Aceptamos la invitación y fuimos a pasar el fin de semana de Pascua al pueblo de Claudia, la chica que nos alojo en Turín.
El pueblito se llama Acqui Terme y es conocido por sus aguas termales. Al igual que la gran mayoría de las ciudades que conocimos en Italia, también era medieval y estaba lleno de historia.
Según nos comentaron, era una ciudad construida sobre una ciudad antigua, por lo que había muchos puntos arqueológicos y siempre se descubren ruinas nuevas.
Clau tenía algunas cosas que hacer en otra ciudad; asi que nos dejó en manos de sus amigos, gente fenomenal. Pasamos el dia con ellos tomando mates, cervezas y comiendo a mansalva.
Al ser un pueblo chico y no tan turístico, éramos una especie de atracción por la rareza de que haya argentinos de visita.
Algunos amigos de Claudia tenían bares o restaurants y ni bien entramos nos atendian como a cualquier cliente y nos invitaban a lo que queramos.. Era raro pensar que a esas personas no las conocíamos.
Acqui Terme fue nuestra última ciudad en Italia, un país que sentimos como nuestros y en el que conocimos personas fantásticas y vivimos momentos muy lindos.
Donatela, la dueña del restaurant, nos invitó a almorzar antes de irnos, Andrea, el amigo de Claudia que nos alojo, nos acompañó a la Estación de Tren y partimos.
Fuimos hasta Turín a encontrarnos con una parejita Francesa que nos llevaría a Chambery, Francia.
En un principio, nuestro plan era ir bordeando la costa sur francesa para comenzar el Camino a Santiago de Compostela pero decidimos desviarnos por unos dias para llegar a Meribel, donde una visitaríamos a una amiga. Para eso, debíamos primero pasar por Chambery.
El camino de Turín a Chambery fue hermoso. Íbamos viajando a través de los Alpes... las montañas cada vez más altas y nevadas, los pueblitos perdidos entre la nieve y los castillos medievales por doquier.
En Chambery no teníamos alojamiento, por lo que entramos a una especie de Mc Donald francesa en busca de Wi FI.
Lo más cercano que teníamos era una estudiante que nos había dicho que no nos podía alojar porque vivía en una residencia y su habitación era de 12 metros cuadrados, pero al decirle que no nos molestaba; acepto alojarnos.
Se llamaba Gesa y era alemana. La Residencia estudiantil en la que vivía estaba llena de extranjeros de todas partes del mundo. Uno de los pocos franceses se llamaba Alexandre y estaba a pocos meses de irse de intercambio a La Plata.
Enseguida hicimos buenas migas con Gesa y Alexander. Al día siguiente fuimos invitados a dar una caminata por una montaña y tomar unos mates.
En parte no entendi bien lo que íbamos a hacer y por otro lado me daba mucha fiaca desarmar la mochila para sacar zapatillas y medias. Terminé siguiendo el inquebrantable estilo de Juan Alberto y fui con alpargatas, creyendo que era como ir a caminar a una sierra de Tandil.
No saben lo que sufri. La caminata duraba cinco horas, subimos alrededor de 1200 metros, sumado a que en el camino nos llovió y nos nevó.
Por primera vez conocí la nieve y no fue como me lo esperaba... las condiciones, mi estado físico y mi indumentaria no eran de lo más apropiados, haciendo en la sumatoria un combo bastante tedioso y dificil de sobrellevar.
No mucho después de haber subido los primeros 50 metros ya sentía dolor en la espalda y las piernas un tanto pesadas y veía como el grupo se me alejaba por más que me esfuerce por seguirles el ritmo. Me sentía como el gordito que siempre mandan al arco.
En mis momento de soledad al fondo y a lo lejos de la fila, más por cansancio que por disfrute, aprovechaba para parme a observar el paisaje y hacer un ejercicio que siempre me ayudó a poner los pies sobre la tierra.
El ejercicio consistía en cerrar en los ojos y ponerme a pensar en todo lo que me venga a la mente sobre mi vida en Tandil..; pensaba en mi familia, en mis amigos, en las salidas, en el trabajo, en el estudio, etc. Se llega a un punto en el que me compenetro tanto que llegó a sentir que estoy en Tandil y, al abrir los ojos y mirar dónde estoy y qué tengo alrededor, se siente realmente hermoso. Eso me hace disfrutar aún más los momentos.
Seguimos y seguimos subiendo; Cada tanto veía al grupo que a lo lejos se paraba a esperarme y yo decía la orgullosa frase Sigan, pare un segundo a sacar fotos y mirar el paisaje.
Cuando estábamos cerca de la cima la cosa se puso aún más pesada, nos metimos a caminar de lleno en la nieve. En cada paso que daba, mis pies se enterraban y cuando los sacaba perdía las benditas alpargatas, que tantas veces pensé en donarlas a la madre naturaleza,
Intente varias veces, pero llegue a tener los pies tan fríos que no podía ponerme las alpargatas y casi no podía caminar.
Lamento decirles que el gordito del fondo de la fila tuvo que abandonar el barco a no mas de diez minutos de llegar al puerto final. Bajé ese tramo de nieve haciendo culipatin y me quede abajo esperando a los valientes que lograron cumplir el objetivo, mientras calentaba como podia esos pies vencidos.
Por suerte la camiata terminó, volvimos a la residencia, nos pegamos unas duchas bien calientes, merendamos algo y seguimos viaje.
Una vez más nos dimos abrazos apretados de muchas gracias con personas que unos días atrás ni siquiera conocíamos, pero que esperamos volver a cruzar algun dia por nuestros caminos.
Schumacher un poroto
Llegamos a la estacion de trenes de Moutiers, alli nos iria a buscar Delphine, una chica francesa que había conocido el hermano de Juan durante su intercambio en Irlanda y que luego conocimos nosotros durante su viaje por sudamérica.
La estación era inmensa y el punto de encuentro estaba lleno de gente que iba y venía cargando sus valijas, no nos distinguimos fácilmente y no la veíamos por ningun lado a nuestra siguiente anfitriona.
De repente vemos una rubia que venía corriendo hacia nosotros con una sonrisa que le rozaba los bordes de la cara, era Delphine. Nos dio un abrazo fuertisimo a ambos; estaba feliz de reencontrarse con nosotros, y nosotros felices de reencontrarnos con ella.
Durante el viaje al pueblo donde nos alojariamos; varias veces Delphine paró la conversación para asimilar que estábamos en su auto y yendo a su pueblo.
