto traumático, pero todavía no me había ido. Pocos días antes de partir me di cuenta que, en mi pasaje Barcelona - Split, figuraba el nombre de Gabriel Blanco como pasajero, en vez del mío. Hice reiteradas llamadas a la compañía, pero nunca pude dar con un operador que me solucionara el problema.
Mi vuelo era un miêrcoles a las 6.30 am. Llegue cerca de la medianoche del dîa anterior para incrementar mis chances de solucionar este temita que me estaba poniendo un tanto nervioso.
Dentro del aeropuerto, la cola en la ventanilla de Atención al Cliente de la aerolínea Vueling tendría unas treinta personas esperando por hacer sus reclamos. El ambiente no era muy amigable.
Cuando llegó mi turno, me acerqué a una empleada que creo que era de Colombia o Venezuela y que por su cara de perro ya me daba la sensación que no me iba a hacer las cosas fáciles.
Intenté por varios métodos, empecé hablándole de forma educada y pausada, pasamos a gritarnos y hasta termine lagrimeandole, pero nunca le pude quebrantar ese "No" constante en sus respuestas.
La mujer me decía que no había forma que me cambien el nombre en el pasaje, aunque el número de pasaporte del pasajero sea el mio y aunque la tarjeta con la que se compró sea la mía. La única opción era que pague una multa de 200 euros o que compre un nuevo pasaje.
Por más que le diera a entender que era totalmente una injusticia, ya que lo más probable era que haya sido un error de la página por poner en mi pasaje el nombre que ellos ofrecen como ejemplo al llenar el formulario e intentara hablarle desde un lado humanitario, ella siempre me decía "yo te entiendo, pero a la empresa no le importa lo que decis".
Durante mi carrera vi muchas definiciones distintas de lo que es una empresa, la mayoría variaban según el área desde la cual se la analizaba. Pero, en ese momento, se me repetía en la cabeza una definición de Finanzas en la que se dice que es un conjunto de personas organizadas en busca de un objetivo común y ese objetivo es incrementar la riqueza de los empresarios.
En ese momento yo estaba frente a frente con una mujer a la cual negarme la ayuda no le iba a generar ningún beneficio personal y, aunque teóricamente me entienda y esté de mi lado, me negaba la ayuda porque no era lo que le convenía a la empresa.
Aunque no suene bonito decirlo, para las empresas los clientes no solemos ser más que fuentes de ingresos y lo mismo suelen ser los empleados. Sin embargo en ese momento, cliente y empleado no llegaron a un acuerdo por cuestiones ajenas a ellos.
La impotencia me invadió por todos lados. Pregunte en la mesa de Informaciones y en la Oficina de Policía, pero no tenía nada para hacer. Todos me daban la razón de que era una injusticia y nada más.
No se si fue la misma impotencia, la incertidumbre de no saber cömo solucionar este tema, el verme sölo y tan lejos de casa, resabios de lo sucedido con Andrzej y su familia, el dolor de la derrota de la selección en la Final de la Copa América o un cúmulo de todo, pero me senté en un rincón y empecé a llorar como un nene, no podía parar.
La única opción que me quedaba era jugarmela e intentar subirme al avión con el pasaje de Gabriel Blanco, como si no supiese nada sobre el error.
En este tramo había conocido dos chicas brasileñas que iban a tomar el mismo vuelo que yo y les pedí que me dejen usarlas como escudo.
Llegó la hora, se empezaron a formar las filas para despachar el equipaje y yo siempre atrás de las brasucas. Fuimos los tres juntos a despachar nuestras mochilas, yo siempre iba a ser el último en cada control, cosa de que con ellas ya vayan tomando algo de confianza.
La primer mujer me pidió el pasaporte, lo pasó por un posnet, como si fuera una tarjeta de crédito, pesó mi mochila y la despachó. El primer paso estaba dado, pero ahora el nerviosismo aumentaba ya que tenía todas mis cosas despachadas a nombre de Gabriel Blanco y, en caso de que no pueda volar, tampoco iba a poder reclamarlas.
Yendo al sector de embarque volvimos a tener un control en el que a las dos chicas les pidieron pasaporte y pasajes y por suerte a mi solo el pasaporte.
Para colmo de males, el vuelo tuvo como dos horas de retraso. Yo no había pegado un ojo en toda la noche, me sentía cada vez más ansioso y más nervioso. La estaba pasando como el culo.
Después de un rato estábamos haciendo las colas para subir al avión, yo iba tanteando cuál de los dos hombres en la puerta pedía menos veces el pasaporte para avisarles a las chicas que vayan ellas con el contrario.
Le di mi pasaje y el tipo me dice "el pasaporte por favor". Fueron segundos en los que ya había dado todo por perdido. Saco mi pasaporte de la funda de la guitarra y el tipo me dice "esta bien, no hace falta, pasa".
Misión cumplida, ya había subido al avión con un nombre ajeno y no solo había burlado los controles, sino también que había podido hacer eso que para los empleados de Vueling era tan imposible de hacer o de que se me reconozca.
Para terminar esta odisea. Al llegar al avión una azafata me dice que tenía que pagar extra por subir con una guitarra, a lo que le respondí que ya había pagado ese monto extra. Me dijo "Se deben haber olvidado de ponerlo en el pasaje. No hay problemas, tenemos asientos de sobra en este vuelo, te vamos a buscar una fila libre para que puedas viajar más cómodo y poner la guitarra en uno de los asientos".
Gabrielito Blanco voló tranquilo con una fila entera a su merced.
Las aventuras de Juan Alberto by Juan Alberto
Amigos en catalunya
Llegó el momento de la separación. Sabíamos que iba a ser solo por unos días, pero después de pasar más de 100 días juntos y de algunos tirones se puede decir que la convivencia fue buena, por lo que estas semanas sin compañero iban a ser difíciles, aunque tampoco voy a negar que me intrigaba saber hasta dónde podía llegar por mi cuenta.
Yo me tomaba un vuelo a Barcelona para quemar mis últimos 5 días en el espacio Schengen con mis amigos de Córdoba y con Pau, un amigo catalán que mi hermano conoció en Dublín.
Llegué a Barcelona el sábado a las tres de la mañana. Ese día no podía quedarme en la casa de Pau, pero los chicos me habían reservado una cama en el hostel en el que estaban parando.
Me quedé tomando unos mates en el aeropuerto esperando que se haga de día. Llegué al hostel y llame a mis amigos, pero no había respuesta de su parte. Me senté en la recepción a esperarlos y al ver que no bajaban me colé al desayuno libre y sacie mi hambruna.
El primero en bajar fue Gabriel, nos dimos un fuerte abrazo. Qué alegría poder encontrarme con grandes amigos del otro lado del mundo! Nos sentamos a tomar un jugo y a ponernos al día, aunque fue difícil llevar un hilo en la conversación porque teníamos mil cosas para contarnos.
Subimos a despertar a los otros, pero estaban abrazados a las almohadas, la noche fue larga y las 11 de la mañana era muy temprano para amanecer.
Esa tarde fuimos a la playa. Tomamos unos mates, charlamos un poco de todo, le metimos un poco de vóley y cuando el sol empezaba a bajar volvimos al hostel para armar la noche. En el camino compramos unas cervezas y algo para cocinar. Esa noche se salió fuerte, estábamos como en Nueva Córdoba, pero con acento catalán. Me puse la mejor pilcha que tenía (con pantalón prestado) y partimos a un boliche de por ahí.
Para el día siguiente había arreglado con Pau para ir a un asado por el cumpleaños de una amiga. A la mañana siguiente, después de dormir solo 3 horas, fui en tren a Mollet del Valles, el pueblo donde vive Pau.
Él me esperaba en la estación. Cuando nos encontramos pareció que nos habíamos visto ayer. Hablamos de nuestro viaje, de su viaje por Sudamérica, de mi hermano, de sus cosas, de mis cosas. Fue un buen reencuentro.
Estuvimos toda la tarde en el asado. Los amigos de Pau son unos valores, me hicieron sentir como uno más, comimos bastante y tomamos mucho más.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano para hacer una caminata al monasterio de Montserrat, unos picos de 1200m con formas raras en el medio de Cataluña. La vista que se tiene desde ahí arriba no tiene desperdicio.
Más tarde fui a Barcelona para saludar a los chicos por ser su último día. Llegué y estuve 3 horas hasta poder encontrarlos. Al final se iban en dos días. Cenamos algo en el hostel y me fui porque Pau tocaba en un pub irlandés y me estaba esperando. Llegué tarde, pero escuché un par de temas con guitarra celta, violines, cucharas, acordeones y flautas. Por la noche fuimos junto con una amiga de Pau a un mirador del que se puede ver todo Barcelona de noche.
En mi último día en la ciudad Marc, un amigo de Pau, nos dio una visita guiada. El recorrido fue medio rápido por el barrio gótico. Fue genial caminar las pequeñas callecitas del barrio donde se gestó la Barcelona, Cataluña y el reino de Castilla.
Pau y Marc se volvieron a Mollet y yo me quede para saludar a los chicos, porque al día siguiente, bien temprano, tenía que escapar del espacio Schengen rumbo a Croacia.
Fui a la playa, tomamos 2 mates y corrimos porque mi último tren a Mollet estaba por salir.
Nos dimos abrazos muy fuertes, nos deseamos buenos augurios y un nos vemos en algunos meses/años. Esa noche la mamá de Pau nos esperó con comida, tomamos unos vinos, hablamos un poco de la vida y nos acostamos porque a las 5 de la mañana había que levantarse para volar hacia otros rumbos.
Fuera de Schengen
Aterrice temprano en Dubrovnik sin saber para donde disparar. Había probado por couchsurfing pero no tuve suerte, por lo que empecé a caminar los hostels.
Los precios no bajaban los €20, monto muy caro para mi bolsillo. Seguí recorriendo y preguntando, saliendo un poco de la ciudad vieja, hasta llegar a una residencia en la que solo había personas locales y de los países de alrededor.
Era gente que trabajaba en la ciudad solo por la temporada de verano, por lo que había una especie de comunidad balcánica en ese pequeño hostel.
Lo primero que me preguntaron era de dónde era y, al responderle mi procedencia, me invitaron a compartir unas cervezas con ellos, mirar fútbol, cenar juntos y tomar algunas cervezas más.
Recorrí un poco la ciudad y fui a las playas de roca y agua transparente de las que tanto me habían contado.
