miércoles, 6 de junio de 2018

Realidad o Sueno

 20 Años No Es Nada

En nuestra planificación teníamos un bache después de Bruselas, unos días libres sin saber bien a dónde ir. Teníamos ganas de pasar por alguna tercer ciudad en Bélgica, pero no teníamos muy en claro por cual.

En principio la idea fue arrancar para Brujas, pero hablando y consultando con los locales belgas y holandeses recibimos tantas recomendaciones sobre Gante que fue allá a dónde terminamos yendo.

Puedo decir que es algo que realmente me gusta de nuestro tipo de viaje. El estar en una situación tan espontánea, sin una planificación muy firma y en un contacto tan directo con el local genuino hace que terminamos yendo dónde realmente vale la pena… comiendo dónde come el pueblo y no dónde te recomienda la agencia de viajes.

En Gante nos alojó un estudiante de 20 años. Le caímos en época de exámenes, por lo que estaba estudiando a cuatro manos, pero igualmente siempre que podía se hacía un espacio para organizar algún plan con nosotros.

Gante me sorprendió muchísimo. Fue una locura haber caído a una ciudad totalmente desconocida para nosotros, pero con una historia tan peculiar. Es pequeña, medieval, llena de historia... hermosa por donde se la mire.

Desde uno de los tantos puentes que unen las orillas del canal que atraviesa la ciudad se dice qué se puede tener la mejor vista panorámica 360º de toda Europa… se ve el canal, un castillo, catedrales medievales, edificios antiquísimos, etc.

En su momento de esplendor, Gante llegó a ser la tercer ciudad más pujante de Europa, detrás de Londres y París. En aquel momento ésta parte de Bélgica pertenecía a España y por accidente un príncipe nació allí.

El bebé creció y se convirtió en Rey y el pueblo de gante sentía que era el pueblo más afortunado y amado por el rey ya qué era ese su lugar de origen.  Fue así que comenzaron a infringir la ley y dejar de pagar sus impuestos a la corona. Nunca creyeron que el Rey se enfadaría con ellos, eran su pueblo predilecto.

El rey se hartó de este tipo de comportamientos, viajó hasta Gante con su ejército, sacó de sus casas a los comerciantes más importantes, los desnudó y los hizo desfilar desnudos por todo el pueblo, ante los ojos de todos sus habitantes y colgó del puente a varios de ellos.

Esto hizo que los comerciantes que sobrevivieron se vayan del pueblo, así como muchos de los habitantes. La ciudad quedó vacía y empobrecida y es por eso que hoy en día se la ve como parada en el tiempo.

El día previo a nuestra partida nos encontramos con Paulina, la mujer qué nos había alojado en Amberes, y una amiga suya. Aprovechamos para pasear con ellas lo que no pudimos pasear en Amberes.

Ha sido algo recurrente a lo largo de todo nuestro viaje el hecho de forjar amistades en cuestión de días y al momento de la despedida quedamos expectantes de algún reencuentro con estos nuevos amigos.

A dedo fuimos hasta Lile, volvimos a Francia pero esta vez por el norte, Allí nos alojaron otros dos chicos de 20 años que contactamos por CouchSurfing.

Eran dos estudiantes de Ingeniería que a su vez llevaban un estilo de vida mochilero de tiempo completo. Un tanto exagerados los pibes: buscaban siempre ahorrar hasta en lo más mínimo… ni siquiera prendían el gas para no gastar.  Se hacía un tanto fría la estadía durante las noches de invierno del norte francés.

Lo mejor de haberlos conocido fue que nos cuenten sobre algo muy particular de sus carreras: Durante 4 meses la Facultad les daba la libertad de hacer lo que quieran. Algo tan simple como escribir un proyecto que tenga un objetivo preciso y hacer lo posible por cumplirlo..

No se bien bajo qué marco teórico se encuadraría, lo que sí sé es nuestros anfitriones y casi todos sus compañeros aprovecharon para viajar durante esos cuatro meses hacia diferentes puntos del globo terráqueo.

Matthieu, uno de los chicos qué nos alojaba, viajó a Estados Unidos y con una bici recorrió unos 7000 km, uniendo la costa Este con la costa Oeste del país.

Francois, el otro anfitrión, viajó a dedo y casi sin presupuesto hacia el sudeste europeo y desde allí empezó a subir hacia los países Nórdicos. Cuando estaba cerca de cruzar la frontera hacia Noruega  (uno de los países más caros del continente) se dio cuenta que necesitaba más adrenalina, por lo que envió su tarjeta de crédito de vuelta a casa y recorrió todo el camino de vuelta a casa prácticamente sin dinero.

Ellos dos y todos sus amigos tenían historias muy interesantes, la cabeza les había cambiado completamente después de sus aventuras y su alma ya era alma de viajeros.

Hicimos muchos planes con todos ellos. Siempre alguno nos venía a dar charla, se preocupaban porque no estemos solos y por qué la pasemos bien. Obviamente, los que más se nos acercaron eran los que durante sus proyectos habían viajado hacia latinoamérica y aprovechaban la ocasión para practicar castellano.

Pegamos muy buena onda con Francois, Mattheu y todos los demás. Ellos no querían qué nos fuéramos ni nosotros nos queríamos ir, pero debíamos hacerlo. Algo demasiado lindo estaba por venir.

La Family es lo First

Hace algunos meses que teníamos un compromiso anotado en el calendario. Debíamos llegar a Inglaterra a principios de diciembre para encontrarnos con mi Familia y con Santi, hermano de Juan y uno de mis mejores amigos. Hacía ya casi un año que no veíamos a ninguno de ellos

Primero nos encontramos con Santi en Ashford, un pueblito a las afueras de Londres dónde nos alojó Tom, un chico que contactamos por Couchsurfing. Muy simpático aunque su vida rondaba solo en ir a trabajar, volver a su casa y tomar cerveza hasta la hora en la que iba a dormir.

La idea de Santi era filmar el momento del reencuentro, pero el abrazo que le pegó Juan fue tan fuerte que tiró la cámara a la mierda. Pasamos dos días con santi caminando por ese pueblito perdido, tomando mate en cualquier lado o jugando en la pelota en algún que otra parque

Nos fuimos a dedo hasta Londres, dónde nos encontraríamos con mi Familia.

Habíamos conseguido un alojamiento a través de CouchSurfing qué quedaba un tanto apartado de la ciudad. Teníamos poco más de una hora de caminata hasta llegar al mini depto qué habían conseguido mis viejos.

La caminata la hicimos a las apuradas, no veíamos la hora de llegar a ese momento del reencuentro. Para colmo de males Juan y Santi me ponían más ansioso: “ya falta poco, coqui” “queres llegar, coqui?” “vas a llorar, coqui?”.

Cada vez caminábamos más y más rápido. Cuando encontramos la fachada del lugar bastó un grito de santi al aire para que mi vieja salga desaforada y con una sonrisa que no le entraba en la cara. Después llegaron mi papá y mi hermano, Francisco.

Un reencuentro con muchos abrazos fuertes y sonrisas grandes. Charlar se hacía muy difícil, tantas cosas para contarnos qué nadie llegaba a terminar ninguna idea.