Nos dirigimos a Meribel, un pueblo en los Alpes rodeado por 150 km de pistas de Esqui. Fue en una de estas pistas donde Schumacher sufrió un fuerte accidente esquiando. Todas las construcciones son de maderas, las altas montanas de alrededor están bañadas de blanco, como también los techos del pueblo.
Delphine estaba trabajando como recepcionista en un complejo de departamentos de tiempo compartido y nos consiguió quedarnos en uno de ellos. Era un Departamento para seis personas; donde solo estábamos Juan y yo.
Fue muy raro para mi pasar de no conocer la nieve a estar una semana entera teniendo actividades de todo tipo al aire libre con este nuevo estado climático.
Hicimos caminatas por las montanas; corrimos carreras en trineo, fuimos a lagos congelados, nos invitaron a comer Fondue y, sobre todo; esquiamos… esto merece un párrafo aparte.
Gracias a algunos olvidadizos que dejaron sus ropas en el complejo, Delphine nos consiguió las vestimentas necesarias para poder esquiar. También nos consiguió descuentos para el alquiler de Esquí y Snowboard.
Obviamente fue mi primera vez y, como instructor, no contaba nada más ni nada menos que con juancito… quien me comentaba que la última vez que había esquiado terminó con una fractura expuesta, el panorama no era muy alentador.
Estuvimos un día entero subiendo y bajando de la montaña sobre esas tablillas deslizantes. Yo fui un continuado aterrizaje en la nieve. No duraba ni diez segundos en pie y, cada vez que me caía, tardaba algunos minutos para recobrar las fuerzas y voluntades necesarias para volver a estar predispuesto a sufrir una nueva caída.
Mientras intentaba pararme veía pasar a velocidad tren bala a nenitos de no mas de siete u ocho años… algunos de ellos quizás se sentían curiosos de ver un grandulón con tan pocas facultades motrices y se acercaban a preguntarme si estaba bien.
Fue bastante doloroso e irritante, pero igualmente tuvo un sabor especial. Cada vez que estaba desparramado sobre ese suelo refrescante, mirando al cielo y preguntándome cuánto faltaría para terminar con ese martirio, sentia mi voz interior dandome aliento, diciendome “dale que vos podes”
.
El esquí me generó ese sabor de agridulce de sentir que lo intente y que sobreviví al intento. Y que siempre tuve las fuerzas necesarias para caerme y seguir intentándolo.
C'est la vie
Ya es así nuestra rutina:
Te despiertas pensando cuanto tiempo te queda para irte.
Empezas a buscar las partes desparramadas de tu mochila y pensas en como vas a hacer esta vez para rearmar ese rompecabezas. Una vez reclutadas todas las pertenencias, miras el poco espacio disponible y sentís que esta vez no vas a lograrlo, que cómo lo pudiste hacer unos días atrás; que para qué trajiste aquello supuestamente indispensable, que todavía no asomó narices fuera de tu equipaje.
Quizás sean las buenas compañías las que hacen que postergues la partida hasta último momento.
Llega la hora indicada y otra nueva despedida en puerta. Las palabras de agradecimiento no logran ni por cerca completar el espacio vacío, momento en el que los abrazos fuertes son los mejores intérpretes de tus sentimientos y se hacen los protagonistas de la escena.
Mientras Delphine nos llevaba nuevamente a Moutiers me di cuenta de una cosa muy importante, me gire sobre mi izquierda y dándole la mano a Juan le dije “feliz primer mes de rutas”.
Nos pusimos a charlar y se nos hacía imposible pensar en que tan solo íbamos un mes de viaje; Se nos hacían muy alejados en el tiempo nuestros primeros días en Roma y los paseos con Maria.
Estábamos llegando a un estado deseado, estábamos perdiendo la noción del tiempo y estábamos viviendo con intensidad cada día y cada instante.
Regresamos a Chambery, esta vez Gesa no nos podía alojar porque tenia exámenes durante la semana. Nuestra nueva anfitriona se llamaba Vanille, una chica de 23 años que estaba planeando realizar un viaje similar al nuestro y nos tomó como consejeros.
Más allá de su estudio, Gesa logró hacerse un tiempo para nosotros y nos invitó a caminar a unas sierras altas cerca de la ciudad, esta vez una caminata de unas cuatro horas pero sin nieve.
La subida fue dura; pero en la cima estaba la recompensa. El paisaje era hermoso.
Gesa es una persona con la que sentíamos mucha confianza aunque la conocieramos hace poco tiempo y todas las charlas con ella eran muy interesantes. Relajados, en la cima del camino, nos pusimos a charlar de nuestro viaje y de nuestra vida anterior al mismo.
Le comentamos que ambos teníamos vidas cargadas de horarios y responsabilidades.
En su caso, Juan comenzó a trabajar cuando apenas había terminado sus estudios. El vivía en Córdoba pero siempre tenía que viajar por trabajo ya que tenía obras a cargo en otras ciudades. Se había hecho costumbre para él levantarse a las cinco de la mañana para ir trabajar y volver cuando caía el sol.
En mi caso comencé a trabajar cuando iba por la mitad de mis estudios y estuve cuatro años con estas dos actividades en paralelo. Mis días consistían en levantarme a las siete de la mañana para volver cerca de las diez de la noche.
Creo que a ninguno de nosotros le importaba demasiado esto, sabíamos que era un gran esfuerzo para poder luego hacer el viaje que teníamos planeado. Pero la charla siguió sus rumbos de filosofía barata.
Le dijimos a Gesa que en nuestras vidas en Argentina no nos sentíamos libres. A veces sentíamos injustos el no poder hacer determinadas cosas que realmente queríamos por los “tengo que”.
Por primera vez conocí la nieve y no fue como me lo esperaba... las condiciones, mi estado físico y mi indumentaria no eran de lo más apropiados, haciendo en la sumatoria un combo bastante tedioso y dificil de sobrellevar.
No mucho después de haber subido los primeros 50 metros ya sentía dolor en la espalda y las piernas un tanto pesadas y veía como el grupo se me alejaba por más que me esfuerce por seguirles el ritmo. Me sentía como el gordito que siempre mandan al arco.
En mis momento de soledad al fondo y a lo lejos de la fila, más por cansancio que por disfrute, aprovechaba para parme a observar el paisaje y hacer un ejercicio que siempre me ayudó a poner los pies sobre la tierra.