A la mañana siguiente me levanté temprano, para aventurarme en mi primera experiencia totalmente sólo en Europa.
Cuando fui a pagarle al dueño del hostel por las noches de hospedaje me cobró sólo la mitad del precio que habíamos acordado en un principio y me preguntó hacia dónde iba. Le dije que mi rumbo era para el lado de Montenegro y me dijo que él se dirigía en la misma dirección y ofreció llevarme.
Bienvenido sea. Me dejó 20km adelante, a la salida de una rotonda. Hice dedo por 15 minutos y me levantó otro hombre que me dejó otros 20km más adelante, en una parada de colectivo.
Busqué un cartón e hice mi cartel con el destino “Herceg Novi o Frontera”. A los 10 minutos de esperar veo que un auto estaciona en unos tachos de basura enormes que estaban cerca de mí.
Se baja un pibe con bolsas de llenas de botellas vacías… había estado de fiesta la noche anterior y estaba escondiendo la evidencia.
Giró, hizo 10 metros y me dijo que suba, que me llevaba. Hablamos un poco y me dijo que solo me podía alcanzar hasta la frontera. Perfecto para mí, una vez que haya cruzado iba a ser sencillo continuar los 4km hasta Herceg Novi.
Llegamos al límite nacional y el pibe agarra del asiento de atrás 4 latas de cerveza fría y me dice “son para vos, disfrutalas”. No entendía mucho lo que pasaba, y menos aún después de que se metiera la mano al bolsillo y me dé algo de plata para nuestro viaje! Solo atiné a decirle gracias y arrancó de vuelta hacia su pueblo.
Antes de cruzar me quedé tomando una cerveza helada bajo los 30º del mediodía croata. Hice
la fila hacia la aduana, adelante mío había unos 5 autos y atrás otros 4 autos.
Al llegar mi turno le doy el pasaporte al policía. Miró la foto con detalle y después mi cara, luego la foto y mi cara, la foto y mi cara y así algunas veces más hasta preguntarme hacia dónde iba. Sin darme lugar a respuesta me dice “¿a Siria? ¿a Turquía?”
Le respondí que iba a dar una vuelta por su país y regresar. Me mira con cara de dudas y me sella el paso. Se ve que la barba me jugó una mala pasada.
Una vez del otro lado me costó conseguir a algún amable que me quisiera llevar, por lo que tuve que caminar el trecho hacia el pueblo.
Otra vez preguntando por alojamiento me pareció que eran todos muy caros, por lo que compré un poco de fiambre y recorrí la playa buscando un lugar tranquilo y cómodo para probar por primera vez la carpa que llevaba en la mochila. Cené algo, tomé otra cerveza y armé la carpa cerca del cementerio local. Mejor que en varios de los hostels pagados.
Amanecí temprano para desarmar la carpa sin que nadie me quisiera echar a las apuradas. Café en un bar y matecitos para arrancar el día. El siguiente destino era Kotor.
Preparé mi cartel y a los 5 minutos me levantó una pareja de rusos. Ya tenía en vista algunos hostels del pueblo y por supuesto apunté al más barato, y esta decisión iba a cambiar totalmente los próximos 3 días de mi viaje.
Al entrar al cuarto veo en una de las camas un cartón usado como cartel, muy parecido a los que usamos nosotros cuando viajamos a dedo. Me pareció curioso, además de la simpática forma en que estaba escrito ya que apuntaba a “Dubrovnik, Budva o cualquier lugar”.
Cuando vuelvo al dormitorio estaba un chico acostado en la cama donde estaba el cartel. Estaba sin remera, con pantalones cortos de deporte y una barba tan dejada como la mía. Muchas similitudes.
Como se acostumbra uno siempre se saluda en inglés, y él respondió en el mismo idioma pero con un acento raro. Era obvio que era de Sudamérica. Seguimos hablando, pero ahora en español y resulta ser que era una pareja de paraguayos que estaban viajando igual que nosotros. Estaban bajando desde Polonia solo a dedo y tenían que llegar a Grecia para tomar el vuelo de vuelta a casa.
Esa noche comimos juntos, Lali cocinó unos fideos ricos y baratos, era evidente que manejábamos el mismo presupuesto.
Al día siguiente arrancamos juntos hacia Ulcinj, un pueblo en el límite con Albania. Yo la verdad que no tenía un destino definido, solo quería estar en Hvar antes de que Coco llegara, por lo que decidí viajar con los chicos hasta donde me dé el tiempo como para poder pegar la vuelta hacia Croacia.
Desayunamos juntos y fuimos a la ruta a probar suerte. Arrancamos bien: nos levantaron a los 3 para hacer el primer tramo sin separarnos. Las siguientes tiradas las tuvimos que hacer por separado porque si no demoraríamos mucho.
De todas formas habíamos puesto como punto de encuentro un hostel en Ulcinj (habíamos leído que daban cerveza gratis, y no había que desperdiciar esa oportunidad).
Ya me faltaba poco para llegar a destino, estaba a la espera de que el último vehículo me levantara. Frena un auto y ahí estaban mis nuevos compañeros de viaje. Se bajaron e hicimos el último tramo juntos.
Llegamos al hostel, recorrimos un poco la ciudad y regresamos al atardecer para comprobar el mito. Era asi, cerveza gratis y mucha buena onda por parte del staff y huéspedes del hostel.
Muy bien lo pasamos, en un pueblito que nunca me hubiera imaginado conocer y que se caracteriza por tener la playa de arena más larga del Mar Adriático (unos 14km!).
Al día siguiente fuimos en busca de esta interminable costa, que nos habían comentado que al final tenía una isla con una playa nudista, a la cual queríamos ir.
Nos movimos a dedo, bajamos un poco antes a la playa para disfrutar de su inmensidad y de los infinitos kitesurfers que plagaban el lugar. Caminamos hasta llegar al río que divide la gente que anda de malla de la que no.
Con Lali cruzamos nadando el río (llegamos muy de pedo porque la corriente nos empezó a llevar hacia el mar) y Manu, con nuestras pertenencias, le hizo dedo a un Kayak. Ya del otro lado no quedaba más que tomar aire y quitarse los pantalones.
Los tres íbamos derecho, sin mirar hacia los costados. Al principio el pudor se apoderaba de nosotros, pero de a poco empezamos a perder la vergüenza y al final ya estábamos más que cancheros. Fuimos hasta donde se terminaba la playa, pegamos media vuelta sin mirar de más y volvimos sobre nuestros pasos.
Cuando llegamos al hostel tenía que definir hacia donde iba a continuar mi viaje el dia siguiente. Mis compañeros tenían como destino Grecia, pero a mí no me daba el tiempo para ir tan lejos.
Miré un poco el mapa y al final me decidí por ir unos días a Theth, un pueblito perdido en un valle entre montañas, la playa la para Croacia.
Amanecimos temprano y juntos cruzamos la frontera para llegar a Shkoder. Ese fue el punto en que nuestros caminos se separaron, pero estoy seguro que nos volveremos a ver en algún otro sitio.
Paraísos escondidos
Averigüé y el cruce de las montañas solo se podía realizar con camioneta y demoraba casi 5 horas. Esa tarde compré comida y frutas para llevar y a la mañana siguiente fui al punto de partida que me llevaría hacia las cumbres.
Al principio todo era tranquilo y en planicie, pero a medida que ascendíamos las curvas empezaban a aparecer, el camino era cada vez más angosto y el asfalto ya había quedado atrás.
De un lado estaba la pared de roca y del otro el precipicio del que no se veía el fondo. El hombre que manejaba iba como a 80 cuando el camino no daba para más de 40, y en cuanto asomaba la trompa otro vehículo de frente se paraba encima del freno, metía reversa y buscaba el hueco para ceder el paso.
A pesar de lo riesgoso del camino, la belleza del paisaje no se opacaba y uno andaba girando la cabeza de un lado a otro tratando de mirar cada rincón escondido del bosque.
Cerca del mediodía llegamos a Theth, pregunté en una hostería y me dejaron armar la carpa en su parque. Dejé mis pertenencias y seguí un sendero a la par del río para buscar algún espacio para tomar mate.
El lugar fue una aldea en la que solo había una iglesia, 3 hosterías y algunas casas desparramadas como al azar, en las que sus inmensos terrenos eran trabajados para cultivos de consumo propio. Estuve sentado un buen rato, el sol brillaba, pero el calor no era agobiante, se escuchaba el sonido del agua que corría a través de las rocas, el viento que movía las hojas de los árboles y los pájaros que cantaban dando la impresión que se divertían al hacerlo.
El lugar era perfecto, traté de disfrutarlo al máximo. Me puse a pensar acerca de estos últimos meses, de los lugares por los que pasamos, de las personas que conocí, de lo que me esforcé y de la cantidad de cosas que dejé de lado, entre ellos familia y amigos, para poder estar en ese momento ahí: en Albania, en el medio de la montaña y sin tener que dar explicaciones a nadie, haciendo lo que yo quiero y lo que no, no.
También pensé en Coco y en donde estaría en ese momento, lo dejé en Marruecos medio descompuesto de la panza y hacía tiempo que no tenía novedades de él. Seguro lo estaba pasando bien con sus amigos en España.
Después de un par de horas solo con la naturaleza empecé a escuchar voces. Era una pareja de Austriacos que venían de hacer un trekking por la montaña. Les convide unos mates pero como muchas veces pasa, la primera vez que lo prueban ponen cara rara y lo devuelven al primer sorbo.
Nos quedamos hablando un rato, me comentaron que andaban viajando por 3 semanas en una casa rodante, que llegaron hasta el sur de Albania, pero ahora estaban pegando la vuelta a casa.
Esa noche cené un sandwich que tenía, tomé una cervecita por ahí y me fui a la cama temprano porque al día siguiente partía de vuelta hacia Montenegro para tratar de llegar lo antes posible a Hvar (Croacia) y reencontrarme con Coco.
Me llevaron en camioneta hasta un pueblo un poco más transitado y desde ahí crucé a dedo la frontera hasta llegar a Podgorica. Intente salir de la gran ciudad, pero ya se estaba haciendo tarde por lo que decidí hacer noche ahí.
El siguiente día también me demoré mucho para llegar al destino apuntado, estaba en Bosnia a 200km de Hvar y el sol estaba cayendo. Pregunte por un colectivo a Dubrovnik (que era la ciudad más cercana) y me dijeron que por ser domingo no habían colectivos a Croacia.