También se hacía difícil entregarnos las mercaderías. Nosotros por un lago con muchísimas cosas que ya no queríamos cargar y necesitábamos que ellos se lleven a Argentina y ellos con muchos regalos qué es difícil explicar lo que necesitábamos y/o extrañabamos… alfajores, yerba, ropa nueva y limpia, etc.

Estuvimos tres días los seis juntos, paseando, comiendo o haciendo lo que sea… era más importante con quien lo estábamos haciendo que el qué hacíamos.

Finalmente llegó la hora de despedirnos de mi familia. Un hasta luego con un sabor extra amargo por no saber cuánto tiempo pasaremos esta vez hasta que podamos reencontrarnos.

Seguramente los viejos lloraron mientras me veían por la ventanilla del micro que se alejaba. A mi siempre me costó mostrar esas emociones frente a los demás, por lo que el nudo en la garganta y las lágrimas aparecieron cuando quedé solo. A ellos no les pude mostrar más que una voz tomada.

Mi familia es una familia de clase media que, al igual que muchas, la vivió muy dura durante los años venideros después de la crisis del 2001 y que muy de a poco y con mucho esfuerzo fue saliendo adelante.

Eso es algo que sin duda me marcó, ya que en esa época yo era un preadolescente y vivirlo en esa etapa de la vida me hizo valorar el esfuerzo de mis viejos por qué a mi hermano y a mi no nos falte nada. Por eso mi viaje lo realice con los ahorros que junte con esfuerzo y trabajo propio y también por eso valoro muchísimo que hayan ido a Europa para visitarnos.

Santi se quedó con nosotros y sería nuestra compañia durante algunas semanas más.

Señoritos Ingleses

 Nos quedamos una semana en Londres, en ciudad en la que mayor tiempo estuvimos durante todo el viaje.

Fuimos alojados por tres chicos indues qué contactamos a través de CouchSurfing.  Eran por demás hospitalarios, al igual que todos las personas de aquella zona de Asia que hemos conocido. A Prakash, uno de ellos, le comenté que me encantaría conocer su país porque me sorprende la hospitalidad con la que siempre nos trato la gente que de allí es oriunda y él me respondió “en nuestra cultura creemos que cuando recibimos a alguien en nuestras casas debemos tratarlo como si recibiéramos a Dios”.

Fue una semana completita, hicimos un montón de cosas:

En primer lugar nos reencontramos con Giulia y David, una pareja de 70 años que conocimos entre cervezas, mates y guitarras en una plaza de Sevilla. Ahora en Londres nos invitaron a cenar a un restaurante “todo culo” según la categorización que le dieron los hermanos Juan y Santiago Quargnolo.

Lo loco de aquella tarde en Sevilla, en ese encuentro callejero tan informal, fue enterarnos qué Giulia trabajaba para la reina de Inglaterra Elizabeth. Y no solo trabajaba para la corona inglesa, era una de las personas allegadas a la reina, la conocía personalmente y por protocolo debía asistir a los eventos que asistía la reina. Hasta recibía regalos de parte de la reina en su cumpleaños.

Giulia nos regaló entradas para visitar el Palacio de Windsor, donde habitualmente reside la reina.

Dos mochileros que solían andar con calzado roto y jeans gastados caminando por el Palacio de la reina inglesa, con un guía electrónico que tenía para seleccionar el idioma y con tanto lujo alrededor que llegaba a empalagarnos. Con solo ver las vajillas de la reina o los vestidos que ha usado en distintas ceremonias te preguntas “para qué tanto??”

Uno de los motivos principales por los que nos quedamos tanto tiempo en Londres fue porque yo tenía varios amigos para reencontrarme allí. Por lo que los hermanos Quargnolo decidieron hacer un viajecito sin destino hacia el interior de Inglaterra, con la carpa a cuestas.

La suerte estuvo de su lado, ya que pidieron permiso para armar la carpa en un lugar cualquiera y terminaron siendo invitados a dormir gratis en un hotel 4 estrellas, con comidas incluidas.

Por mi parte, me quede en la capital para reencontrarme con Kostis, un griego que fue mi mayor compinche durante mi intercambio en Porto Alegre. Siempre fue una de las personas con las que más me quería reencontrar durante este viaje, ya hacía seis años qué no nos veíamos.

Por suerte le escribí con algunos días de anticipación. Kostis vivía en Glasgow, Escocia y tenía pasaje para volar a Grecia justo cuando nosotros estabamos en Londres. El tipo, un groso. Se pidió un día en el trabajo, pagó la multa para cambiar su pasaje y se vino a pasar unos días a Londres conmigo.

Junto a él comencé mi cumpleaños, brindando en un bar cualquiera que encontramos por ahí. Los hermanos Q no llegaron a este evento por quedarse cenando y mirando un partido de River con los hindúes, lo que generó una mini pelea entre nosotros.

Al día siguiente me reencontré con Jessi y Niki, dos alemanas que formaron parte del primer grupo de extranjeros de intercambio que recibí en la Universidad y también con Dani, una brasileña que conocí durante mi tiempo en Porto Alegre. Con ellas y los hermanos Q fuimos a probar vino caliente y dar una vuelta por algunas ferias y algunos bares.

En Londres tuvimos muchas actividades y muchos reencuentros y despedidas lindas e intensas, pero ya estabamos algo saturados de la gran ciudad y el amontonamiento de gente por doquier.

Nos despedimos finalmente de los indios. Los tres nos acompañaron hasta la puerta con una sonrisa enorme, deseándonos buen viaje y saludandonos con abrazos fuertes.

Dejamos la ciudad y nos fuimos hacia el interior de Inglaterra.

Té para tres

Después de Londres nos dirigimos a un destino sobre el cual no estabamos muy seguros hacia donde estábamos yendo.

El hijo de una amiga de la madre de Juan y Santi vivía en un campo cercano a Hereford, un pueblito al oeste de Inglaterra, muy cercano a Gales. Nos invitó a pasar unos días allí y aceptamos con mucho gusto.

Su nombre era Eugenio, un chico de San Martín de los Andes que a los 21 años empezó a viajar en bici junto a su hermano por América Latina y se mantuvieron dando vueltas durante 4 años.

Durante este viaje, una de las experiencias que más marcaron a euge fue haber participado de un curso de meditación en México, por lo que después de un tiempo decidió participar como voluntario en la organización qué ofrecía estos cursos.

Fue así que las vueltas de la vida lo depositaron en Inglaterra, donde estaba trabajando como voluntario en un centro de meditación y en dónde nos quedamos los días siguientes.

Euge era una persona muy serena y con las ideas bastantes claras: nada de lo que hacía o decía sonaba como algo forzado o qué lo hacía para aparentar.

Nosotros tres estábamos bastante entusiasmados con tener la experiencia de vivir desde adentro la vida en un centro de meditación.

De antemano nos interesaba algún día poder realizar alguno de esos cursos pero sentíamos.que no era el momento por una cuestión de tiempo y de planes que nos habíamos propuesto. Al comentarle esto a Eugenio el nos dijo “ el tiempo lo tienen, lo que pasa es que priorizan otras cosas”... haciendo que se forme un silencio que nos conectó a los tres por unos minutos.