El ejercicio consistía en cerrar en los ojos y ponerme a pensar en todo lo que me venga a la mente sobre mi vida en Tandil..; pensaba en mi familia, en mis amigos, en las salidas, en el trabajo, en el estudio, etc. Se llega a un punto en el que me compenetro tanto que llegó a sentir que estoy en Tandil y, al abrir los ojos y mirar dónde estoy y qué tengo alrededor, se siente realmente hermoso. Eso me hace disfrutar aún más los momentos.
Seguimos y seguimos subiendo; Cada tanto veía al grupo que a lo lejos se paraba a esperarme y yo decía la orgullosa frase Sigan, pare un segundo a sacar fotos y mirar el paisaje.
Cuando estábamos cerca de la cima la cosa se puso aún más pesada, nos metimos a caminar de lleno en la nieve. En cada paso que daba, mis pies se enterraban y cuando los sacaba perdía las benditas alpargatas, que tantas veces pensé en donarlas a la madre naturaleza,
Intente varias veces, pero llegue a tener los pies tan fríos que no podía ponerme las alpargatas y casi no podía caminar.
Lamento decirles que el gordito del fondo de la fila tuvo que abandonar el barco a no mas de diez minutos de llegar al puerto final. Bajé ese tramo de nieve haciendo culipatin y me quede abajo esperando a los valientes que lograron cumplir el objetivo, mientras calentaba como podia esos pies vencidos.
Por suerte la camiata terminó, volvimos a la residencia, nos pegamos unas duchas bien calientes, merendamos algo y seguimos viaje.
Una vez más nos dimos abrazos apretados de muchas gracias con personas que unos días atrás ni siquiera conocíamos, pero que esperamos volver a cruzar algun dia por nuestros caminos.
Schumacher un poroto
Llegamos a la estacion de trenes de Moutiers, alli nos iria a buscar Delphine, una chica francesa que había conocido el hermano de Juan durante su intercambio en Irlanda y que luego conocimos nosotros durante su viaje por sudamérica.
La estación era inmensa y el punto de encuentro estaba lleno de gente que iba y venía cargando sus valijas, no nos distinguimos fácilmente y no la veíamos por ningun lado a nuestra siguiente anfitriona.
De repente vemos una rubia que venía corriendo hacia nosotros con una sonrisa que le rozaba los bordes de la cara, era Delphine. Nos dio un abrazo fuertisimo a ambos; estaba feliz de reencontrarse con nosotros, y nosotros felices de reencontrarnos con ella.
Durante el viaje al pueblo donde nos alojariamos; varias veces Delphine paró la conversación para asimilar que estábamos en su auto y yendo a su pueblo.
Nos dirigimos a Meribel, un pueblo en los Alpes rodeado por 150 km de pistas de Esqui. Fue en una de estas pistas donde Schumacher sufrió un fuerte accidente esquiando. Todas las construcciones son de maderas, las altas montanas de alrededor están bañadas de blanco, como también los techos del pueblo.
Delphine estaba trabajando como recepcionista en un complejo de departamentos de tiempo compartido y nos consiguió quedarnos en uno de ellos. Era un Departamento para seis personas; donde solo estábamos Juan y yo.
Fue muy raro para mi pasar de no conocer la nieve a estar una semana entera teniendo actividades de todo tipo al aire libre con este nuevo estado climático.
Hicimos caminatas por las montanas; corrimos carreras en trineo, fuimos a lagos congelados, nos invitaron a comer Fondue y, sobre todo; esquiamos… esto merece un párrafo aparte.
Gracias a algunos olvidadizos que dejaron sus ropas en el complejo, Delphine nos consiguió las vestimentas necesarias para poder esquiar. También nos consiguió descuentos para el alquiler de Esquí y Snowboard.
Obviamente fue mi primera vez y, como instructor, no contaba nada más ni nada menos que con juancito… quien me comentaba que la última vez que había esquiado terminó con una fractura expuesta, el panorama no era muy alentador.
Estuvimos un día entero subiendo y bajando de la montaña sobre esas tablillas deslizantes. Yo fui un continuado aterrizaje en la nieve. No duraba ni diez segundos en pie y, cada vez que me caía, tardaba algunos minutos para recobrar las fuerzas y voluntades necesarias para volver a estar predispuesto a sufrir una nueva caída.
Mientras intentaba pararme veía pasar a velocidad tren bala a nenitos de no mas de siete u ocho años… algunos de ellos quizás se sentían curiosos de ver un grandulón con tan pocas facultades motrices y se acercaban a preguntarme si estaba bien.
Fue bastante doloroso e irritante, pero igualmente tuvo un sabor especial. Cada vez que estaba desparramado sobre ese suelo refrescante, mirando al cielo y preguntándome cuánto faltaría para terminar con ese martirio, sentia mi voz interior dandome aliento, diciendome “dale que vos podes”
.
El esquí me generó ese sabor de agridulce de sentir que lo intente y que sobreviví al intento. Y que siempre tuve las fuerzas necesarias para caerme y seguir intentándolo.
C'est la vie
Ya es así nuestra rutina:
Te despiertas pensando cuanto tiempo te queda para irte.
Empezas a buscar las partes desparramadas de tu mochila y pensas en como vas a hacer esta vez para rearmar ese rompecabezas. Una vez reclutadas todas las pertenencias, miras el poco espacio disponible y sentís que esta vez no vas a lograrlo, que cómo lo pudiste hacer unos días atrás; que para qué trajiste aquello supuestamente indispensable, que todavía no asomó narices fuera de tu equipaje.
Quizás sean las buenas compañías las que hacen que postergues la partida hasta último momento.
Llega la hora indicada y otra nueva despedida en puerta. Las palabras de agradecimiento no logran ni por cerca completar el espacio vacío, momento en el que los abrazos fuertes son los mejores intérpretes de tus sentimientos y se hacen los protagonistas de la escena.
Mientras Delphine nos llevaba nuevamente a Moutiers me di cuenta de una cosa muy importante, me gire sobre mi izquierda y dándole la mano a Juan le dije “feliz primer mes de rutas”.
Nos pusimos a charlar y se nos hacía imposible pensar en que tan solo íbamos un mes de viaje; Se nos hacían muy alejados en el tiempo nuestros primeros días en Roma y los paseos con Maria.
Estábamos llegando a un estado deseado, estábamos perdiendo la noción del tiempo y estábamos viviendo con intensidad cada día y cada instante.
Regresamos a Chambery, esta vez Gesa no nos podía alojar porque tenia exámenes durante la semana. Nuestra nueva anfitriona se llamaba Vanille, una chica de 23 años que estaba planeando realizar un viaje similar al nuestro y nos tomó como consejeros.