Caminé hacia una rotonda en las afueras de la ciudad para intentar que algún piadoso me llevara, siempre buscando algún lugar como para poner la carpa en caso de que me agarrara la noche.
Llegué, bajé la mochila, conseguí un cartón para escribir mi próxima ciudad, lo mostré al primer vehículo que pasó y paró sin dudarlo. Cuando bajan la ventanilla, eran los austriacos que había conocido dos días atrás en la montaña. Ellos también iban hasta Dubrovnik asique me levantaron y me llevaron hasta la puerta del hostel en el que había estado hacía diez días.
Cuando los muchachos me vieron llegar se pusieron muy contentos y a los diez minutos habían descorchado la primera birra.
Tenía mucha ansiedad por ver a Jozo y Marija, dos chicos croatas que habían vivido con mi hermano en Dublín, por lo que a la mañana siguiente bien temprano fui a sacar el boleto de barco para Hvar.
Cuando baje del Ferry empecé a mirar de lado a lado buscando a ese croata que había conocido en Córdoba hace 5 años, cuando fue a visitar a mi hermano y a mi..
Ahí estaba él, medio borracho, pero aun así me vio y sin perder tiempo nos pusimos a charlar de todo. Me presento también a Juan y Flor, una pareja de argentinos amigos de él, con los que desde el primer momento me di cuenta de lo buenos pibes que eran.
Jozo me hizo dejar la mochila en el hostel y nos llevó como en un tour acelerado por los bares del pueblo, presentándome personas a las que vería diariamente mientras viviera en la isla. Esa noche también conocí a Marija, la amiga de mi hermano.
Los primeros días de mi estadía en Hvar estuve con Juan y Flor, ya que Jozo y Marija trabajaban. Con los chicos nos organizamos para ir a las playas, comer algo juntos y hasta salir a correr por las mañanas.
Fueron 5 días a puro mate y charla. Recién nos conocíamos pero me pareció como que era de toda la vida. Estoy seguro que los volveré a ver estando en Argentina.
A los 3 días llegó Coco. Cuando lo vi no lo podía creer, pareció haber sido una eternidad desde que nos separamos en Marruecos, nos dimos un abrazo enorme. Lo encontré sin barba y puro hueso… no lo puedo dejar solo 15 días que me viene con 10 kilos menos!!.
Las primeras sensaciones de viajar sòlo fueron medio confusas. La ansiedad y las ganas me sobrepasaban, pero a la vez sentía un poco de miedo, que creo que es normal cuando uno enfrenta algo nuevo.
Con el correr del tiempo fui tomando confianza y los miedos se empezaron a transformar en buenas experiencias, en conocer gente de maravilla y lugares increíbles, en recibir tanto que uno no sabe cómo devolverlo, en pensar un poco en lo vivido, en lo que se viene y en encontrarse a uno mismo para tratar de disfrutar al máximo de esta aventura.
Go Hvar out - by coco
Necesitamos dos días para poder contarnos todo lo sucedido durante nuestros viajes. Se nos hacía difícil poder ir a la playa con otras personas, no podíamos evitar cortarnos para contarnos las últimas anécdotas.
Pasamos dos meses viviendo en un lugar paradisiaco. Jozo era manager del hostel “Hvar Out” y nos había ofrecido ser parte de su staff durante la temporada de verano, ya que estábamos buscando algún trabajo para descansar un poco los hombros de nuestras pesadas mochilas.
Si bien viajar es lo que amamos y es lo que nos viene alimentado el alma los últimos meses, no es fácil mantener el ritmo acelerado de estar no más de tres noches en cada ciudad y vivir con la constante incertidumbre de no saber qué va a pasar el dia de maòana. Necesitábamos un parate y en Hvar íbamos a poder encontrar eso.
El pueblito se encuentra en una de las tantas islas pertenecientes a Croacia y es casi todo peatonal… llegamos a desacostumbrarnos de los autos. Desde lo alto de una sierra lo vigila un antiguo fuerte. Las construcciones son medievales, las fachadas de las casas y las calles están construidas con el mismo adoquín.
Las playas en las que nos bañamos durante esos dos meses creo que han sido las más lindas que mis ojos han podido ver y se me hace difícil pensar que algun dia vaya a ver algo mejor.
Si bien en las costas en vez de arena había piedras tipo canto rodado que te dificultan la entrada y la salida al agua, una vez adentro todo era perfecto: el agua totalmente cristalina, al punto que llegábamos a ver claramente el fondo en puntos donde, aunque nos esforcemos, no llegabamos a tocarlo.
Para evitar el dolor en la planta de nuestros pies, solíamos ir a plataformas de cemento o piedra desde las cuales se entraba al agua de la misma forma que en una pileta. Saltabamos y nadabamos entre peces de diferente tipo que normalmente se acercaban curiosos a nosotros. Normalmente íbamos a sentarnos a alguna de las boyas que sostenían las lanchas y barquitos que estaban estacionados cerca de la gente y ahí nos poniamos a charlar.
Si bien llegamos a tener una rutina bastante armada, no era rutina lo suficientemente cansadora como para que queramos irnos.
Solo hicimos actividades de turistas al inicio de nuestra estadía y sobre el final: alquilamos un barquito con Jozo, Marija, Juan y Flor para ir a algunas playas de las islas que se veían frente al pueblo, subimos al fuerte a ver el sol caer, fuimos invitados a algunos party boat en los que trabajaban chicos de los cuales nos hicimos muy amigos y hasta alquilamos unas motos con otros chicos del staff para recorrer algunas playas y pueblos vecinos.
Nuestro staff era muy variado y al mismo tiempo fue variando su personal. Las recepcionistas eran Summer, de Estados Unidos y Dora, de Croacia. Tambien Jozo cumplia esa funcion ademas de la de manager. Al principio, la chica encargada de la limpieza era Ella, de Inglaterra, pero luego fue reemplazada por Grace, de Australia… por suerte sobre el final de nuestra estadía Ella volvió y pudimos despedirnos de ella. Teníamos un sereno llamado Alvaro, de España, al cual cubrimos las noches que él tenía franco. Por último, en nuestro puesto estuvo trabajando Sam, también de Australia, hasta nuestra llegada.. teóricamente iba a viajar bastante tiempo, pero la pasaba tan bien en Hvar que volvió antes de lo pensado y estuvo viviendo con nosotros en el Hostel para reemplazarnos una vez que partieramos.
Nuestro trabajo seguramente era el mejor ya que estábamos encargados del entretenimiento de los huéspedes: El hostel tenía un Pub Crawl (tour por bares) y nuestro trabajo era llevar de fiesta a quienes estuvieran allí hospedados, y de paso salir con ellos y asegurarnos que la pasen bien.
Cuando llegamos, este pub crawl solo contaba con un bar en el que se le daba un shot gratis a los que fueran con nosotros pero, ya que no era algo demasiado interesante para los huéspedes y no nos dejaba casi nada de plata, nos encargamos de conseguir dos bares más en los que también se les diera un shot de bienvenida. Por supuesto, en cada bar nosotros teníamos bebida gratis.
Nos es imposible contarles sobre todas las personas que fuimos conociendo en estos dos meses. No solo hicimos buenas migas con la gente que trabajaba en Hvar (sea en nuestro hostel o en otros lugares), también pegamos muy buena onda con la mayoría de los huéspedes que pasaron durante esos dos meses, algo que se nos hacía fácil gracias a nuestra función.
De a poco nuestro mapa se fue llenando de nuevas ciudades a las que nuevos amigos nos han invitado a visitarlos. Probablemente, algun dia lo haremos.
Varios viejos amigos también fueron hasta la isla solo para visitarnos: Juan Cruz (amigo de Juan de Río Gallegos) Luti (amigo mío de Porto Alegre) Hernan (primo de flor) y hasta José Manuel de Hellín con otros tres amigos suyos.
Casi sin darnos cuenta nos llegó la hora de la despedida. Esa semana teníamos los ánimos un poco cambiados… si bien disfrutamos de una semana solo para vacacionar, sabíamos que se nos iba a hacer dificil dejar la isla.
En nuestro ultimo dia estaba todo el staff en el hostel… los que volvían para trabajar el último tramo de la temporada y a los que ya se les estaba terminando el tiempo. No se si sera bueno o malo, pero fuimos los primeros en decir adiós y con esto ya todos empezaron a sentir el final de este maravilloso tiempo compartido.
Subimos en la terraza, lugar que se usaba como espacio común del hostel y donde habremos compartido la mayoría de las horas. Summer escribió en varias hojas “happiness is only real when shared” y nos sacamos la última foto todos juntos.
Nos fueron acompañando en la fila del ferry hasta que nos tocó la hora de subir. Nos dimos varios abrazos y más de uno empezó a moquear. Yo sentía lo fuerte que me pegaba el corazón a medida que me iba despidiendo de esta maravillosa gente con la que nos tocó convivir.
El motivo de la tristeza no es pensar que se haya terminado el verano o que nos tengamos que ir de Hvar… nuevos veranos van a venir y quizas algun dia podamos volver a la isla, pero es casi imposible que volvamos a toparnos con las mismas personas… con todas ellas a vez, aunque sea en otro lugar.
Los seguimos saludando con las manos a medida que entrábamos al ferry. Ya adentro, subimos a la cubierta para ver como lentamente nos íbamos alejando de ese pueblo en el que nos sentimos tan a gusto y sin terminar de caer en que nos estábamos yendo.
Del otro lado, el ferry iba hacia la dirección exacta en la que el sol se recostaba sobre el mar azul, formando un atardecer rojizo al cual fotografiaban todas las personas para las cuales Hvar solo había sido un lugar de paso en el que pasaron parte de sus vacaciones. Nosotros no despegamos los ojos de todos aquellos rincones por los que solíamos andar.
Hay momentos que nos incitan a pensar en todo lo que tuvimos que pasar y todo lo que nos costó llegar hasta donde estamos hoy. Son momentos en los que sin quererlo uno infla el pecho.
Todos tenemos sueños. Soñar no cuesta nada, lo que sí cuesta es animarse a dejar los sueños atras y convertirlos en una realidad.
Para terminar con esta publicación, nos gustaría proponerles que cierren los ojos, den click en el video que les dejamos a continuación y dejen que el ritmo de las quenas lleven a sus pensamientos hacia que les gustaría alcanzar algun dia.