Nada más cierto que eso, nosotros siempre fuimos y seremos los únicos dueños de nuestro tiempo, pero muchas veces las obligaciones y responsabilidades nos hacen pensar que no es así.

En el Centro teníamos una casilla rodante totalmente equipada para nosotros tres y euge siempre se encargaba de qué no nos falte comida.

Fueron unos días muy relajados dónde aprendimos sobre la metodología de los cursos y además aprovechamos para salir a pasear caminando por los campitos de la zona y hasta nos dimos el lujo de llegar hasta un pueblito del lado de Gales.

El clima del Reino Unido hace que el color de los campos sea de un verde muy intenso y las construcciones antiguas, corralones de piedra, callecitas de doble mano sinuosas y angostas y algunas capillitas perdidas le dan un toque único e inconfundible.

Nos despertamos una mañana y euge nos llevó en una de las camionetas del Centro hasta un punto estratégico para hacer dedo en la dirección hacia Gales.

Nos despedimos de Euge con la promesa de que algún día realizaríamos alguno de esos cursos. Me llevé de él la motivación de ver a una persona qué ya viajó, recorrió, exploró y descubrió qué es lo que lo hace feliz y cómo quiere vivir su vida. Y la satisfacción de ver que un “colega” consigue el objetivo tan ansiado.

Nuestro viaje a dedo tuvo muy buen resultado. Quedamos sorprendidos de que siempre nos levantaran a los tres juntos y a las dos de la tarde ya habíamos llegado a Llandefgan, un pueblito perdido al norte de Gales donde nos alojaría un chico de CouchSurfing.

Teníamos que hacer tiempo para encontrarnos con nuestro anfitrión. Teníamos de fondo las montañas del Parque Nacional Snowdonia por lo que saqué mi cámara, enrosque el trípode, la pare sobre un tacho de basura y nos paramos los tres en frente al tacho para tener un lindo recuerdo del viaje.

De pronto salió un hombre muy simpático de lo que parecía la parte de atrás de una casa. Nos ofreció hacernos las veces de fotógrafo, posamos y nos quedamos un rato charlando de fútbol (tópico recurrente cuando decimos que somos argentinos).

El hombre nos invitó a esperar adentro. Lo que parecía una casa en realidad era un barcito donde algunos obreros estaban tomando su cervecita tirada post día laboral. Nos invitaron con algunas cervezas y nos enseñaron a jugar a los dardos con reglas profesionales.

Los dardos es el segundo deporte más popular en Gales, por lo que nuestros maestros parecían ser de muy buena calidad. Claro está qué es un deporte tan popular por encontrarse un tablero de dardos en cada bar al que te dirijas en Gales.

Ashwell, nuestro anfitrión, llegó y después de unas cervecitas y un partidito de dardos nos fuimos hacia su casa. Era un tipo muy relajado y se le notaba a la legua que era una gran persona.

Uno de sus mejores amigos, llamado Tom, tenía capacidades diferentes y él siempre se encargaba de contenerlo, tranquilizarlo y llevarlo consigo a dónde fuese.

Otra de sus amigos era Niki, una chica que siempre andaba con su perra y que en su mini auto nos apiló superando por mucho la capacidad que podía soportar y nos llevó a pasear por todos lados

Gracias a eso pudimos recorrer gran parte del parque Snowdonia. Sus paisajes fueron sin duda lo más lindo que nos tocó ver durante nuestro tiempo allí. Desde unas canteras abandonadas pudimos ver las montañas más altas de toda Gran Bretaña.

En todos los bares que nos llevaron los chicos se ocupaban de presentarnos con todos los presentes. Las personas solían agradecernos porque estemos visitando su país. Se sentían complacidos de tener visitantes extranjeros, oriundos de un país tan lejano como el nuestro.

Una de las noches nos llevaron a un pueblito vecino a lo que teóricamente sería una buena fiesta, pero era más bien una fiestita tradicional y familiar.

En un escenario, una banda vestida con atuendos tradicionales galeses explicaba cómo bailar en pareja una música antigua. El baile consistía en dar dos pasitos para adelante y luego dos para atrás

Fue algo bastante monótono y aburrido hasta que los tres argentinos empezaron a argentinizar la cosa: empezamos a meterle un poquito de onda al pasito, después pasamos a hacer unos meneos rabiosos. La gente se empezó a prender y terminamos todos haciendo tránsito y después haciendo el baile de la botella (todos los presentes en ronda con la botellita en el medio).

“Seguramente que esto nunca pasó en  historia de Gran Bretaña” dijo la conductora de la fiesta.

La noche anterior a irnos pasamos a despedirnos por el barcito del fotógrafo futbolero del primer día, esta vez estaba lleno de gente.

Al entrar al cuartito donde habíamos jugado a los dardos todos se voltearon para mirarnos como bichos raros hasta que apareció nuestro conocido a los gritos, estaba muy contento por nuestra visita. Nos hizo pasar y nos presentó con todo el mundo

Jugamos nuestros últimos dardos con Ashwell y Tom, se nos hizo corta la estadía con ellos dos.

Al irnos del bar caímos en la cuenta que el cuartito de los dardos era en realidad el cuarto privado detrás de la barra del bar donde el dueño (nuestro conocido) se juntaba con su familia y allegados.

Sorpresa y media

Nos despedimos de Ashwell con un fuerte abrazo.

Una mujer que conocimos en la fiesta tradicional galesa qué revolucionamos, y transformamos en un baile de la botella, se ofreció hasta un pueblo a 40 km desde donde saldría nuestro Ferry con destino Irlanda. No conforme con este enorme favor, también nos regaló una bolsita de chocolates a cada uno.

Hacía ya seis años y medio que Santi había vivido durante un año en Dublín, capital de Irlanda. La idea era pasar la navidad y nuestros últimos días junto a él en la ciudad que alguna vez fue su casa.

Habíamos arrancado muy temprano a  la mañana. Nuestro Ferry tardó tres horas en atravesar un mar muy movido por causa de la tormenta… no se podía caminar de lo que se movía ese barco.

Llegamos cansadisimos pero obviamente no estábamos en condiciones económicas de pagar un taxi hasta el hostel que teníamos reservado por lo que nos fuimos a pata, cargando las mochilas.

En el camino a santi se le ocurrió entrar a un mercado para comprar una Coca Cola para brindar a las 12. Yo lo quería matar, no veía la hora de llegar, de ducharme, de sacarme la mochila de encima y el tipo haciéndonos parar por una Coca Cola.

Llegamos al hostel y a Juan lo perdimos apenas hicimos el Check - In y era él el que tenía la llave de nuestra habitación. Más bronca todavía.

No sé si era porque estábamos en vísperas de navidad o es algo normal en Irlanda, pero el Gobierno les permite a las personas en situación de calle que duerman en hosteles.

En nuestro hostel había varios. La mayoría de las personas que allí viven en la calle son drogadictos. Con la estrategia de sacarlos de la droga reduciéndoles de a poco las dosis, el mismo Gobierno les proporciona drogas.  Y en nuestro hostel había varias personas así.

Entré a la habitación con los ánimos muy caldeados y el cansancio acumulado de todo el día. Mientras empiezo a acomodarme al lado de la cucheta qué me correspondía, una persona me empieza a chistar desde el otro lado de la cortina.