Más allá de su estudio, Gesa logró hacerse un tiempo para nosotros y nos invitó a caminar a unas sierras altas cerca de la ciudad, esta vez una caminata de unas cuatro horas pero sin nieve.
La subida fue dura; pero en la cima estaba la recompensa. El paisaje era hermoso.
Gesa es una persona con la que sentíamos mucha confianza aunque la conocieramos hace poco tiempo y todas las charlas con ella eran muy interesantes. Relajados, en la cima del camino, nos pusimos a charlar de nuestro viaje y de nuestra vida anterior al mismo.
Le comentamos que ambos teníamos vidas cargadas de horarios y responsabilidades.
En su caso, Juan comenzó a trabajar cuando apenas había terminado sus estudios. El vivía en Córdoba pero siempre tenía que viajar por trabajo ya que tenía obras a cargo en otras ciudades. Se había hecho costumbre para él levantarse a las cinco de la mañana para ir trabajar y volver cuando caía el sol.
En mi caso comencé a trabajar cuando iba por la mitad de mis estudios y estuve cuatro años con estas dos actividades en paralelo. Mis días consistían en levantarme a las siete de la mañana para volver cerca de las diez de la noche.
Creo que a ninguno de nosotros le importaba demasiado esto, sabíamos que era un gran esfuerzo para poder luego hacer el viaje que teníamos planeado. Pero la charla siguió sus rumbos de filosofía barata.
Le dijimos a Gesa que en nuestras vidas en Argentina no nos sentíamos libres. A veces sentíamos injustos el no poder hacer determinadas cosas que realmente queríamos por los “tengo que”.
Tantas veces no habremos viajado con amigos; no habremos ido a jugar un picado, no habremos salido los fines de semana por tener que estudiar o tener que trabajar.
José Mujica dijo una vez “muchas personas no se dan cuenta que cuando compran algo no están gastando dinero. Están gastando el tiempo que les llevo obtener ese dinero”.
El dinero no son más que papeles de colores que las personas le dan un valor determinado, pero en sí no debería tener valor semejante. El dinero es algo que se puede ganar o perder de la noche a la manaba. El dinero se puede heredar; puede ser que te lo roben y puede ser que lo encuentres tirado en la calle.
Pero el tiempo no lo vas a encontrar en ningún lado. No tiene tanto sentido invertir tiempo tratando de obtener esos papeles si no sabes para qué los querés usar… quizás cuando te des cuenta que era lo que realmente querías, ya se te va a haber pasado el tiempo.
Fueron muchas las personas que antes de nuestro viaje nos dieron sus palabras de aliento, escuchamos muchos “como me hubiese gustado hacerlo cuando tenía tu edad”; “quisiera volver el tiempo atrás para hacer lo mismo que ustedes” o “como me gustaría que mis hijos piensen así y se vayan a recorrer el mundo”
Le dijimos a Gesa que nos sentíamos afortunados de haber sabido siempre que era lo que queríamos hacer con nuestro dinero, supimos que lo queríamos invertir en ganarle algún tiempo a la vida y salir a vivirla, por tiempo indeterminado.
Quizás la charla fue muy profunda y no se me hace fácil pasarla a papel, sé que suena como un antisocial hablando de las cosas feas que nunca van a cambiarse, pero ese fue uno de esos momentos en los que nos sentimos orgullosos de haber sabido mantener nuestros deseos y convicciones, que muy de a poco van dando sus frutos
.
El ultimo dia en Chambery lo pasamos relajados visitando familiares y amigos de Vanille, fue un lindo domingo al modo francés.
Y ya es cuestión de rutina, un nuevo despertar y un nuevo armado de rompecabezas… una nueva despedida en puerta.
Miras por última vez a esas personas que el camino te puso en frente y deseas de corazón que la historia se repita, en otros tiempos o en otras rutas.
Otra vez sentís que el tiempo se te pasó demasiado rápido y que debería haber más cosas para compartir con la persona que acabas decirle adiós, pero viaje debe seguir rodando. Asi es la vida o, como acostumbran a decir en Francia, “c'est la vie”.
Miedo a nada
En el Centro de Refugiados de Florencia conocimos una mendocina bastante corajuda, era la única mujer allí hospedada. Su nombre es Trinidad.
Luego de unas semanas, caminando por la lujosa Montecarlo, la cruzamos de casualidad y pasamos la tarde con ella tomando mate en la playa. Entre mate y mate, Trini le enseñó a Juan a hacer pulseras y prometió dejarnos algunos rollos de hilo en la casa de su prima en la ciudad de Avignon, Francia.
Después de nuestro segundo paso por Chambery, nos fuimos en búsqueda de la materia prima que quizás algún día nos deje algún manguito.
Esa noche dormimos en la casa de la amiga de una amiga de Delphine, que obviamente nosotros no conocíamos. La anfitriona estaba bastante asustada por alojar a dos extraños en su casa, lo demostraba en sus mensajes antes de llegar y en las charlas ya allí.
Se llamaba Florence. Después de cenar estábamos desarrollando sin sobresaltos la conversación normal que se tiene con cada persona que vamos conociendo. Los tópicos mejor posicionados en el ranking podrían ser:
- Qué hacíamos de la vida antes del viaje.
- De qué parte de la Argentina somos
- Cómo nos conocimos.
- Por qué decidimos hacer este viaje
Pero una extraña pregunta de Florence corto con la armonía de la conversación:
- “No les da miedo relacionarse tanto con desconocidos?”, dijo.
Nos quedamos unos segundos callados, asimilando la inesperada pregunta.
Nuestra respuesta fue que no veíamos por qué no confiar en los demás solo por ser desconocidos. El mundo no está tan loco como se dice en la televisión. Los noticieros generalmente muestran sucesos trágicos que te hacen creer que todo allá afuera es una locura.
En el fondo, independientemente del color, religión o país de origen, todos buscamos lo mismo: felicidad. Todos deseamos algún día tener un trabajo que nos guste, una pareja con la que se tenga amor mutuo, tener hijos y luego desearemos lo propio para ellos.
No vemos el motivo por el cual desconfiar de un desconocido antes de conocerlo.
Nuestro paso por Avignon fue semi fugaz, pero podemos decir que es un muy lindo pueblo. Su centro comercial está totalmente amurallado y tiene un medio puente muy famoso: el Puente de Avignon.
Nuestro siguiente destino fue Marsella, a donde llegamos haciendo dedo, luego de ser levantados en dos ocasiones.