Nosotros, por nuestra parte, los cerramos para pensar en los ya alcanzados y en los tantos otros que confiamos en conquistar algun dia.
Para terminar. En caso que hayan acertado al click teniendo los ojos cerrados, les recomendamos ir a consultar a su médico de cabecera… es algo que suele no ser muy normal.
“En viaje, buscando el cielo un cóndor va. Como mi ser, resucitará buscando la luz”.
jueves, 22 de septiembre de 2016
jueves, 12 de mayo de 2016
Cantares
Aceptamos la invitación y fuimos a pasar el fin de semana de Pascua al pueblo de Claudia, la chica que nos alojo en Turín.
El pueblito se llama Acqui Terme y es conocido por sus aguas termales. Al igual que la gran mayoría de las ciudades que conocimos en Italia, también era medieval y estaba lleno de historia.
Según nos comentaron, era una ciudad construida sobre una ciudad antigua, por lo que había muchos puntos arqueológicos y siempre se descubren ruinas nuevas.
Clau tenía algunas cosas que hacer en otra ciudad; asi que nos dejó en manos de sus amigos, gente fenomenal. Pasamos el dia con ellos tomando mates, cervezas y comiendo a mansalva.
Al ser un pueblo chico y no tan turístico, éramos una especie de atracción por la rareza de que haya argentinos de visita.
Algunos amigos de Claudia tenían bares o restaurants y ni bien entramos nos atendian como a cualquier cliente y nos invitaban a lo que queramos.. Era raro pensar que a esas personas no las conocíamos.
Acqui Terme fue nuestra última ciudad en Italia, un país que sentimos como nuestros y en el que conocimos personas fantásticas y vivimos momentos muy lindos.
Donatela, la dueña del restaurant, nos invitó a almorzar antes de irnos, Andrea, el amigo de Claudia que nos alojo, nos acompañó a la Estación de Tren y partimos.
Fuimos hasta Turín a encontrarnos con una parejita Francesa que nos llevaría a Chambery, Francia.
En un principio, nuestro plan era ir bordeando la costa sur francesa para comenzar el Camino a Santiago de Compostela pero decidimos desviarnos por unos dias para llegar a Meribel, donde una visitaríamos a una amiga. Para eso, debíamos primero pasar por Chambery.
El camino de Turín a Chambery fue hermoso. Íbamos viajando a través de los Alpes... las montañas cada vez más altas y nevadas, los pueblitos perdidos entre la nieve y los castillos medievales por doquier.
En Chambery no teníamos alojamiento, por lo que entramos a una especie de Mc Donald francesa en busca de Wi FI.
Lo más cercano que teníamos era una estudiante que nos había dicho que no nos podía alojar porque vivía en una residencia y su habitación era de 12 metros cuadrados, pero al decirle que no nos molestaba; acepto alojarnos.
Se llamaba Gesa y era alemana. La Residencia estudiantil en la que vivía estaba llena de extranjeros de todas partes del mundo. Uno de los pocos franceses se llamaba Alexandre y estaba a pocos meses de irse de intercambio a La Plata.
Enseguida hicimos buenas migas con Gesa y Alexander. Al día siguiente fuimos invitados a dar una caminata por una montaña y tomar unos mates.
En parte no entendi bien lo que íbamos a hacer y por otro lado me daba mucha fiaca desarmar la mochila para sacar zapatillas y medias. Terminé siguiendo el inquebrantable estilo de Juan Alberto y fui con alpargatas, creyendo que era como ir a caminar a una sierra de Tandil.
No saben lo que sufri. La caminata duraba cinco horas, subimos alrededor de 1200 metros, sumado a que en el camino nos llovió y nos nevó.
Por primera vez conocí la nieve y no fue como me lo esperaba... las condiciones, mi estado físico y mi indumentaria no eran de lo más apropiados, haciendo en la sumatoria un combo bastante tedioso y dificil de sobrellevar.
No mucho después de haber subido los primeros 50 metros ya sentía dolor en la espalda y las piernas un tanto pesadas y veía como el grupo se me alejaba por más que me esfuerce por seguirles el ritmo. Me sentía como el gordito que siempre mandan al arco.
En mis momento de soledad al fondo y a lo lejos de la fila, más por cansancio que por disfrute, aprovechaba para parme a observar el paisaje y hacer un ejercicio que siempre me ayudó a poner los pies sobre la tierra.
El ejercicio consistía en cerrar en los ojos y ponerme a pensar en todo lo que me venga a la mente sobre mi vida en Tandil..; pensaba en mi familia, en mis amigos, en las salidas, en el trabajo, en el estudio, etc. Se llega a un punto en el que me compenetro tanto que llegó a sentir que estoy en Tandil y, al abrir los ojos y mirar dónde estoy y qué tengo alrededor, se siente realmente hermoso. Eso me hace disfrutar aún más los momentos.
Seguimos y seguimos subiendo; Cada tanto veía al grupo que a lo lejos se paraba a esperarme y yo decía la orgullosa frase Sigan, pare un segundo a sacar fotos y mirar el paisaje.
Cuando estábamos cerca de la cima la cosa se puso aún más pesada, nos metimos a caminar de lleno en la nieve. En cada paso que daba, mis pies se enterraban y cuando los sacaba perdía las benditas alpargatas, que tantas veces pensé en donarlas a la madre naturaleza,
Intente varias veces, pero llegue a tener los pies tan fríos que no podía ponerme las alpargatas y casi no podía caminar.
Lamento decirles que el gordito del fondo de la fila tuvo que abandonar el barco a no mas de diez minutos de llegar al puerto final. Bajé ese tramo de nieve haciendo culipatin y me quede abajo esperando a los valientes que lograron cumplir el objetivo, mientras calentaba como podia esos pies vencidos.
Por suerte la camiata terminó, volvimos a la residencia, nos pegamos unas duchas bien calientes, merendamos algo y seguimos viaje.
Una vez más nos dimos abrazos apretados de muchas gracias con personas que unos días atrás ni siquiera conocíamos, pero que esperamos volver a cruzar algun dia por nuestros caminos.
Schumacher un poroto
Llegamos a la estacion de trenes de Moutiers, alli nos iria a buscar Delphine, una chica francesa que había conocido el hermano de Juan durante su intercambio en Irlanda y que luego conocimos nosotros durante su viaje por sudamérica.
La estación era inmensa y el punto de encuentro estaba lleno de gente que iba y venía cargando sus valijas, no nos distinguimos fácilmente y no la veíamos por ningun lado a nuestra siguiente anfitriona.
De repente vemos una rubia que venía corriendo hacia nosotros con una sonrisa que le rozaba los bordes de la cara, era Delphine. Nos dio un abrazo fuertisimo a ambos; estaba feliz de reencontrarse con nosotros, y nosotros felices de reencontrarnos con ella.
Durante el viaje al pueblo donde nos alojariamos; varias veces Delphine paró la conversación para asimilar que estábamos en su auto y yendo a su pueblo.
Nos dirigimos a Meribel, un pueblo en los Alpes rodeado por 150 km de pistas de Esqui. Fue en una de estas pistas donde Schumacher sufrió un fuerte accidente esquiando. Todas las construcciones son de maderas, las altas montanas de alrededor están bañadas de blanco, como también los techos del pueblo.
Delphine estaba trabajando como recepcionista en un complejo de departamentos de tiempo compartido y nos consiguió quedarnos en uno de ellos. Era un Departamento para seis personas; donde solo estábamos Juan y yo.
Fue muy raro para mi pasar de no conocer la nieve a estar una semana entera teniendo actividades de todo tipo al aire libre con este nuevo estado climático.
Hicimos caminatas por las montanas; corrimos carreras en trineo, fuimos a lagos congelados, nos invitaron a comer Fondue y, sobre todo; esquiamos… esto merece un párrafo aparte.
Gracias a algunos olvidadizos que dejaron sus ropas en el complejo, Delphine nos consiguió las vestimentas necesarias para poder esquiar. También nos consiguió descuentos para el alquiler de Esquí y Snowboard.
Obviamente fue mi primera vez y, como instructor, no contaba nada más ni nada menos que con juancito… quien me comentaba que la última vez que había esquiado terminó con una fractura expuesta, el panorama no era muy alentador.
Estuvimos un día entero subiendo y bajando de la montaña sobre esas tablillas deslizantes. Yo fui un continuado aterrizaje en la nieve. No duraba ni diez segundos en pie y, cada vez que me caía, tardaba algunos minutos para recobrar las fuerzas y voluntades necesarias para volver a estar predispuesto a sufrir una nueva caída.
Mientras intentaba pararme veía pasar a velocidad tren bala a nenitos de no mas de siete u ocho años… algunos de ellos quizás se sentían curiosos de ver un grandulón con tan pocas facultades motrices y se acercaban a preguntarme si estaba bien.
Fue bastante doloroso e irritante, pero igualmente tuvo un sabor especial. Cada vez que estaba desparramado sobre ese suelo refrescante, mirando al cielo y preguntándome cuánto faltaría para terminar con ese martirio, sentia mi voz interior dandome aliento, diciendome “dale que vos podes”
.
El esquí me generó ese sabor de agridulce de sentir que lo intente y que sobreviví al intento. Y que siempre tuve las fuerzas necesarias para caerme y seguir intentándolo.
C'est la vie
Ya es así nuestra rutina:
Te despiertas pensando cuanto tiempo te queda para irte.
Empezas a buscar las partes desparramadas de tu mochila y pensas en como vas a hacer esta vez para rearmar ese rompecabezas. Una vez reclutadas todas las pertenencias, miras el poco espacio disponible y sentís que esta vez no vas a lograrlo, que cómo lo pudiste hacer unos días atrás; que para qué trajiste aquello supuestamente indispensable, que todavía no asomó narices fuera de tu equipaje.
Quizás sean las buenas compañías las que hacen que postergues la partida hasta último momento.
Llega la hora indicada y otra nueva despedida en puerta. Las palabras de agradecimiento no logran ni por cerca completar el espacio vacío, momento en el que los abrazos fuertes son los mejores intérpretes de tus sentimientos y se hacen los protagonistas de la escena.
Mientras Delphine nos llevaba nuevamente a Moutiers me di cuenta de una cosa muy importante, me gire sobre mi izquierda y dándole la mano a Juan le dije “feliz primer mes de rutas”.
Nos pusimos a charlar y se nos hacía imposible pensar en que tan solo íbamos un mes de viaje; Se nos hacían muy alejados en el tiempo nuestros primeros días en Roma y los paseos con Maria.