Supuse qué sería algún vagabundo queriendo colarse al hostel y no estaba en condiciones anímicas como para que me molestaran. Comencé ignorandolo, pero el chistido continuaba, por lo que en español lo mande a freir churros (por decirlo de un modo lindo).

Me tiré en la cama con intenciones de dormir.  La cortina se empezó a abrir y se escuchó “no me vas a saludar, coqui?”. Era Valentín, uno de los chicos de nuestro grupo de amigos de Tandil que, al igual que santi, se cruzó hasta Europa para visitarnos y compartir parte de nuestro viaje. De paso aprovechó y me hizo la sorpresa con la complicidad de Juan Alberto y Santiago, yo era el único que no sabía. Ah, y la coca era para acompañar el Fernet qué valen había traído!.

Nos dimos el abrazo enorme y el mal humor se me fue en un segundo.

Pasamos los cuatro juntos una navidad muy atípica. El festejo en Irlanda es completamente familiar, no hay fiestas, no abren los bares, ni se puede comprar alcohol en la calle.

Cenamos en la zona común del hostel, había como cuarenta personas de todas partes del mundo. Cuando el reloj marcó las doce no pasó nada, pensamos que tendríamos mal el reloj por lo que esperamos 1 minuto, 5 minutos, 10 minutos y no aguantamos más. Nos paramos y empezamos a brindar y abrazarnos y desearles a los gritos una feliz navidad a todos los presentes qué nos miraron con cara de “qué les pasa a estos locos?”. Se ve que nosotros somos los que vivimos la  navidad de una forma muy distinta.

Entre las actividades más disfrutadas en Irlanda estuvo ir a la casa dónde había vivido santi y nos tomamos un café con la señora que él sentía como su madre irlandesa.

Recorrimos también algunos bares típicos para probar la famosa Guinness, algo casi obligatorio para todo el que visita la ciudad.

Y así llegó la hora de despedirnos de santi. Lo acompañamos hasta la puerta del edificio dónde vivía Darrah, un Irlandés qué habíamos conocido en Croacia y qué nos alojó a los cuatro una noche en su casa.

Después de una par de abrazos, unos “muchas gracias por venir” y  “anda a saber cuando nos volvemos a ver” santi quebró y empezó a lloriquear y sus últimas palabras en este viaje fueron “esto de haber estado los cuatro acá fue un sueño. Tolo que vienen haciendo y lo que van a hacer es un sueño. Disfruten cada segundo porque vale oro”.

Quedó la promesa de no fallarle y seguir disfrutando cada segundo de este sueño.

Quién te ha visto y quién te ve

Sin quererlo, nos quedamos un día de más en Dublín, ya que no había forma de llegar por tierra hasta Glasgow, Escocia. Algo que nos sorprendió.

El viaje fue una odisea: primero un micro hasta Irlanda del norte, a dónde llegamos de madrugada y, por tener algunas horas de espera, nos quedamos tirados medio durmiendo en la calle. Luego un ferry hasta un pueblito en Escocia y finalmente un tren hasta Glasgow.

Kostis, mi amigo griego que reencontré en Londres, vivía habitualmente en Glasgow y me había dejado las llaves de su departamento para que tuviéramos dónde quedarnos, ya que él se iba a encontrar en Grecia.

La ciudad no ofrecía mucho, ni siqueira en la Oficina de Turismo nos pudieron ofrecer planes para más de un día. Es una ciudad grande y más bien industrial.

Volvimos de noche al dpto después de dar vuelta y completar todos los planes que nos habían marcado en el mapa, como si fuera un album de figuritas. Al llegar encontramos un artículo en un diario argentino que postulaba a Edimburgo, la capital escocesa, como uno de los mejores 10 lugares del mundo para pasar las fiestas de fin de año.

Ir allá a pasar el año nuevo era nuestro plan perfecto, pero teníamos varios obstáculos:
Escasez y precios elevados de Transportes
Escasez y precios elevados de alojamiento.

Estuvimos un rato largo buscando posibilidades sin éxito. Ya se nos estaban derrumbando las ilusiones pero algo teníamos qué hacer… Glasgow no parecía una ciudad muy interesante para pasar las fiestas.

Ya estabamos por perder toda esperanza cuando a Valentín se le prendió la lamparita: alquilar un auto iba a ser la mejor y más barata opción ya que íbamos a poder recorrer más y a su vez íbamos a poder dormir ahí adentro.

Fuimos a una agencia, firmamos lo que había que firmar, tuvimos una breve explicación sobre seguros extra qué podíamos contratar y todo lo que íbamos a tener que pagar en caso que no los contratemos (obviamente no los contratamos).

Emprendimos viaje un tanto cagados por qué al auto no le pase nada… una mínima marquita nos iba a costar nuestro viaje entero.  A todo esto sumándole el agravante de que allá se maneja por el otro lado, por lo que se va por el carril contrario y el conductor va en lo que para nosotros es el asiento de acompañante.

La fiesta nos dejó mucho qué desear: Era todo lindo en un principio, estábamos en un puente enorme dónde se había armado un escenario y una banda tocaba en vivo. Podíamos ver el castillo sobre una parte alta de la ciudad, de dónde tiran los fuegos artificiales a la medianoche.

Una vez que los fuegos terminaron, la banda dejó de tocar y taza taza, cada uno a su casa o a su auto.

Le preguntamos a muchas personas a dónde iban, suponiendo qué habría alguna fiesta, pero no, todos iban a apolillar. Por lo que la única opción que teníamos era ir al único boliche abierto, un boliche gay dónde nos tomamos nuestras primeras cervezas del 2017.

La no superó nuestras expectativas, pero la ciudad si lo hizo. Una ciudad difícil de describir.

Al día siguiente nos levantamos y fuimos a un Free Walking Tour que nos llevó a recorrer Edimburgo: Una ciudad llena de historia, rodeada por sierras, con un castillo enorme en lo alto que pertenece a la reina del Reino Unido y un centro histórico hermoso y pintoresco.

Nos quedamos con ganas de pasar algún día más en Edimburgo pero, ya qué estábamos motorizados, queríamos aprovechar para recorrer otras partes del país.

Nos dirigimos hacia el norte. Pasamos por el pueblo donde luchó William Wallace contra los ingleses y llegamos hasta Inverness, donde conocimos el famoso Lago Ness

Con el objetivo de pagarle menos a la agencia que nos alquiló el auto, pusimos un sólo conductor designado. En caso de que nos paren y no esté manejando aquel qué designamos tendríamos que pagar una multa, por lo que cuando rotábamos nos salíamos de la autopista y nos íbamos a las rutas alternativas.

Esas rutitas fueron lo mejor. Fuimos por callecitas perdidas y a veces ni siquiera se las podía llamar calles, campos con un verde intenso lleno de lomitas suaves y ovejas de cara negra pastando,

Fuimos atravesando montañas, bosque, nieve. Apreciábamos todo sin salir del auto (invierno en el norte de Escocia, la razón de por qué no salíamos es muy obvia).

Finalmente tuvimos que volver a Glasgow para qué Valen emprenda su camino de vuelta a casa con algunas escalas de lujo.