Alina Greis es una alemana que hace tres años estuvo de intercambio en Tandil. Actualmente está haciendo sus prácticas de medicina en Marsella, a donde nos invitó a visitarla.
Muchas personas nos dijeron que la ciudad era muy peligrosa por tener un puerto al que llegó una gran ola de inmigrantes en los últimos años. Nada que ver, lo que hace tan particular a Marsella es la diversidad de culturas que allí conviven,
Alina vive en la zona céntrica, muy cerca del puerto, justamente en la zona donde tantas culturas conviven. Caminas por Marsella y a cada metro te parece que estás en un país diferente y la arquitectura es tan similar a la de Buenos Aires que hay muchas esquinitas que parecieran ser porteñas.
De las cosas más interesantes que hicimos en la ciudad fue visitar los Calanques: altas montañas de piedra visible, con senderos perfumados por las plantas de lavanda y romero, y juntas a las aguas transparentes del Mediterráneo.
Para nuestro último día teníamos muchos paseos planeados. El primero de ellos era ir a una iglesia decorada por con ofrendas de marineros que habían sobrevivido a tempestades o naufragios en el mar y que, al estar encima de una montaña, ofrecía una vista panorámica de toda la ciudad.
La vista del mar, la ciudad y las montañas era muy linda, pero hubo otra cosa que capturó nuestra atención: una canchita de fútbol en la que se estaba jugando un picadito.
No pudimos con nuestro ego. A la mierda los paseos! Saltamos el alambrado y nos pusimos a patear por todo lo que quedaba de la tarde.
Marsella seguirá estando linda y en el mismo lugar para cuando podamos volver a visitarla.
Estereotipos
Pocos minutos antes de dejar el departamento de Alina recibí un mensaje por CouchSurfing de un chico de Toulouse, diciendo que nos alojaría esa noche y la siguiente en su casa.
En su foto de perfil tenía buena pinta: el pelo corto y bien peinadito, afeitado a cero y vestido con saco, camisa y corbata. Parecía un tipo “bien”.
El punto de encuentro era en la última estación de subte por la noche. El lugar estaba bastante oscuro y desolado, las pocas personas que merodeaban por ahí no parecían ser de fiar.
Después de unos minutos vimos entrar por la puerta a un chico que tenía toda la pinta de venir a la estación a pedir monedas: Tenía zapatillas de correr bastante sucias, pantalón muy suelto negro como el buzo, una rompevientos verde clara y una gorra de color desgastado. Media algo de dos metros y era bastante morrudo Tenía el pelo por los hombros y la barbar le llegaba al pecho.
Se fue acercando a nosotros cada vez más. Estaba a punto de decirle que no tenía monedas cuando me preguntó si veníamos por CouchSurfing sonriendo y dejando ver que le faltaban la mayoría de sus dientes.
Ese era nuestro anfitrión, Boris. Algo diferente a lo que mostraba su foto de perfil.
Nos dijo que para llegar a su casa teníamos que tomarnos un colectivo, del cual nos bajamos en la última parada. Desde allí teníamos que caminar unas cinco cuadras más. El camino era cada vez más oscuro hasta terminar en un terreno baldío.
Boris empezó a caminar entre los yuyos. Era todo bastante raro, pero lo seguimos igual
Atravesamos el terreno y del otro lado estaba el departamento donde vivía Boris… no era una choza como nos veníamos imaginando.
Nos abrió la puerta y fue de lo más hospitalario y amigable. Nos hizo de cenar ya que no teníamos donde comprar comida y nos sentamos a tener otra vez una de esas primeras charlas protocolares con un recién conocido.
Con 35 años la vida de Boris iba viento en popa: convivía con su novia y acababa de armar su propia empresa inmobiliaria.
Un día, venía tranquilamente en su moto por la ciudad de Toulouse, cuando un auto dobló sin verlo y lo embistió haciéndolo volar por el aire. Desde ese día su vida cambió radicalmente.
El accidente lo dejó ocho meses internado en un hospital luchando por su vida.
Sufrió varias operaciones en muchas partes diferentes del cuerpo, tuvo que cerrar su empresa y perdió a su novia.
Su apariencia también tuvo que cambiar. Boris se dejaba la barbar larga para ocultar las cicatrices del desplazamiento de su mandíbula, que a su vez fue lo que le hizo perder varios de sus dientes. También comenzó a usar la ropa holgada para evitar algunos dolores.
Te contaba su historia y parecía que estaba relatando una fea pesadilla, pero por suerte él no lo veía como tal .
Boris era consciente de que fue un afortunado por no perder sus piernas ni sus brazos y aún más afortunado por estar vivo.
Hablar de la vida con él fue algo muy particular. Creo que fuimos muy afortunados de haberlo encontrado en nuestro camino.
Hacía solo cuatro meses que había salido del hospital. Hoy en día valora cosas simples y cotidianas como despertarse cada mañana para vivir un nuevo día, sentir el aire inflar su pecho al respirar, el calor del sol los días despejados o hasta escuchar el canto de los pájaros.
Tampoco piensa en cómo hacer para recuperar a su novia o a su empresa, solo piensa en vivir cada día al máximo y en viajar por el mundo para tener nuevas experiencias.
Por su parte, Toulouse es también una ciudad muy interesante para ser visitada. Tuvimos la suerte de coincidir con el día de los carnavales, por lo que las calles estaban muy pintorescas y la gente disfrazada de formas peculiares.
Sin embargo, todos los flashes de esta parada se los llevo el gran Boris, que al fin y al cabo no era el mendigo que parecía ser. Era otro desconocido con una buena historia para contarnos.
El camino de las competencias
Haciendo dedo llegamos hasta Saint Jean Pied de Port, un pueblito francés cercano a la frontera con España.
Siempre fue uno de los grandes objetivos de nuestros viajes por Europa hacer el Camino a Santiago de Compostela, y desde aquí lo iniciaríamos.
Como todos los peregrinos, arrancamos muy tempranos a caminar, a eso de las 07.00hs.
Mientras caminaba me fui dando cuenta que el Camino a Santiago no era más que un cúmulo de competencias constantes y simultáneas:
1- La primera era entre uno mismo y su mochila. Se hacía duro cargar el peso del equipaje en las subidas y casi igualmente difícil soportarlo en las bajadas.
En tantísimos tramos pareciera que tu mochila quiere ir en sentido contrario al tuyo, como si te retara a una batalla entre dos para ver quien es el más fuerte.
Cada tanto soles pedirle un respiro, te sentas y la dejas caer al suelo. Descansar algunos minutos y, aunque sigas sintiendo los hombros doloridos, la cargas nuevamente y volves al campo de batalla.