Estábamos llegando a un estado deseado, estábamos perdiendo la noción del tiempo y estábamos viviendo con intensidad cada día y cada instante.
Regresamos a Chambery, esta vez Gesa no nos podía alojar porque tenia exámenes durante la semana. Nuestra nueva anfitriona se llamaba Vanille, una chica de 23 años que estaba planeando realizar un viaje similar al nuestro y nos tomó como consejeros.
Más allá de su estudio, Gesa logró hacerse un tiempo para nosotros y nos invitó a caminar a unas sierras altas cerca de la ciudad, esta vez una caminata de unas cuatro horas pero sin nieve.
La subida fue dura; pero en la cima estaba la recompensa. El paisaje era hermoso.
Gesa es una persona con la que sentíamos mucha confianza aunque la conocieramos hace poco tiempo y todas las charlas con ella eran muy interesantes. Relajados, en la cima del camino, nos pusimos a charlar de nuestro viaje y de nuestra vida anterior al mismo.
Le comentamos que ambos teníamos vidas cargadas de horarios y responsabilidades.
En su caso, Juan comenzó a trabajar cuando apenas había terminado sus estudios. El vivía en Córdoba pero siempre tenía que viajar por trabajo ya que tenía obras a cargo en otras ciudades. Se había hecho costumbre para él levantarse a las cinco de la mañana para ir trabajar y volver cuando caía el sol.
En mi caso comencé a trabajar cuando iba por la mitad de mis estudios y estuve cuatro años con estas dos actividades en paralelo. Mis días consistían en levantarme a las siete de la mañana para volver cerca de las diez de la noche.
Creo que a ninguno de nosotros le importaba demasiado esto, sabíamos que era un gran esfuerzo para poder luego hacer el viaje que teníamos planeado. Pero la charla siguió sus rumbos de filosofía barata.
Le dijimos a Gesa que en nuestras vidas en Argentina no nos sentíamos libres. A veces sentíamos injustos el no poder hacer determinadas cosas que realmente queríamos por los “tengo que”.
Por primera vez conocí la nieve y no fue como me lo esperaba... las condiciones, mi estado físico y mi indumentaria no eran de lo más apropiados, haciendo en la sumatoria un combo bastante tedioso y dificil de sobrellevar.
No mucho después de haber subido los primeros 50 metros ya sentía dolor en la espalda y las piernas un tanto pesadas y veía como el grupo se me alejaba por más que me esfuerce por seguirles el ritmo. Me sentía como el gordito que siempre mandan al arco.
En mis momento de soledad al fondo y a lo lejos de la fila, más por cansancio que por disfrute, aprovechaba para parme a observar el paisaje y hacer un ejercicio que siempre me ayudó a poner los pies sobre la tierra.
El ejercicio consistía en cerrar en los ojos y ponerme a pensar en todo lo que me venga a la mente sobre mi vida en Tandil..; pensaba en mi familia, en mis amigos, en las salidas, en el trabajo, en el estudio, etc. Se llega a un punto en el que me compenetro tanto que llegó a sentir que estoy en Tandil y, al abrir los ojos y mirar dónde estoy y qué tengo alrededor, se siente realmente hermoso. Eso me hace disfrutar aún más los momentos.
Seguimos y seguimos subiendo; Cada tanto veía al grupo que a lo lejos se paraba a esperarme y yo decía la orgullosa frase Sigan, pare un segundo a sacar fotos y mirar el paisaje.
Cuando estábamos cerca de la cima la cosa se puso aún más pesada, nos metimos a caminar de lleno en la nieve. En cada paso que daba, mis pies se enterraban y cuando los sacaba perdía las benditas alpargatas, que tantas veces pensé en donarlas a la madre naturaleza,
Intente varias veces, pero llegue a tener los pies tan fríos que no podía ponerme las alpargatas y casi no podía caminar.
Lamento decirles que el gordito del fondo de la fila tuvo que abandonar el barco a no mas de diez minutos de llegar al puerto final. Bajé ese tramo de nieve haciendo culipatin y me quede abajo esperando a los valientes que lograron cumplir el objetivo, mientras calentaba como podia esos pies vencidos.
Por suerte la camiata terminó, volvimos a la residencia, nos pegamos unas duchas bien calientes, merendamos algo y seguimos viaje.
Una vez más nos dimos abrazos apretados de muchas gracias con personas que unos días atrás ni siquiera conocíamos, pero que esperamos volver a cruzar algun dia por nuestros caminos.
Schumacher un poroto
Llegamos a la estacion de trenes de Moutiers, alli nos iria a buscar Delphine, una chica francesa que había conocido el hermano de Juan durante su intercambio en Irlanda y que luego conocimos nosotros durante su viaje por sudamérica.
La estación era inmensa y el punto de encuentro estaba lleno de gente que iba y venía cargando sus valijas, no nos distinguimos fácilmente y no la veíamos por ningun lado a nuestra siguiente anfitriona.
De repente vemos una rubia que venía corriendo hacia nosotros con una sonrisa que le rozaba los bordes de la cara, era Delphine. Nos dio un abrazo fuertisimo a ambos; estaba feliz de reencontrarse con nosotros, y nosotros felices de reencontrarnos con ella.
Durante el viaje al pueblo donde nos alojariamos; varias veces Delphine paró la conversación para asimilar que estábamos en su auto y yendo a su pueblo.
Nos dirigimos a Meribel, un pueblo en los Alpes rodeado por 150 km de pistas de Esqui. Fue en una de estas pistas donde Schumacher sufrió un fuerte accidente esquiando. Todas las construcciones son de maderas, las altas montanas de alrededor están bañadas de blanco, como también los techos del pueblo.
Delphine estaba trabajando como recepcionista en un complejo de departamentos de tiempo compartido y nos consiguió quedarnos en uno de ellos. Era un Departamento para seis personas; donde solo estábamos Juan y yo.
Fue muy raro para mi pasar de no conocer la nieve a estar una semana entera teniendo actividades de todo tipo al aire libre con este nuevo estado climático.
Hicimos caminatas por las montanas; corrimos carreras en trineo, fuimos a lagos congelados, nos invitaron a comer Fondue y, sobre todo; esquiamos… esto merece un párrafo aparte.
Gracias a algunos olvidadizos que dejaron sus ropas en el complejo, Delphine nos consiguió las vestimentas necesarias para poder esquiar. También nos consiguió descuentos para el alquiler de Esquí y Snowboard.
Obviamente fue mi primera vez y, como instructor, no contaba nada más ni nada menos que con juancito… quien me comentaba que la última vez que había esquiado terminó con una fractura expuesta, el panorama no era muy alentador.
Estuvimos un día entero subiendo y bajando de la montaña sobre esas tablillas deslizantes. Yo fui un continuado aterrizaje en la nieve. No duraba ni diez segundos en pie y, cada vez que me caía, tardaba algunos minutos para recobrar las fuerzas y voluntades necesarias para volver a estar predispuesto a sufrir una nueva caída.
Mientras intentaba pararme veía pasar a velocidad tren bala a nenitos de no mas de siete u ocho años… algunos de ellos quizás se sentían curiosos de ver un grandulón con tan pocas facultades motrices y se acercaban a preguntarme si estaba bien.
Fue bastante doloroso e irritante, pero igualmente tuvo un sabor especial. Cada vez que estaba desparramado sobre ese suelo refrescante, mirando al cielo y preguntándome cuánto faltaría para terminar con ese martirio, sentia mi voz interior dandome aliento, diciendome “dale que vos podes”
.
El esquí me generó ese sabor de agridulce de sentir que lo intente y que sobreviví al intento. Y que siempre tuve las fuerzas necesarias para caerme y seguir intentándolo.
C'est la vie
Ya es así nuestra rutina:
Te despiertas pensando cuanto tiempo te queda para irte.
Empezas a buscar las partes desparramadas de tu mochila y pensas en como vas a hacer esta vez para rearmar ese rompecabezas. Una vez reclutadas todas las pertenencias, miras el poco espacio disponible y sentís que esta vez no vas a lograrlo, que cómo lo pudiste hacer unos días atrás; que para qué trajiste aquello supuestamente indispensable, que todavía no asomó narices fuera de tu equipaje.
Quizás sean las buenas compañías las que hacen que postergues la partida hasta último momento.
Llega la hora indicada y otra nueva despedida en puerta. Las palabras de agradecimiento no logran ni por cerca completar el espacio vacío, momento en el que los abrazos fuertes son los mejores intérpretes de tus sentimientos y se hacen los protagonistas de la escena.
Mientras Delphine nos llevaba nuevamente a Moutiers me di cuenta de una cosa muy importante, me gire sobre mi izquierda y dándole la mano a Juan le dije “feliz primer mes de rutas”.
Nos pusimos a charlar y se nos hacía imposible pensar en que tan solo íbamos un mes de viaje; Se nos hacían muy alejados en el tiempo nuestros primeros días en Roma y los paseos con Maria.
Estábamos llegando a un estado deseado, estábamos perdiendo la noción del tiempo y estábamos viviendo con intensidad cada día y cada instante.
Regresamos a Chambery, esta vez Gesa no nos podía alojar porque tenia exámenes durante la semana. Nuestra nueva anfitriona se llamaba Vanille, una chica de 23 años que estaba planeando realizar un viaje similar al nuestro y nos tomó como consejeros.
Más allá de su estudio, Gesa logró hacerse un tiempo para nosotros y nos invitó a caminar a unas sierras altas cerca de la ciudad, esta vez una caminata de unas cuatro horas pero sin nieve.
La subida fue dura; pero en la cima estaba la recompensa. El paisaje era hermoso.
Gesa es una persona con la que sentíamos mucha confianza aunque la conocieramos hace poco tiempo y todas las charlas con ella eran muy interesantes. Relajados, en la cima del camino, nos pusimos a charlar de nuestro viaje y de nuestra vida anterior al mismo.
Le comentamos que ambos teníamos vidas cargadas de horarios y responsabilidades.
En su caso, Juan comenzó a trabajar cuando apenas había terminado sus estudios. El vivía en Córdoba pero siempre tenía que viajar por trabajo ya que tenía obras a cargo en otras ciudades. Se había hecho costumbre para él levantarse a las cinco de la mañana para ir trabajar y volver cuando caía el sol.