Fue triste y raro despedirnos de él. Pasó un mes en el que estuvimos rodeados por gente nuestra: mi familia, santi y valen. Todos ellos se la recontra jugaron y cruzaron el mundo para poder compartir un tiempo con nosotros y formar parte de nuestro viaje.

No había palabras muy definidas para decirnos hola ni mucho menos para despedirnos. Creo que teníamos tanto para decir qué no terminamos diciendo nada en concreto y creo también que los abrazos que nos dimos deben haber hablado por si solos.

Un día de mierda con olor a rosas

Nos levantamos temprano en una lluviosa Glasgow. Como cada vez que viajamos a dedo, queríamos llegar lo antes posible al costado de la ruta para aumentar las chances de llegar al destino final, pero esta vez teníamos un pequeño asunto que atender antes de marchar. Me tenía que encontrar con un amigo de Kostis para dejarle las llaves del depto qué nos había prestado

Mientras Juan se quedaba cuidando las mochilas, yo fui hasta la estación dónde me tenía que encontrar con este tipo. Lo esperé un rato, pero no llegaba nadie por lo que busque wifi para comunicarme y apurarlo. Resultó ser que el tipo estaba en una estación de tren que tenía el mismo nombre que la estación de Ómnibus en la que estaba yo.

Creo que lo normal es que él se acercara a donde estaba yo, ya que no conocía la ciudad tanto como él, sin embargo me dijo que me esperaba 10 minutos y si no llegaba se iba.

Tuve que ir a su encuentro a las apuradas y guiandome por las indicaciones que me iba dando la gente en la calle.

Llegue con lo justo, le deje la llave y me fui al encuentro con juan para poder salir lo antes posible a hacer dedo.

Cargamos todos los bultos y caí en la cuenta que faltaba mi cámara de fotos, me la había olvidado adentro del depto de kostis.

Otra vez para atrás: buscar wifi, comunicarme con el vago, ir hasta su trabajo a buscar la llave, volver al depto de kostis, agarrar la cámara, volver a devolverle la llave y volver a buscar a juan para salir de una puta vez a hacer el bendito dedo.

A todo esto, los trayectos los hice en parte corriendo con borcegos puestos entre toda la masa de gente que caminaba por el centro y qué tenía que andar esquivando. En una de esas, haciéndome el wing de los Pumas, metí un zig zag entre dos tipos y los borcegos no pudieron aferrarse al adoquín mojado por la lluvia y me fui de jeta al suelo. Tremendo palo que disimule parandome rápido como si no hubiera pasado nada, y continué mi carrera aunque no pude evitar renguear por lo qué me había quedado doliendo la rodilla… papelón.

Finalmente llegamos al punto dónde haríamos dedo, la lluvia era fuerte y parecía que ningún conductor quería meter a dos desconocidos empapados en su auto.

Después de un rato un auto nos empezó a hacer señas de luces desde la cuadra anterior. Eran un chico y una chica que estaban aburridos, salieron a dar una vuelta en auto, nos vieron y pensaron en acercarnos unos km hasta dónde fuéramos.

Fueron buena onda, pero no podíamos mantener ninguna conversación con ellos. No sé si habrían consumido alguna sustancia ilegal o simplemente eran bichos raros.

Nos dejaron en un estacionamiento de Hamilton, un pueblito a unos 40 km de Glasgow.

Nos pusimos a hacer dedo abajo de un semáforo con la esperanza de que alguno se apiade cuando estaba en rojo y tenía que parar obligadamente al lado nuestro, pero nada.

Pasaron unas tres horas y la lluvia se transformó en una cortina de agua que apenas les permitiría que los conductores nos vieran. Desistimos por causas de fuerza mayor.

Como de costumbre, Mcdonalds  fue nuestro aliado brindándonos el wifi que necesitábamos para decidir qué hacer. Después de investigar nos dimos cuenta que no teníamos otra opción más que volver a Glasgow.

Me contacté con kostis para que preste el depto una noche más. Contactamos a su amigo para que nos deje las llaves una vez más y buscamos la forma más económica de volver a Glasgow.

Volvimos en tren, fuimos a la terminal de micros a sacar pasajes para llegar al día siguiente a Sheffield y fuimos a la estación de subte para recibir las llaves del depto. Todo solucionado.

Cargamos las mochilas y demás bultos cuando me di cuenta que, una vez más, no tenía la cámara de fotos pero esta vez era distinto porque no tenía la menor idea de dónde la podría haber dejado.

Había pasado un día entero y pensé que había cinco lugares dónde podía estar:
La terminal de ómnibus donde acababamos de comprar los pasajes
El tren en el que volvimos a Glasgow
El McDonalds del pueblito
El semáforo dónde hicimos dedo
El estacionamiento dónde nos habían dejado los chicos raros

Primero fuimos a la terminal de ómnibus pero no estaba allí. Nadie la había visto o solo la habría visto algún amigo de lo ajeno… en caso de haberla olvidado ahí la tenía que dar por perdida.

En segundo lugar fuimos a la estación de tren a hacer el reclamo. Nos dijeron que era casi imposible encontrarla si es que me la había olvidado dentro del tren ya qué no habría forma de saber en qué estación la podrían haber encontrado… si me la había olvidado en el tren, la tenía que dar por perdida.

No me quedaba otra que volver a Hamilton y perdido por perdido no me iba a rendir sin intentarlo. Yo tenía un celular tan berreta que no le funcionaba el Google Maps, por lo que juan me mostró en el suyo rápidamente por dónde habíamos andado en Hamilton.

El se cargo mi guitarra para aliviarme el peso y yo me fui a ver si la suerte estaba de mi lado.

Fui todo el viaje cabizbajo y con una angustia que no me dejaba ni pensar pero me repetía a mí mismo qué esa cámara no la iba a perder. Me tenía fe, algo me decía que no tenía que bajar los brazos por más difícil que pareciera… yo ya estaba en el baile y había que bailar.

Lo que me dolía no era perder la máquina, sino que allí guardaba las imágenes de personas y lugares que no sabía si alguna vez iba a volver a ver y visitar y también tenía en imágenes miles de recuerdos únicos en mi vida y en la de Juan.

El tren paró en Hamilton. Eran las 19, estaba completamente oscuro y, como de costumbre a esa hora en la mayoría de los pueblos europeos y sobretodo los nórdicos, no había un alma en la calle

Me quedaban tres lugares para intentar encontrarla:
El McDonalds qué no sabía si estaría abierto o cerrado pero qué de última podría haber personas limpiando.
El semáforo que, si me la olvide ahí, el agua ya se habría encargado de hacerla pasar a mejor vida.
El estacionamiento dónde me dejaron los raros.
Decidí arrancar por el último de la lista.

Las pocas personas que encontré en la calle me ayudaron a llegar hasta ese estacionamiento del que lo único que sabía era el nombre de la calle dónde estaba. La mayoría de las veces me agarraron caminando en el sentido contrario.

Al llegar me puse a revisar entre los autos. Recordaba haberla puesto sobre el techo de algún auto mientras me ponía la mochila cuando nos bajamos del auto de los raros. No había nada en ningún lado y la poca luz no jugaba a mi favor.