2- Tu cuerpo juega una competencia privada. Las diferentes partes que te componen compiten por ver cuál es la que te hace sentir mayor dolor.
Cada tanto suelen ser los hombros, otra vez serán los pies, puede que sean las rodillas y hasta la propia espalda. Va variando quien marcha a la cabeza pero, cuando lo logra, la intensidad de su dolor te hará olvidar los demás dolores para que puedas enfocarte solamente en la ganadora parcial.
3- El propio camino también juega una competencia aparte. Hay tramos en los que cada paso se hace vitalmente importante, lo medís minuciosamente para no poner el pie en el lugar equivocado, pero no es tan fácil.
La naturaleza te rodea y le compite al camino por llevarse tu mirada. Son tan hermosas las montañas nevadas, la paz de los bosques, la belleza de los pastizales del campo y de los montes que haces valer el viejo refrán “tropezón no es caída”.
4- Claramente, la última competencia por contarles es la más importante de todas.
Son muchos los peregrinos que se dirigen a diario hacia un mismo lugar: Algunos salen tan temprano por la mañana que se hace casi imposible alcanzarlos, a otros ya los dejás atrás antes de arrancar.
Son varios los que se descuidan y, por quedarse descansando las piernas más de la cuenta, te da la sensación que ni les importa ésta competencia. Otros van tan rápido que al verlos pasar les dirías que tienen la competencia ganada, que no hace falta seguir con esto.
Alcances a algún peregrino o seas alcanzado por otro, la situación es siempre la misma: Quien pasa al frente y quien queda relegado se miran a la cara, sonrien y mutuamente se desean “buen camino”... buena competencia.
Es que todos los que lleguen a destino serán ganadores de ésta última competencia, dura por demás contra uno mismo.
Quienes llevan la delantera en ésta competencia y se mantienen como punteros invictos son la fuerza de voluntad y el amor propio. Por suerte son muchas las personas que peregrinan a diario por los mismos senderos dándose fuerzas los unos a los otros en los momentos en los que se quiere tirar la toalla.
En total caminamos 70 km en tres días , llegando hasta la ciudad de Pamplona. Fueron días intensos, conocimos muchas personas de diferentes partes del mundo y nos conocimos más en profundidad a nosotros mismos.
Al caminar se fue armando una pequeña comunidad, ya que todos los días veías las mismas caras las que se veían al despertar y al irnos a dormir.
Por otro lado, también armamos nuestro mini grupo. Los últimos dos días caminamos junto a una chica de Pamplona, un italiano, un cantábrico y un chico de la parte francesa del País Vasco. Íbamos todos a un mismo ritmo, esperando al que viniera complicado con sus competencias, alentando en los momentos que se hacía necesario y compartiendo mates y provisiones en las paradas.
Si bien apenas nos conocíamos, la despedida se hizo bastante triste.. algunos seguirían caminando y otros dejaríamos el camino por algunos días..
Las competencias fueron realmente duras pero por suerte Sandra, la peregrina de Pamplona que conocimos caminando por ahí, nos dijo una frase tan cierta que era inevitable que aparezca al final de esta sección de nuestra travesía.
“Prefiero cargar con el peso de mi mochila, antes que cargar con el peso de mi rutina”.
Reencuentro en Euskadi
Haciendo dedo llegamos a San Sebastián.
Entre finales del año 2012 y principios del 2013, dos vascas fueron compañeras mías de trabajo en Tandil, llamadas Leire y Belén Para nosotros era una parada obligatoria pasar a visitarlas
Como ambas trabajan, con Juan nos quedamos haciendo tiempo en la playa.A medida que se acercaba la hora del reencuentro me iba creciendo la ansiedad Se hizo la hora pactada y ahí estaban las dos, juntas como hace tres años atrás.
Fuimos demasiado consentidos durante todo el fin de semana. Las chicas nos tuvieron ocupados todo el tiempo, paseando de acá para allá, conociendo todo lo que había que conocer en sus pagos, sus vidas y su cultura.
Había momentos en los que a los tres nos parecía que no había pasado tanto tiempo, no parecía que hayan sido tres años. A veces los lazos que forjan las amistades se mantienen firmes a pesar de los años y la distancia.
No es necesario estar en contacto permanente con ciertas personas para saber que cuando se las reencuentre todo va a seguir siendo como antes. En la verdadera amistad no hace falta ser inseparables, hace falta que al estar separados nada cambie.
Fue un rápido, intenso y hermoso fin de semana con sus compañías. Nos hicieron sentir mucho afecto permanentemente.
Llegó el momento de irse y otra vez el tema de las despedidas angustiante y alguna que otra lágrima que hace fuerza por no salir.
De todos modos, con estas personas, siempre te queda la sensación que volverá a haber un lindo reencuentro… sin importar donde ni cuando.
Amar en tiempos de cólera
Con la crisis del 2001 mis viejos, al igual que la muchos, quedaron sin laburo y les era difícil salir adelante.
En esos años pensaron en la posibilidad de buscar mejor fortuna en el viejo continente, lo que los llevó a rastrear a los familiares de sus abuelos inmigrantes, con el fin de poder obtener la doble ciudadanía.
Por parte materna, buscaron los datos de mi bisabuelo español Francisco Lolo, dando con un pueblito de 13 habitantes llamado Samprón. Actualmente habita solo una persona.
Durante varios años nos mantuvimos en permanente contacto con nuestros familiares lejanos, mediante carta o teléfono fijo.
Luego de despedirnos de las vascas, los padres de Belén nos dejaron en Portugalete, cerca de Bilbao. Estaba muy ansioso por conocer en persona a esos familiares con la que hace tantos años me comunicaba.
Subimos el ascensor del edificio y ahí estaba kiko: zapatos negros, pantalón de vestir, sweater escote en “v”, camisa a cuadros, anteojos y el pelo enteramente blanco. Una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo la puerta entreabierta. En la mirada se le notaba la tristeza que hacía evidenciar aún más en sus conversaciones.
Kiko se había casado a sus 23 años con Sofía, con quien compartió 55 años hasta que la muerte los separó.
Juntos tuvieron una hija y posteriormente un nieto que le estaban permanentemente encima al viudo, sin embargo él se sentía muy sólo. Todo el tiempo decía que su humor ya no era el mismo y se le hacía difícil encontrarle sentido a la vida sin su amada Sofía.