En mi caso comencé a trabajar cuando iba por la mitad de mis estudios y estuve cuatro años con estas dos actividades en paralelo. Mis días consistían en levantarme a las siete de la mañana para volver cerca de las diez de la noche.
Creo que a ninguno de nosotros le importaba demasiado esto, sabíamos que era un gran esfuerzo para poder luego hacer el viaje que teníamos planeado. Pero la charla siguió sus rumbos de filosofía barata.
Le dijimos a Gesa que en nuestras vidas en Argentina no nos sentíamos libres. A veces sentíamos injustos el no poder hacer determinadas cosas que realmente queríamos por los “tengo que”.
Tantas veces no habremos viajado con amigos; no habremos ido a jugar un picado, no habremos salido los fines de semana por tener que estudiar o tener que trabajar.
José Mujica dijo una vez “muchas personas no se dan cuenta que cuando compran algo no están gastando dinero. Están gastando el tiempo que les llevo obtener ese dinero”.
El dinero no son más que papeles de colores que las personas le dan un valor determinado, pero en sí no debería tener valor semejante. El dinero es algo que se puede ganar o perder de la noche a la manaba. El dinero se puede heredar; puede ser que te lo roben y puede ser que lo encuentres tirado en la calle.
Pero el tiempo no lo vas a encontrar en ningún lado. No tiene tanto sentido invertir tiempo tratando de obtener esos papeles si no sabes para qué los querés usar… quizás cuando te des cuenta que era lo que realmente querías, ya se te va a haber pasado el tiempo.
Fueron muchas las personas que antes de nuestro viaje nos dieron sus palabras de aliento, escuchamos muchos “como me hubiese gustado hacerlo cuando tenía tu edad”; “quisiera volver el tiempo atrás para hacer lo mismo que ustedes” o “como me gustaría que mis hijos piensen así y se vayan a recorrer el mundo”
Le dijimos a Gesa que nos sentíamos afortunados de haber sabido siempre que era lo que queríamos hacer con nuestro dinero, supimos que lo queríamos invertir en ganarle algún tiempo a la vida y salir a vivirla, por tiempo indeterminado.
Quizás la charla fue muy profunda y no se me hace fácil pasarla a papel, sé que suena como un antisocial hablando de las cosas feas que nunca van a cambiarse, pero ese fue uno de esos momentos en los que nos sentimos orgullosos de haber sabido mantener nuestros deseos y convicciones, que muy de a poco van dando sus frutos
.
El ultimo dia en Chambery lo pasamos relajados visitando familiares y amigos de Vanille, fue un lindo domingo al modo francés.
Y ya es cuestión de rutina, un nuevo despertar y un nuevo armado de rompecabezas… una nueva despedida en puerta.
Miras por última vez a esas personas que el camino te puso en frente y deseas de corazón que la historia se repita, en otros tiempos o en otras rutas.
Otra vez sentís que el tiempo se te pasó demasiado rápido y que debería haber más cosas para compartir con la persona que acabas decirle adiós, pero viaje debe seguir rodando. Asi es la vida o, como acostumbran a decir en Francia, “c'est la vie”.
Miedo a nada
En el Centro de Refugiados de Florencia conocimos una mendocina bastante corajuda, era la única mujer allí hospedada. Su nombre es Trinidad.
Luego de unas semanas, caminando por la lujosa Montecarlo, la cruzamos de casualidad y pasamos la tarde con ella tomando mate en la playa. Entre mate y mate, Trini le enseñó a Juan a hacer pulseras y prometió dejarnos algunos rollos de hilo en la casa de su prima en la ciudad de Avignon, Francia.
Después de nuestro segundo paso por Chambery, nos fuimos en búsqueda de la materia prima que quizás algún día nos deje algún manguito.
Esa noche dormimos en la casa de la amiga de una amiga de Delphine, que obviamente nosotros no conocíamos. La anfitriona estaba bastante asustada por alojar a dos extraños en su casa, lo demostraba en sus mensajes antes de llegar y en las charlas ya allí.
Se llamaba Florence. Después de cenar estábamos desarrollando sin sobresaltos la conversación normal que se tiene con cada persona que vamos conociendo. Los tópicos mejor posicionados en el ranking podrían ser:
- Qué hacíamos de la vida antes del viaje.
- De qué parte de la Argentina somos
- Cómo nos conocimos.
- Por qué decidimos hacer este viaje
Pero una extraña pregunta de Florence corto con la armonía de la conversación:
- “No les da miedo relacionarse tanto con desconocidos?”, dijo.
Nos quedamos unos segundos callados, asimilando la inesperada pregunta.
Nuestra respuesta fue que no veíamos por qué no confiar en los demás solo por ser desconocidos. El mundo no está tan loco como se dice en la televisión. Los noticieros generalmente muestran sucesos trágicos que te hacen creer que todo allá afuera es una locura.
En el fondo, independientemente del color, religión o país de origen, todos buscamos lo mismo: felicidad. Todos deseamos algún día tener un trabajo que nos guste, una pareja con la que se tenga amor mutuo, tener hijos y luego desearemos lo propio para ellos.
No vemos el motivo por el cual desconfiar de un desconocido antes de conocerlo.
Nuestro paso por Avignon fue semi fugaz, pero podemos decir que es un muy lindo pueblo. Su centro comercial está totalmente amurallado y tiene un medio puente muy famoso: el Puente de Avignon.
Nuestro siguiente destino fue Marsella, a donde llegamos haciendo dedo, luego de ser levantados en dos ocasiones.
Alina Greis es una alemana que hace tres años estuvo de intercambio en Tandil. Actualmente está haciendo sus prácticas de medicina en Marsella, a donde nos invitó a visitarla.
Muchas personas nos dijeron que la ciudad era muy peligrosa por tener un puerto al que llegó una gran ola de inmigrantes en los últimos años. Nada que ver, lo que hace tan particular a Marsella es la diversidad de culturas que allí conviven,
Alina vive en la zona céntrica, muy cerca del puerto, justamente en la zona donde tantas culturas conviven. Caminas por Marsella y a cada metro te parece que estás en un país diferente y la arquitectura es tan similar a la de Buenos Aires que hay muchas esquinitas que parecieran ser porteñas.
De las cosas más interesantes que hicimos en la ciudad fue visitar los Calanques: altas montañas de piedra visible, con senderos perfumados por las plantas de lavanda y romero, y juntas a las aguas transparentes del Mediterráneo.
Para nuestro último día teníamos muchos paseos planeados. El primero de ellos era ir a una iglesia decorada por con ofrendas de marineros que habían sobrevivido a tempestades o naufragios en el mar y que, al estar encima de una montaña, ofrecía una vista panorámica de toda la ciudad.
La vista del mar, la ciudad y las montañas era muy linda, pero hubo otra cosa que capturó nuestra atención: una canchita de fútbol en la que se estaba jugando un picadito.
No pudimos con nuestro ego. A la mierda los paseos! Saltamos el alambrado y nos pusimos a patear por todo lo que quedaba de la tarde.
Marsella seguirá estando linda y en el mismo lugar para cuando podamos volver a visitarla.
Estereotipos
Pocos minutos antes de dejar el departamento de Alina recibí un mensaje por CouchSurfing de un chico de Toulouse, diciendo que nos alojaría esa noche y la siguiente en su casa.
En su foto de perfil tenía buena pinta: el pelo corto y bien peinadito, afeitado a cero y vestido con saco, camisa y corbata. Parecía un tipo “bien”.
El punto de encuentro era en la última estación de subte por la noche. El lugar estaba bastante oscuro y desolado, las pocas personas que merodeaban por ahí no parecían ser de fiar.
Después de unos minutos vimos entrar por la puerta a un chico que tenía toda la pinta de venir a la estación a pedir monedas: Tenía zapatillas de correr bastante sucias, pantalón muy suelto negro como el buzo, una rompevientos verde clara y una gorra de color desgastado. Media algo de dos metros y era bastante morrudo Tenía el pelo por los hombros y la barbar le llegaba al pecho.
Se fue acercando a nosotros cada vez más. Estaba a punto de decirle que no tenía monedas cuando me preguntó si veníamos por CouchSurfing sonriendo y dejando ver que le faltaban la mayoría de sus dientes.
Ese era nuestro anfitrión, Boris. Algo diferente a lo que mostraba su foto de perfil.
Nos dijo que para llegar a su casa teníamos que tomarnos un colectivo, del cual nos bajamos en la última parada. Desde allí teníamos que caminar unas cinco cuadras más. El camino era cada vez más oscuro hasta terminar en un terreno baldío.
Boris empezó a caminar entre los yuyos. Era todo bastante raro, pero lo seguimos igual
Atravesamos el terreno y del otro lado estaba el departamento donde vivía Boris… no era una choza como nos veníamos imaginando.
Nos abrió la puerta y fue de lo más hospitalario y amigable. Nos hizo de cenar ya que no teníamos donde comprar comida y nos sentamos a tener otra vez una de esas primeras charlas protocolares con un recién conocido.
Con 35 años la vida de Boris iba viento en popa: convivía con su novia y acababa de armar su propia empresa inmobiliaria.
Un día, venía tranquilamente en su moto por la ciudad de Toulouse, cuando un auto dobló sin verlo y lo embistió haciéndolo volar por el aire. Desde ese día su vida cambió radicalmente.
El accidente lo dejó ocho meses internado en un hospital luchando por su vida.
Sufrió varias operaciones en muchas partes diferentes del cuerpo, tuvo que cerrar su empresa y perdió a su novia.
Su apariencia también tuvo que cambiar. Boris se dejaba la barbar larga para ocultar las cicatrices del desplazamiento de su mandíbula, que a su vez fue lo que le hizo perder varios de sus dientes. También comenzó a usar la ropa holgada para evitar algunos dolores.
Te contaba su historia y parecía que estaba relatando una fea pesadilla, pero por suerte él no lo veía como tal .
Boris era consciente de que fue un afortunado por no perder sus piernas ni sus brazos y aún más afortunado por estar vivo.
Hablar de la vida con él fue algo muy particular. Creo que fuimos muy afortunados de haberlo encontrado en nuestro camino.
Hacía solo cuatro meses que había salido del hospital. Hoy en día valora cosas simples y cotidianas como despertarse cada mañana para vivir un nuevo día, sentir el aire inflar su pecho al respirar, el calor del sol los días despejados o hasta escuchar el canto de los pájaros.