Al fondo del estacionamiento había un local cerrado y un portón semi abierto desde dónde salía luz. Parecía un taller mecánico. Me acerque haciendo palmas a modo de timbre

De pronto salió un tipo robusto de unos dos metros y algo.
“Qué pasa?” Me preguntó en un tono desafiante.

Todo apichonado le empecé a explicar la situación y antes que termine me interrumpió diciendo.
“Ah si. Vos no serás el que se olvidó la cámara?. Pasá, vi hoy dos chicos que se bajaron con unas mochilas grandes y después encontré la cámara, la guarde por si volvían a buscarla.”

No lo podía creer!!

Me dio mi cámara totalmente seca dentro de su estuche y sin pedirme nada a cambio. Lo hizo solo porque es lo que corresponde y por ser buena persona.

Aunque muchas veces se dice lo contrario, o nos quieran hacer creer otra cosa, en este mundo está lleno de personas buenas… buenísimas. Que actúan como corresponde, qué intentan no hacerle daño al que está al lado y qué no esperan nada a cambio cuando ayudan a los demás.

Le pedí permiso al mecánico robusto para darle un abrazo y me fui de nuevo a Glasgow saltando en una pata, abrazado a mi cámara y con una sonrisa que no me entraba en la cara.

Me mire todas las fotos y recuerdos que seguían ahí guardadas. Les hacía zoom, quería que se me queden todas grabadas en la cabeza.

El no darse por vencido ni aún vencido suele dar grandes satisfacciones.

Vuelta de Tuerca

Al día siguiente el proceso fue más simple: dejarle la llave al amigo de Kostis en su oficina e ir directamente a la terminal para tomar el ómnibus que nos llevaría hacia Sheffield, Inglaterra.

Al momento de nuestra llegada la ciudad estaba completamente oscura, aunque no serían más de las 6 de la tarde.

Nuestro anfitrión fue Marvin qué contactamos por Couchsurfing. Era un chico nacido en Hong Kong pero que a los 12 años los padres lo mandaron a un colegio pupilo en Inglaterra, donde hoy en día estudia una carrera universitaria. Lo agarramos en época de exámenes por lo que nuestro único paseo con él fue ir a conocer la Universidad.

En nuestro primer día salimos solos a caminar la ciudad, durante la caminata atravesamos un parque bastante grande y dentro de él encontramos una mesita pública de ping pong con vista a un lago.

El resto de nuestros días en la ciudad fueron destinados a desafíos de partidos, revanchas y contra revanchas en esa mesita de la vista al lago.

Por la noche volvíamos a la casa de Marvin y una vez que terminaba de estudiar nos poniamos a jugar con él unos videojuegos de Mario Bros.
         
La verdad que ya teníamos la cabeza puesta en Australia y Sheffield fue simplemente una parada intermedia entre nuestro viaje por Reino Unido e Irlanda con familia y amigos y nuestro cambio de rumbo hacia Oceanía.

Finalmente llegó el día de partir. Nos despedimos de Marvin con el deseo tan repetido como sincero de volver a encontrarlo en otro momento y por otra parte del mundo y partimos las naves.

Era otra vez de noche, oscuro y frío. Nuestras mochilas iban más livianas de lo normal por la cantidad de ropa que llevábamos encima. Teníamos por delante un viaje de 62 hs (si, no es un error de tipeo… 62 hs):

Viajamos en micro hasta Londres, tuvimos una escala en Colonia, Alemania otra en Phuket, Thailandia, otra en Singapur y finalmente llegamos a Perth, Australia.

La salvación de todo el recorrido fue la escala en Tailandia. Llegamos a las 8 de la mañana y nuestro vuelo salía a las 20hs. El aeropuerto es famoso por la cercanía a la playa y porque cuando vas aterrizando te da la sensación que te vas a caer arriba de los turistas que están tirados tomando sol y sacandole fotos al avión.

Obviamente cambiamos los abrigos por las mallas, salimos del aeropuerto y nos dormimos la mejor y más relajante siesta en una playa paradisiaca que un viajero puede sonar.

Una vez en Australia, sentados en un banquito afuera del aeropuerto mientras esperábamos a la persona que nos vendría a buscar, me puse a pensar en nuestro cambio rotundo de rumbo, en lo lejos que habíamos llegado.

Habían sido 318 días divagando entre Europa y Marruecos. Pisando unas 129 ciudades de unos 24 países en las que nos encontramos y muchas veces reencontramos con muchísimas personas increibles que nos hicieron el camino más fácil y dónde vivimos innumerables momentos que nos quedarán en la memoria y que seguramente nos sacarán más de una sonrisa en el futuro...hay tantos paisajes, lugares, tantas cosas impregnadas en la retina…

Pero de un plumazo se termino lo que se daba y ese viaje de 62 hs nos dejó del otro lado del globo... desde empezaremos a ver el mundo y la vida misma con una nueva perspectiva.

 Seguiremos yendo por más.

Saludos desde el oeste australiano y como dice Mollo “en el oeste está el agite”

Coco y Juan Alberto

"Sueño con los ojos abiertos, puede que pienses que estoy loco porque me creo lo que sueño"

martes, 16 de enero de 2018

Todo a Pulmón

Cerveza Tirada

Nos despertamos temprano en Donly Kubin, Eslovaquia, con la idea de llegar a dedo hasta una de las ciudades más importantes de República Checa: Brno.

Mientras terminaba de armar los últimos detalles para cerrar la mochila. Juan entró a la cabaña contento, diciendo que se iba a poner pantalones cortos ya que afuera estaba hermoso para hacer dedo.. Decidí no hacerle caso al atérmico patagónico y fijarme en el pronóstico, dónde encontré que en realidad estaban haciendo tres grados bajo cero y había altas probabilidades de que caiga nieve.

Una de las particularidades de ese viaje a dedo fue cuando un conductor tomó un camino más largo para que podamos ver un mejor paisaje, luego paró en un restaurante para invitarnos a tomar un shot de alguna impronunciable bebida alcohólica eslovaca, nos hizo probar una taza de leche de cabra y nos obligó a cada uno a aceptarle 5 euros para que nos tomáramos un café.

Aunque fuimos siempre levantados y toda la gente fue muy amable con nosotros, finalmente no pudimos llegar hasta nuestro destino, teniendo que tomarnos un tren desde un pueblito cercano.

Nos preocupaba el hecho de que estábamos llegando a una hora poco prudente para los usos horarios chechos. Eso aparentemente no le importó demasiado a Luka, el chico que conseguimos que nos hospede mediante CouchSurfing, que ya había arreglado para ir a tomar unas cervezas a un bar con su compañero de piso - Filip - y nosotros.

Caímos con las mochilas y totalmente mugrientos después de todo un día de estar parado al costado de la ruta, atrayendo la mirada de todos los presentes que no entenderían de qué circo nos habíamos escapado.

República Checa es el país con más consumo de cerveza per cápita en el mundo. La cerveza es literalmente más barata que el agua, por lo que las personas llega a beber en promedio 150 LT al año.

Para los chechos todo tipo de reunión se hace en los bares y con cerveza de por medio.