Por las noches, después de cenar, nos sentábamos en los sillones de la sala. Kiko encendía la televisión, que terminaba siendo sólo un ruido de fondo, y se sentaba al lado de la lámpara que le alumbraba media cara.
Con cada tema de conversación o cada pregunta que le hacíamos, kiko terminaba haciendo monólogos en los que la conclusión siempre era la misma: qué triste que es la vida al fin y al cabo.
No era tedioso escucharlo. Tenía una forma tan poética y pausada de hablar que todo lo que digería nos capturaba la atención y nos mantenía en suspenso. Pero kiko era un tango viviente.
Sus palabras nos hacían ir a dormir angustiados y quedarnos un rato en la cama sin poder dormir.
Por las mañanas todo cambiaba. Al mediodía, después del desayuno, nos íbamos de “chiquitos” con kiko y su grupo de amigos. Recorremos varios bares tomando media copa de vino en cada uno.
El barrio en el que vivían estaba envejecido, casi no vimos personas menores de 70 años.
Kiko andaba despacito y paraba a charlar con todo el que le pasara cerca. La gente lo saludaba con una sonrisa y él siempre tenía algo para decirles y hacerles mantenerles la sonrisa. Incluso entre los de su grupo era el más lúcido y picarón.
Era difícil en ese ambiente. Todos sufrían la falta de algún ser querido o los golpes que el correr de los años les fueron afectando sus saludes.
Germán había perdido a su mujer, Marcial a su nuera, esposa de Baldomero, Servando sufría la falta de los hijos que nunca tuvo y Daniel, de casi 90 años, ya sentía que le quedaba poca cuerda para seguir tirando.
A nuestra edad solemos creer que, cuando lleguemos a viejos, estaremos mejor predispuestos a esa última etapa de la vida, llamada muerte. Probablemente nos enfocaremos en valorar los años vividos con felicidad
Ninguno era el caso. Todos le veían el vaso medio vacío a sus vidas y quizás es eso lo que nos vaya a pasar cuando lleguemos a la tercera edad. Tal vez no es fácil ver lo vivido con felicidad, sabiendo que es poco lo que queda por vivir.
Era lindo salir de chiquitos con kiko y verlo sonreír… verlo tener ese buen ánimo contagioso que a la distancia siempre le había sentido.
Estiramos nuestra estadía en Portugalete para estar presentes en el cumpleaños Nº 80 de kiko. Desayunamos, salimos de chiquitos para despedirnos de la cuadrilla, almorzamos y nos llegó la hora de volver a la ruta.
Kiko nos despidió entre lágrimas, diciendo que nuestra compañía le había traído mucha felicidad. Lo abrazamos un par de veces por última vez y nos fuimos alejando en silencio.
I lowe
Rafa fue una de las personas que conocimos en nuestro primer paso por el Camino de Santiago.
Vivía en la ciudad Torrelavega y junto a un amigo dirigían la sucursal de una empresa de pintura. Se encargaban de la venta y distribución por el norte de España.
Eran sólo tres personas trabajando en ésta sucursal, por lo que su trabajo le demandaba muchas horas al día, pero no parecía que fuese lo que ocupaba la mayor parte de sus pensamientos.
El menor de sus hijos, de 5 años, nació con el Síndrome de Lowe, lo que le generaba problemas renales, cataratas, autismo leve y una esperanza de vida de 40 años.
El Síndrome de Lowe es una de las denominadas “enfermedades raras” y no cuenta con demasiado apoyo a las investigaciones para el desarrollo de tratamientos salvadores.
Rafa y su mujer se encontraron con un duro problema, pero no se quedaron de brazos cruzados y salieron a las calles en búsqueda de una solución.
El día de hoy Rafa preside una Organización creada para recaudar financiamiento y con esto apoyar proyectos de investigación que puedan salvarle la vida a su hijo y la de muchos otros niños en España.
Antes de despedirlo en Pamplona nos invitó a visitarlo en su ciudad y allí fuimos con mucho gusto.
Nos habíamos conocido hacía no más de dos semanas, pero cuando lo reencontramos parecía que nos estábamos juntando nuevamente con un amigo de toda la vida que hacía mucho tiempo que no veíamos.
Fuimos al local/depósito de pinturas, juntamos algunos pallets, inflamos algunos colchones de esos que se desinflan a los 15 minutos, un par de frazadas y todo listo. Para nosotros un 5 estrellas.
Durante nuestra estadía hubo una tarde en la que Rafa tenía compromisos, asi que nos dejo en manos de su amigo Héctor para que nos paseara, otro tipo de historia interesante.
A los 23 años Héctor entró a trabajar a una fábrica en la que ganaba un buen sueldo. Pasaron 12 años hasta que decidió renunciar a todo y empezar a vivir la vida que siempre soñó, sólo el trámite de la venta de su departamento lo detenía. Estaba a punto de salir a recorrer el mundo sin fecha de retorno.
- “Es algo que siempre quise hacer, pero sin darte cuenta la cabeza le va tirando tierra al corazón y dejas de hacer lo que realmente quieres hasta que llegas a olvidarlo y terminas viviendo la vida de todos. Pero hay una voz interior que permanente te pida que cumplas con lo que algún día le prometiste” decía durante una mateada con el mar cantábrico de fondo.
Paseamos mucho con Héctor por diferentes lugares increíbles de la región cantábrica, hablando de la vida y de lo bien que se siente salir en búsqueda de los sueños.
Rafa, su familia y sus amigos nos trataron excelentemente bien durante nuestros días en Torrelavega.
Nuestro plan era volver al Camino de Santiago, ésta vez pisando el “Camino del Norte”. Rafa nos llevó hasta un pueblito a 60 km, nos dejó en el albergue de peregrinos y nos despidió con la promesa de volver a vernos acá, en la Argentina o en algún otro lugar.
Caminando caminos
El Camino del Norte tuvo bastantes diferencias al Camino Francés. Nos sorprendió la poca cantidad de peregrinos, casi no nos encontrábamos con nadie mientras caminábamos, las únicas personas que conocimos fueron por las noches en los albergues. .
Otra diferencia importante fue la cantidad de km que caminamos por día. Ambos caminos están pensados para ser realizados por etapas, por lo que desde el principio sabes hasta qué ciudad tenes que caminar, cuántos kilómetros vas a hacer y qué hospedajes tenes disponibles.
En el Francés en promedio andábamos 23 km por día, mientras que en el del Norte cerca de 30 km diarios. En las últimas horas de caminata íbamos con la lengua afuera,, se nos hizo mucho más duro cada día.