Tampoco piensa en cómo hacer para recuperar a su novia o a su empresa, solo piensa en vivir cada día al máximo y en viajar por el mundo para tener nuevas experiencias.
Por su parte, Toulouse es también una ciudad muy interesante para ser visitada. Tuvimos la suerte de coincidir con el día de los carnavales, por lo que las calles estaban muy pintorescas y la gente disfrazada de formas peculiares.
Sin embargo, todos los flashes de esta parada se los llevo el gran Boris, que al fin y al cabo no era el mendigo que parecía ser. Era otro desconocido con una buena historia para contarnos.
El camino de las competencias
Haciendo dedo llegamos hasta Saint Jean Pied de Port, un pueblito francés cercano a la frontera con España.
Siempre fue uno de los grandes objetivos de nuestros viajes por Europa hacer el Camino a Santiago de Compostela, y desde aquí lo iniciaríamos.
Como todos los peregrinos, arrancamos muy tempranos a caminar, a eso de las 07.00hs.
Mientras caminaba me fui dando cuenta que el Camino a Santiago no era más que un cúmulo de competencias constantes y simultáneas:
1- La primera era entre uno mismo y su mochila. Se hacía duro cargar el peso del equipaje en las subidas y casi igualmente difícil soportarlo en las bajadas.
En tantísimos tramos pareciera que tu mochila quiere ir en sentido contrario al tuyo, como si te retara a una batalla entre dos para ver quien es el más fuerte.
Cada tanto soles pedirle un respiro, te sentas y la dejas caer al suelo. Descansar algunos minutos y, aunque sigas sintiendo los hombros doloridos, la cargas nuevamente y volves al campo de batalla.
2- Tu cuerpo juega una competencia privada. Las diferentes partes que te componen compiten por ver cuál es la que te hace sentir mayor dolor.
Cada tanto suelen ser los hombros, otra vez serán los pies, puede que sean las rodillas y hasta la propia espalda. Va variando quien marcha a la cabeza pero, cuando lo logra, la intensidad de su dolor te hará olvidar los demás dolores para que puedas enfocarte solamente en la ganadora parcial.
3- El propio camino también juega una competencia aparte. Hay tramos en los que cada paso se hace vitalmente importante, lo medís minuciosamente para no poner el pie en el lugar equivocado, pero no es tan fácil.
La naturaleza te rodea y le compite al camino por llevarse tu mirada. Son tan hermosas las montañas nevadas, la paz de los bosques, la belleza de los pastizales del campo y de los montes que haces valer el viejo refrán “tropezón no es caída”.
4- Claramente, la última competencia por contarles es la más importante de todas.
Son muchos los peregrinos que se dirigen a diario hacia un mismo lugar: Algunos salen tan temprano por la mañana que se hace casi imposible alcanzarlos, a otros ya los dejás atrás antes de arrancar.
Son varios los que se descuidan y, por quedarse descansando las piernas más de la cuenta, te da la sensación que ni les importa ésta competencia. Otros van tan rápido que al verlos pasar les dirías que tienen la competencia ganada, que no hace falta seguir con esto.
Alcances a algún peregrino o seas alcanzado por otro, la situación es siempre la misma: Quien pasa al frente y quien queda relegado se miran a la cara, sonrien y mutuamente se desean “buen camino”... buena competencia.
Es que todos los que lleguen a destino serán ganadores de ésta última competencia, dura por demás contra uno mismo.
Quienes llevan la delantera en ésta competencia y se mantienen como punteros invictos son la fuerza de voluntad y el amor propio. Por suerte son muchas las personas que peregrinan a diario por los mismos senderos dándose fuerzas los unos a los otros en los momentos en los que se quiere tirar la toalla.
En total caminamos 70 km en tres días , llegando hasta la ciudad de Pamplona. Fueron días intensos, conocimos muchas personas de diferentes partes del mundo y nos conocimos más en profundidad a nosotros mismos.
Al caminar se fue armando una pequeña comunidad, ya que todos los días veías las mismas caras las que se veían al despertar y al irnos a dormir.
Por otro lado, también armamos nuestro mini grupo. Los últimos dos días caminamos junto a una chica de Pamplona, un italiano, un cantábrico y un chico de la parte francesa del País Vasco. Íbamos todos a un mismo ritmo, esperando al que viniera complicado con sus competencias, alentando en los momentos que se hacía necesario y compartiendo mates y provisiones en las paradas.
Si bien apenas nos conocíamos, la despedida se hizo bastante triste.. algunos seguirían caminando y otros dejaríamos el camino por algunos días..
Las competencias fueron realmente duras pero por suerte Sandra, la peregrina de Pamplona que conocimos caminando por ahí, nos dijo una frase tan cierta que era inevitable que aparezca al final de esta sección de nuestra travesía.
“Prefiero cargar con el peso de mi mochila, antes que cargar con el peso de mi rutina”.
Reencuentro en Euskadi
Haciendo dedo llegamos a San Sebastián.
Entre finales del año 2012 y principios del 2013, dos vascas fueron compañeras mías de trabajo en Tandil, llamadas Leire y Belén Para nosotros era una parada obligatoria pasar a visitarlas
Como ambas trabajan, con Juan nos quedamos haciendo tiempo en la playa.A medida que se acercaba la hora del reencuentro me iba creciendo la ansiedad Se hizo la hora pactada y ahí estaban las dos, juntas como hace tres años atrás.
Fuimos demasiado consentidos durante todo el fin de semana. Las chicas nos tuvieron ocupados todo el tiempo, paseando de acá para allá, conociendo todo lo que había que conocer en sus pagos, sus vidas y su cultura.
Había momentos en los que a los tres nos parecía que no había pasado tanto tiempo, no parecía que hayan sido tres años. A veces los lazos que forjan las amistades se mantienen firmes a pesar de los años y la distancia.
No es necesario estar en contacto permanente con ciertas personas para saber que cuando se las reencuentre todo va a seguir siendo como antes. En la verdadera amistad no hace falta ser inseparables, hace falta que al estar separados nada cambie.
Fue un rápido, intenso y hermoso fin de semana con sus compañías. Nos hicieron sentir mucho afecto permanentemente.
Llegó el momento de irse y otra vez el tema de las despedidas angustiante y alguna que otra lágrima que hace fuerza por no salir.
De todos modos, con estas personas, siempre te queda la sensación que volverá a haber un lindo reencuentro… sin importar donde ni cuando.
Amar en tiempos de cólera
Con la crisis del 2001 mis viejos, al igual que la muchos, quedaron sin laburo y les era difícil salir adelante.
En esos años pensaron en la posibilidad de buscar mejor fortuna en el viejo continente, lo que los llevó a rastrear a los familiares de sus abuelos inmigrantes, con el fin de poder obtener la doble ciudadanía.
Por parte materna, buscaron los datos de mi bisabuelo español Francisco Lolo, dando con un pueblito de 13 habitantes llamado Samprón. Actualmente habita solo una persona.
Durante varios años nos mantuvimos en permanente contacto con nuestros familiares lejanos, mediante carta o teléfono fijo.
Luego de despedirnos de las vascas, los padres de Belén nos dejaron en Portugalete, cerca de Bilbao. Estaba muy ansioso por conocer en persona a esos familiares con la que hace tantos años me comunicaba.
Subimos el ascensor del edificio y ahí estaba kiko: zapatos negros, pantalón de vestir, sweater escote en “v”, camisa a cuadros, anteojos y el pelo enteramente blanco. Una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo la puerta entreabierta. En la mirada se le notaba la tristeza que hacía evidenciar aún más en sus conversaciones.
Kiko se había casado a sus 23 años con Sofía, con quien compartió 55 años hasta que la muerte los separó.
Juntos tuvieron una hija y posteriormente un nieto que le estaban permanentemente encima al viudo, sin embargo él se sentía muy sólo. Todo el tiempo decía que su humor ya no era el mismo y se le hacía difícil encontrarle sentido a la vida sin su amada Sofía.
Por las noches, después de cenar, nos sentábamos en los sillones de la sala. Kiko encendía la televisión, que terminaba siendo sólo un ruido de fondo, y se sentaba al lado de la lámpara que le alumbraba media cara.
Con cada tema de conversación o cada pregunta que le hacíamos, kiko terminaba haciendo monólogos en los que la conclusión siempre era la misma: qué triste que es la vida al fin y al cabo.
No era tedioso escucharlo. Tenía una forma tan poética y pausada de hablar que todo lo que digería nos capturaba la atención y nos mantenía en suspenso. Pero kiko era un tango viviente.
Sus palabras nos hacían ir a dormir angustiados y quedarnos un rato en la cama sin poder dormir.
Por las mañanas todo cambiaba. Al mediodía, después del desayuno, nos íbamos de “chiquitos” con kiko y su grupo de amigos. Recorremos varios bares tomando media copa de vino en cada uno.
El barrio en el que vivían estaba envejecido, casi no vimos personas menores de 70 años.
Kiko andaba despacito y paraba a charlar con todo el que le pasara cerca. La gente lo saludaba con una sonrisa y él siempre tenía algo para decirles y hacerles mantenerles la sonrisa. Incluso entre los de su grupo era el más lúcido y picarón.
Era difícil en ese ambiente. Todos sufrían la falta de algún ser querido o los golpes que el correr de los años les fueron afectando sus saludes.
Germán había perdido a su mujer, Marcial a su nuera, esposa de Baldomero, Servando sufría la falta de los hijos que nunca tuvo y Daniel, de casi 90 años, ya sentía que le quedaba poca cuerda para seguir tirando.
A nuestra edad solemos creer que, cuando lleguemos a viejos, estaremos mejor predispuestos a esa última etapa de la vida, llamada muerte. Probablemente nos enfocaremos en valorar los años vividos con felicidad
Ninguno era el caso. Todos le veían el vaso medio vacío a sus vidas y quizás es eso lo que nos vaya a pasar cuando lleguemos a la tercera edad. Tal vez no es fácil ver lo vivido con felicidad, sabiendo que es poco lo que queda por vivir.
Era lindo salir de chiquitos con kiko y verlo sonreír… verlo tener ese buen ánimo contagioso que a la distancia siempre le había sentido.
Estiramos nuestra estadía en Portugalete para estar presentes en el cumpleaños Nº 80 de kiko. Desayunamos, salimos de chiquitos para despedirnos de la cuadrilla, almorzamos y nos llegó la hora de volver a la ruta.