Al día siguiente Luka debía irse temprano a trabajar y volvía de noche. Nosotros no nos podíamos quedar en la casa durante su ausencia, por lo que teníamos que pasar todo el día en las calles de una ciudad que con pocas horas  bastaba para recorrerla y dónde no paró de llover.

Entre mates, sentados en uno de los banquitos del castillo y mirando la ciudad desde arriba, nos pusimos a hablar de los asados, de lo lindo que es juntarte con tus amigos a comprar, charlar pavadas mientras el fuego va armando las brasas, comer y quedarte horas disfrutando de la compañía…

Hablamos de lo tradicionales que solemos ser los argentinos de hacer que cada juntada se haga eterna con el único sentido honrar la amistad….cuántos asados, cuántas jodas, cuántos picaditos de fútbol y cuçantos momentos irrepetibles nos habremos perdido en estos meses de aventura.

Hablamos de nuestras familias y seres más cercanos, de cómo sin darte cuenta el tiempo va a ir pasando y siempre es indispensable sentirlos cerca. en la distancia. Quizás esas personas son las que más se sienten en cada abrazo de despedida y en cada abrazo de reencuentro.

Fue sin duda uno de los días más nostálgicos que tuvimos durante nuestro viaje.

La verdad que al estar siempre en actividad y haciendo cosas nuevas, no solemos pararnos a pensar en nuestros pagos, pero aquellos días de fiaca, en lo que no tenemos mucho para hacer o en dónde la ciudad que acabamos de conocer no nos deslumbra, es cuando más extrañamos y llegamos a pensar que la fiaca es mejor pasarla en la comodidad de la casa propia, cerca de la gente que uno siente como propia.

Con esto no quiero caerle a Brno; nuestro pasó por allí no fue tan trágico, pero cada tanto hace falta descargar esa angustia que genera el desarraigo, para poder desahogar y seguir pateando hacia adelante.

Luka y Filip eran dos chicos muy buena onda que nos hicieron pasarla muy bien, siempre que pudimos compartir momentos con ellos. Y que obviamente nos hicieron tomar más cervezas de las que venimos estando acostumbrados.

Nuestro destino siguiente sería la hermosísima Praga, una ciudad en la que sin importar la cantidad de días que se la visite, imagino que siempre te vas a ir con la sensación de que te quedaron miles de cosas por hacer.

Arribamos a la capital checa a horas del mediodía, luego de un muy exitoso viaje a dedo.

Lamentablemente no pudimos aprovecharlo de la forma que hubiésemos querido y nos tuvimos que pasar toda la tarde pateando la ciudad con las mochilas a cuestas buscando un hostel dónde quedarnos.

Aunque esa no era la forma más placentera de conocer la ciudad, lo que podíamos ver nos renovaban esas ganas de recorrer el mundo que en Brno habían perdido algo de fuerza.

Praga es una ciudad por demás interesante. El hecho de estar ubicada en el centro de Europa, la hizo ser siempre escenario de varios acontecimientos históricos y ha enamorado a personajes como Mozart, Albert Einstein, Kafka y hasta a Hitler… quien quería que el Barrio Judío de esa ciudad sea utilizado como museo de la Especie Extinta.

El free walking tour que allí hicimos fue de los más interesantes en los que tuvimos la suerte de estar,  y uno de los que más cosas nos dejó como enseñanza. Y es que los sucesos que han tenido a Praga como escenario a lo largo de la historia son tan amplios y variados que no hay forma de que esa ciudad no te atrape.

Por no haber podido encontrar nadie que nos hospede, tuvimos que caer obligadamente a un hostel, pero gracias a esto pudimos coincidir con varios chicos con los que aprovechamos para meter alguna que otra fiestita después de bastante tiempo.

Nos fuimos de Praga después de unos cuatro días pateándola de arriba  a abajo, pero igualmente me quedó la sensación de haber pasado por una ciudad en la que no basta solo con visitar, y a la que probablemente valdría la pena vivirla desde adentro como un local por un tiempo más prolongado.

Su arquitectura, su historia, su ambiente son únicos. Es una ciudad que tiene todo para atrapar a cualquiera que la pise.

El deporte como religión. 

Llegamos a Munich, donde nos esperaba Diego: un colombiano que había conocido durante mi intercambio en Porto Alegre y con quien nunca perdi la amistad, aunque cada tanto nos perdíamos los rastros.

Hacia un año que vivía con su novia Pilar, a quien por suerte no despertamos durante nuestro nocturno y desubicado arribo.

Diego nos tenía unos colchones inflados esperándonos y un juego de llaves para que tengamos libertad absoluta para salir y entrar cuando quisiéramos. Durante el día ellos tenían una rutina muy cargada y la nuestra era la de siempre: “ver qué onda”; por lo que la noche era el momento dónde nos encontrábamos a charlar de cómo se habían pasado estos últimos seis años.

Al decir verdad, no fue una ciudad que tenga mucho que ofrecer, algo que un poco me desilusionó.

Más allá de haber sido el lugar donde Hitler comenzó con el Partido Nacional Socialista (NAZI), totalmente destruida durante la Segunda Guerra Mundial y cuna de la cerveza … no había muchos más motivos que te incitan a querer andar por ahí.

Gracias a la mencionada destrucción supongo que la ciudad perdió mucho de su atractivo; hoy en día los edificios históricos fueron reconstruidos intentando imitar los estilos anteriores, pero en muchos casos no fueron muy bien logrados, y el principal atractivo arquitectónico hoy en día es el estadio de fútbol Allianz Arena, uno de los más importantes del mundo y donde el Bayern Munich hace las veces de local.

En definitiva es una ciudad principalmente industrial, con mucha historia que la historia misma se encargó, o por lo menos intentó, borrar.

Al refugio de la lluvia, sentados en una galería bajo la estatua de algún antiguo rey y con un mate de por medio, nos pusimos a comentarle a Mantequita, un pibe de Tandil con el que nos encontramos ese día de casualidad, una idea qué se me había venido a la cabeza y que las charlas con Juan me hizo darle un poco de forma.

“Escuchame, Mantequita: para vos, ¿cuál es el punto turístico en común que en todas las ciudades a las que vayas, te van a recomendar para que visites?”. Una pregunta qué ya le habíamos hecho a varios, cada vez que salía el tema, y una de las respuestas más escuchadas es: “Qué se yo…¿la Iglesia?”

Durante estos meses de viaje fuimos viendo muchísimos templos religiosos imponentes por dentro y por fuera, más allá de la religión a la que representen… Catedrales católicas, mezquitas musulmanas, sinagogas judías, catedrales ortodoxas, protestantes, etc.

Antiguamente, en Italia, el tener una iglesia imponente era referencia de que la ciudad y sus pobladores eran de estatus social alto… por lo que los pobladores solían hacer donaciones a sus iglesias.

El Alemania los ventanales de las iglesias eran financiados por los gremios de los trabajadores, cuanto más color azul (el color más caro en la época) tenía el ventanal, era símbolo de qué más rico y poderoso era el gremio al que representaba.