Sin embargo, fueron muy lindos los paisajes. El Camino del Norte va por toda la costa del mar cantábrico, combinando el agua azul con grandes acantilados y montañas.
Caminamos poco más de 90 km en tres días, llegando desde Llanes hasta Gijón. Al llegar fuimos al Albergue de Peregrinos que, al mismo tiempo, era una Residencia para estudiantes universitarios.
Dejamos las mochilas y al bajar al hall vimos una Play Station y un plasma enorme muy tentadores, pero pudimos controlar el impulso y salimos a recorrer la ciudad.
Gijón es muy linda. Una ciudad grande con mar y playas que rodean el centro histórico.
Al volver al Albergue teníamos pensado cenar y salir a dar otra vuelta, pero llegaron dos estudiantes, se nos sentaron al lado y prendieron el tele para mirar partidos de la UEFA. El fútbol une frontera.
Eran un chico de Mallorca y otro de Coruña con los que nos quedamos mirando fútbol y jugando a la play hasta las cinco de la mañana. No hubo salida nocturna.
Con un blablacar llegamos hasta Lugo. Desde ahí haríamos nuestros últimos 100 km, pisando el Camino Primitivo o Camino Real, que lleva ambos nombres por ser el primero de los caminos en crearse después que el Rey Alfonso comience a viajar desde Oviedo hasta Compostela.
Ya aquí había más ambiente y mucha más gente caminando por los senderos.
Al segundo día llegamos a la ciudad de Melide, donde nuestro camino se unía con el Camino Francés.
Estábamos sentados esperando a la recepcionista, cuando un chico entró hablando un español tan argentino que enseguida le preguntamos de dónde venía. Era romano, pero su madre argentina, su nombre era Leandro.
Él vino sólo a hacer el camino, pero fue conociendo varios italianos y ya habían hecho una mini comunidad tana. Eran en total 12, provenientes de diferentes partes, y nos invitaron a estar con ellos durante las cenas y ratos para compartir, como si fuésemos unos italianos más.
Llegó el último día de caminata. No se a cual de todos los italianos se le ocurrió levantarnos a las cinco de la mañana para salir a caminar y poder llegar temprano a Santiago. Obviamente recibió mi reprobación, pero perdí por mayoría.
Salimos a caminar aún de noche por los senderitos entre los bosques, por suerte todos menos Juan y yo tenían linternas, pero teníamos que seguirlos a su ritmo para no quedarnos solos al final.
Caminamos 20 km en cinco horas. Llegamos a Santiago de Compostela con la emoción del objetivo cumplido pero, al ver la catedral, sentimos sabor a poco.
La catedral era hermosa, no fue eso lo que nos desmotivo. Al verla tuvimos la sensación de que a todos se nos había terminado una experiencia inolvidable e irrepetible. Nos daba ganas de estirar un poco la llegada y de seguir caminando para algún lugar, aunque ya se sienta el dolor en los pies.
La llegada a Santiago te genera la certeza de que la felicidad no está en un lugar, sino que está en el camino.
A fines del año pasado Oscar Masejo, un estudiante de história español, estuvo de intercambio en la Facultad de Humanas de la UNICEN, en Tandil y fue a él a quien fuimos a visitar en Santiago de Compostela.
Aprovechamos sus estudios para dar vueltas por la ciudad y que nos vaya llenando de información con cada paso que dábamos.
También pudimos hacer vida de universitarios por unos días. Estuvimos mateando en las plazas y bebiendo alguna cervecita con tapas en los bares.
Oscar también se portó de maravillas con nosotros. Aunque tenía exámenes en la semana siguiente, siempre estuvo a nuestro lado acompañándonos a hacer lo que nos diera la gana.
Nos despedimos, otra vez con esa sensación de que algún día lo volveríamos a ver en algún lugar y diciendo que esperábamos su visita en la Argentina.
Nuestra próxima parada sería Bertamirans, una ciudad muy cercana a Santiago de Compostela. Allí vivía Daniel Valverde, quien fue mi odontólogo hasta mis 10 años, cuando la crisis en Argentina lo hizo mudarse a España.
Daniel vive con su mujer, de Tandil y su hijito de 9 años llamado Tiego.
Estuvimos durante un fin de semana haciendo vida de familia. Los Valverde nos llevaron a conocer todos los lugares de la zona que teníamos pensado visitar antes de nuestra llegada. Fuimos hasta finisterre, lugar donde se creía que terminaba el mundo antes de Colón, a los Castros de Santa Tecla, a ver una de las carabelas que descubrió América en Baiona y a cruzar la frontera con Portugal.
Fuimos como dos amiguitos del hijo que venían a pasar el fin de semana a la casa.
Teníamos pensado irnos el domingo hacia Portugal intentando llegar hasta Porto, pero Tiago, luego de declararnos “Primo Coco Cuadrelli y Primo Juan Alpargata”, nos rogó que por favor nos quedemos un día más para que lo vayamos a ver entrenar, es arquero en las inferiores de un equipo de fútbol de la ciudad.
Hicimos caso a su pedido y nos quedamos un día más en Bertamirans, donde estamos ahora por pasar nuestra última noche (Tiago ya le está pidiendo a la madre que nos convenza de volver el año que viene).
Ayer nos despedimos de mi ex odontólogo, ya que hoy iba a estar fuera por trabajo. Nos dio un abrazo, nos agradeció haber venido y subió a dormir. No pasaron ni veinte segundos hasta que lo escuchemos bajar otra vez para darnos un abrazo más de despedida.
Los Valverde, como la mayoría de las personas que venimos conociendo y re encontrando en nuestro viaje, no solo nos abren sus puertas, sino que también sus corazones y nos brindan todo lo que tienen a su alcance para que disfrutemos nuestra estadía a su lado.
Al despedirnos es siempre el tema de las gargantas apretadas, son momentos que vivimos a diario pero que cada vez nos gustan menos y sufrimos más.
Suele ocurrir que muchas personas nos agradecen a nosotros haberlos visitado, cuando nosotros no sabemos cómo hacer para terminar de agradecer tanto afecto brindado. Y las palabras siguen y siguen sobrando.
Mañana cruzaremos una nueva frontera y pisaremos suelo portugués.
No sabemos con qué nos encontraremos en nuestros caminos, pero esperamos que siga estando plagado de más reencuentros y nuevas personas como hasta ahora… de esas que nunca queremos decirles adiós.
Nos despedimos con el cariño que siempre nos merecen y les mandamos nuestros abrazos a la distancia.
Coco y Juan Alberto
“Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”