Kiko nos despidió entre lágrimas, diciendo que nuestra compañía le había traído mucha felicidad. Lo abrazamos un par de veces por última vez y nos fuimos alejando en silencio.
I lowe
Rafa fue una de las personas que conocimos en nuestro primer paso por el Camino de Santiago.
Vivía en la ciudad Torrelavega y junto a un amigo dirigían la sucursal de una empresa de pintura. Se encargaban de la venta y distribución por el norte de España.
Eran sólo tres personas trabajando en ésta sucursal, por lo que su trabajo le demandaba muchas horas al día, pero no parecía que fuese lo que ocupaba la mayor parte de sus pensamientos.
El menor de sus hijos, de 5 años, nació con el Síndrome de Lowe, lo que le generaba problemas renales, cataratas, autismo leve y una esperanza de vida de 40 años.
El Síndrome de Lowe es una de las denominadas “enfermedades raras” y no cuenta con demasiado apoyo a las investigaciones para el desarrollo de tratamientos salvadores.
Rafa y su mujer se encontraron con un duro problema, pero no se quedaron de brazos cruzados y salieron a las calles en búsqueda de una solución.
El día de hoy Rafa preside una Organización creada para recaudar financiamiento y con esto apoyar proyectos de investigación que puedan salvarle la vida a su hijo y la de muchos otros niños en España.
Antes de despedirlo en Pamplona nos invitó a visitarlo en su ciudad y allí fuimos con mucho gusto.
Nos habíamos conocido hacía no más de dos semanas, pero cuando lo reencontramos parecía que nos estábamos juntando nuevamente con un amigo de toda la vida que hacía mucho tiempo que no veíamos.
Fuimos al local/depósito de pinturas, juntamos algunos pallets, inflamos algunos colchones de esos que se desinflan a los 15 minutos, un par de frazadas y todo listo. Para nosotros un 5 estrellas.
Durante nuestra estadía hubo una tarde en la que Rafa tenía compromisos, asi que nos dejo en manos de su amigo Héctor para que nos paseara, otro tipo de historia interesante.
A los 23 años Héctor entró a trabajar a una fábrica en la que ganaba un buen sueldo. Pasaron 12 años hasta que decidió renunciar a todo y empezar a vivir la vida que siempre soñó, sólo el trámite de la venta de su departamento lo detenía. Estaba a punto de salir a recorrer el mundo sin fecha de retorno.
- “Es algo que siempre quise hacer, pero sin darte cuenta la cabeza le va tirando tierra al corazón y dejas de hacer lo que realmente quieres hasta que llegas a olvidarlo y terminas viviendo la vida de todos. Pero hay una voz interior que permanente te pida que cumplas con lo que algún día le prometiste” decía durante una mateada con el mar cantábrico de fondo.
Paseamos mucho con Héctor por diferentes lugares increíbles de la región cantábrica, hablando de la vida y de lo bien que se siente salir en búsqueda de los sueños.
Rafa, su familia y sus amigos nos trataron excelentemente bien durante nuestros días en Torrelavega.
Nuestro plan era volver al Camino de Santiago, ésta vez pisando el “Camino del Norte”. Rafa nos llevó hasta un pueblito a 60 km, nos dejó en el albergue de peregrinos y nos despidió con la promesa de volver a vernos acá, en la Argentina o en algún otro lugar.
Caminando caminos
El Camino del Norte tuvo bastantes diferencias al Camino Francés. Nos sorprendió la poca cantidad de peregrinos, casi no nos encontrábamos con nadie mientras caminábamos, las únicas personas que conocimos fueron por las noches en los albergues. .
Otra diferencia importante fue la cantidad de km que caminamos por día. Ambos caminos están pensados para ser realizados por etapas, por lo que desde el principio sabes hasta qué ciudad tenes que caminar, cuántos kilómetros vas a hacer y qué hospedajes tenes disponibles.
En el Francés en promedio andábamos 23 km por día, mientras que en el del Norte cerca de 30 km diarios. En las últimas horas de caminata íbamos con la lengua afuera,, se nos hizo mucho más duro cada día.
Sin embargo, fueron muy lindos los paisajes. El Camino del Norte va por toda la costa del mar cantábrico, combinando el agua azul con grandes acantilados y montañas.
Caminamos poco más de 90 km en tres días, llegando desde Llanes hasta Gijón. Al llegar fuimos al Albergue de Peregrinos que, al mismo tiempo, era una Residencia para estudiantes universitarios.
Dejamos las mochilas y al bajar al hall vimos una Play Station y un plasma enorme muy tentadores, pero pudimos controlar el impulso y salimos a recorrer la ciudad.
Gijón es muy linda. Una ciudad grande con mar y playas que rodean el centro histórico.
Al volver al Albergue teníamos pensado cenar y salir a dar otra vuelta, pero llegaron dos estudiantes, se nos sentaron al lado y prendieron el tele para mirar partidos de la UEFA. El fútbol une frontera.
Eran un chico de Mallorca y otro de Coruña con los que nos quedamos mirando fútbol y jugando a la play hasta las cinco de la mañana. No hubo salida nocturna.
Con un blablacar llegamos hasta Lugo. Desde ahí haríamos nuestros últimos 100 km, pisando el Camino Primitivo o Camino Real, que lleva ambos nombres por ser el primero de los caminos en crearse después que el Rey Alfonso comience a viajar desde Oviedo hasta Compostela.
Ya aquí había más ambiente y mucha más gente caminando por los senderos.
Al segundo día llegamos a la ciudad de Melide, donde nuestro camino se unía con el Camino Francés.
Estábamos sentados esperando a la recepcionista, cuando un chico entró hablando un español tan argentino que enseguida le preguntamos de dónde venía. Era romano, pero su madre argentina, su nombre era Leandro.
Él vino sólo a hacer el camino, pero fue conociendo varios italianos y ya habían hecho una mini comunidad tana. Eran en total 12, provenientes de diferentes partes, y nos invitaron a estar con ellos durante las cenas y ratos para compartir, como si fuésemos unos italianos más.
Llegó el último día de caminata. No se a cual de todos los italianos se le ocurrió levantarnos a las cinco de la mañana para salir a caminar y poder llegar temprano a Santiago. Obviamente recibió mi reprobación, pero perdí por mayoría.
Salimos a caminar aún de noche por los senderitos entre los bosques, por suerte todos menos Juan y yo tenían linternas, pero teníamos que seguirlos a su ritmo para no quedarnos solos al final.
Caminamos 20 km en cinco horas. Llegamos a Santiago de Compostela con la emoción del objetivo cumplido pero, al ver la catedral, sentimos sabor a poco.
La catedral era hermosa, no fue eso lo que nos desmotivo. Al verla tuvimos la sensación de que a todos se nos había terminado una experiencia inolvidable e irrepetible. Nos daba ganas de estirar un poco la llegada y de seguir caminando para algún lugar, aunque ya se sienta el dolor en los pies.
La llegada a Santiago te genera la certeza de que la felicidad no está en un lugar, sino que está en el camino.
A fines del año pasado Oscar Masejo, un estudiante de história español, estuvo de intercambio en la Facultad de Humanas de la UNICEN, en Tandil y fue a él a quien fuimos a visitar en Santiago de Compostela.
Aprovechamos sus estudios para dar vueltas por la ciudad y que nos vaya llenando de información con cada paso que dábamos.
También pudimos hacer vida de universitarios por unos días. Estuvimos mateando en las plazas y bebiendo alguna cervecita con tapas en los bares.
Oscar también se portó de maravillas con nosotros. Aunque tenía exámenes en la semana siguiente, siempre estuvo a nuestro lado acompañándonos a hacer lo que nos diera la gana.
Nos despedimos, otra vez con esa sensación de que algún día lo volveríamos a ver en algún lugar y diciendo que esperábamos su visita en la Argentina.
Nuestra próxima parada sería Bertamirans, una ciudad muy cercana a Santiago de Compostela. Allí vivía Daniel Valverde, quien fue mi odontólogo hasta mis 10 años, cuando la crisis en Argentina lo hizo mudarse a España.
Daniel vive con su mujer, de Tandil y su hijito de 9 años llamado Tiego.
Estuvimos durante un fin de semana haciendo vida de familia. Los Valverde nos llevaron a conocer todos los lugares de la zona que teníamos pensado visitar antes de nuestra llegada. Fuimos hasta finisterre, lugar donde se creía que terminaba el mundo antes de Colón, a los Castros de Santa Tecla, a ver una de las carabelas que descubrió América en Baiona y a cruzar la frontera con Portugal.
Fuimos como dos amiguitos del hijo que venían a pasar el fin de semana a la casa.
Teníamos pensado irnos el domingo hacia Portugal intentando llegar hasta Porto, pero Tiago, luego de declararnos “Primo Coco Cuadrelli y Primo Juan Alpargata”, nos rogó que por favor nos quedemos un día más para que lo vayamos a ver entrenar, es arquero en las inferiores de un equipo de fútbol de la ciudad.
Hicimos caso a su pedido y nos quedamos un día más en Bertamirans, donde estamos ahora por pasar nuestra última noche (Tiago ya le está pidiendo a la madre que nos convenza de volver el año que viene).
Ayer nos despedimos de mi ex odontólogo, ya que hoy iba a estar fuera por trabajo. Nos dio un abrazo, nos agradeció haber venido y subió a dormir. No pasaron ni veinte segundos hasta que lo escuchemos bajar otra vez para darnos un abrazo más de despedida.
Los Valverde, como la mayoría de las personas que venimos conociendo y re encontrando en nuestro viaje, no solo nos abren sus puertas, sino que también sus corazones y nos brindan todo lo que tienen a su alcance para que disfrutemos nuestra estadía a su lado.
Al despedirnos es siempre el tema de las gargantas apretadas, son momentos que vivimos a diario pero que cada vez nos gustan menos y sufrimos más.
Suele ocurrir que muchas personas nos agradecen a nosotros haberlos visitado, cuando nosotros no sabemos cómo hacer para terminar de agradecer tanto afecto brindado. Y las palabras siguen y siguen sobrando.
Mañana cruzaremos una nueva frontera y pisaremos suelo portugués.
No sabemos con qué nos encontraremos en nuestros caminos, pero esperamos que siga estando plagado de más reencuentros y nuevas personas como hasta ahora… de esas que nunca queremos decirles adiós.
Nos despedimos con el cariño que siempre nos merecen y les mandamos nuestros abrazos a la distancia.
Coco y Juan Alberto
“Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”
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