Si vas a alguna ciudad que haya sido bombardeada durante la segunda guerra mundial te vas a encontrar con qué las iglesias siguen en pie y casi ni sufrieron los ataques. Eso no es porque los bombarderos eran ultracatólicos, es porque la altura de las iglesias las hacía sobresalir de tal manera que les servía de referencia a los aviones para ubicarse a qué sector de la ciudad iban a tirar la bomba.

Son muchas las historias y creencias dónde a la religión se la relaciona con el poderío económico.

Hoy en día casi todos los templos siguen siendo imponentes a pesar del paso de los siglos y la mayoría de ellos siguen sobresaliendo desde las vistas panorámicas de las ciudades, más allá de que ahora compiten con edificios que seguramente no existirían en los años en los que fueron construidos.. Punto y aparte para la Basílica de San Pedro en el Vaticano

Pero hoy en día los templos religiosos no son las únicas bestias arquitectónicas que te dejan estupefacto al verlas. Muchas ciudades cuentan con estadios de fútbol, o de otros deportes, como atractivo turístico.

El fútbol es uno de los principales motores económicos de la sociedad actual, moviendo masas de dinero inmensurables solo con el traspaso de un jugador desde un club a otro y manejando la pasión y la atención de sus seguidores (entre los cuales me incluyo)..

Y la religión va perdiendo de a poco su poder. Hay muchos templos que son utilizados como museos y en muchos de ellos te cobran simplemente para visitarlos por dentro. Nos ha pasado varias veces de coincidir con una misa en las que eran más las personas que caminaban alrededor sacando fotos, que las que se sentaban en los bancos a rendir culto.

Puede que hace varios siglos este papel le correspondiera a la Iglesia católica, a la musulmana, a la ortodoxa, a la judía, etc. variante que se da según zona geográfica.

Las religiones dominaron los pensamientos de las personas durante siglos, llegando al punto de generarse un sinnúmero de guerras en las que murieron fieles que se enfrentaban solo por pertenecer a religiones diferentes. Y si: es algo que hoy en día sigue pasando por religión, pero también por deporte, cuando hinchadas rivales se cruzan y puede que mueran algunos fanáticos, solo por tener sentimientos por colores diferentes.

Puede que la religión de la sociedad del ayer haya sido reemplazada por el fútbol de la sociedad del hoy.

Creo que nos despedimos de Pili y Diego en la mañana antes que se vayan a trabajar y seguimos durmiendo… estaba demasiado dormido como para saber si pasó o si fue un sueño.

Haciendo dedo llegamos hasta Assmannshardt dónde nos encontrariamos con Sabine, una chica que estuvo de intercambio en Tandil durante un semestre. Ella vive desde los 12 años en Alemania, pero nació y se crió en Sudáfrica, al igual que sus padres y hermanos.

Assmannshardt es un pueblo muy chiquito, debe tener más letras qué calles… cosa que no encanta para sentir qué nos estamos metiendo de lleno en la cultura verdadera de un nuevo país.

Sabine vive en la misma casa que sus padres, junto a ellos y su marido. Es una casa enorme en la que cada pareja vive en un piso separado y con todas las comodidades y nosotros también tuvimos el nuestro, con baño y habitaciones privadas. La decoración de la casa y la forma de ser de la familia nos hacia dudar si estabamos en Alemania o en Sudáfrica

En el rincón más apartado del subsuelo el padre tiene su búnker, su lugar favorito, dónde pasa la mayor cantidad de horas al día: un cuartito angostito, qué es el único lugar donde se permite fumar y dónde el mini refri siempre está lleno de cervezas.

El cuarto tiene entrada independiente y está siempre abierto, por lo que es normal que el padre baje a fumarse un cigarro y tomarse una cervecita y se encuentre con algún amigo que llegó sin avisar y le abrió el mini refri sin la necesidad de avisarle a  nadie. Sus amigos estan las 24hs del día invitados a pasar por ahí.

El padre nos recibió al igual que a todos sus amigos: la primera cerveza era de regalo, pero su tapita la teníamos que tirar y embocarla en un baldecito. Por cada tapita embocada habia una cerveza de regalo, y por cada tapita errada había que pagar una cerveza… Obviamente entendió nuestra forma austera de viaje y las decenas de tapitas que quedaron en el piso...sin ser pagas.

Pudimos pasear por el pueblito y por Ulm, la ciudad cercana, que es conocida por tener la iglesia más alta del mundo (también más visitada como museo que como iglesia), y por ser la ciudad donde nació un tal Albert Einstein. También fuimos invitados al cumpleaños de unas de las amigas de Sabine; pasamos el día comiendo de todo.

En nuestro último día Sabine y el marido tenían un compromiso, por lo que nos dejaron sus bicis para qué “boludeemos” por ahí. Nos fuimos andando a través de un bosque enorme hasta llegar al pueblito vecino y luego a una canchita de fútbol dónde nos quedamos varias horas pateando solos…

Necesitábamos embarrarnos un poco.

El mundo es un pañuelo

Una de las más grandes experiencias de mi vida la tuve en el año 2010, cuando realicé un intercambio en Porto Alegre, Brasil.

Una de las tantas personas que conoci en este periodo fue a Hanae, una brasilera miembro de AIESEC, la organización que gestionaba el proyecto social en el cual yo estaba trabajando en Brasil.

El proyecto del que había participado me movilizó al punto de decidir realizar algo similar en mi ciudad, Tandil. Ya en el año 2011, junto a otros estudiantes armamos un proyecto propio, buscamos una empresa que nos haga de Sponsor y nos encargamos de buscar estudiantes extranjeros que quisieran venir a nuestra ciudad, a dar clases a chicos de diferentes escuelas públicas.

Tuve entrevistas con varios interesados en participar, pero hubo un aleman llamado Inmi qué me había caído muy bien y parecía ser un excelente perfil para el proyecto. Lamentablemente para cuando le confirme que sería aceptado me comento que ya había arreglado con otro proyecto en Costa Rica.

Pasaron los años y fui perdiendo el rastro de estas dos personas, Hanae e Inmi.

Un día me puse a armar un mapa con los amigos que tenía desparramados por diferentes países, lo cual me serviría como guía para el viaje que ahora estamos concretando. Para poder saber dónde estaba cada uno, empecé a contactarlos y a reflotar algunos contactos como el de Inmi.

Chatee un rato con él, que como siempre le ponia muy buena onda a las charlas. “Claro qué me acuerdo de vos, mi amigo del país del tango” decía.

Seguimos chateando hasta que tuve que salir. Al volver pasó algo muy loco: tenía un mensaje en la ventana de chat de Inmi qué decía “Hola Coco ¿cómo estás? Soy Hanae, no sabía qué lo conocías a Inmi. Te cuento que nosotros nos conocimos en Costa Rica, ahora estamos casados...”

Nos despedimos de Sabine y la familia. Ella nos llevó hasta un punto desde el cual no se nos haria muy dificil conseguir quien nos levante. La mañana estaba algo fría, nublada y chispeaban algunas gotas. De golpe se abrió por completo y tuvimos la suerte de poder disfrutar de pasar un día soleado a la orilla de la ruta llena de verde y de ser levantado por diferentes autos que nos fueron llevando a traves del Black Forest (la famosa Selva Negra) hasta llegar a Friburgo.

Pasamos unos días en la casa de Inmi y Hanae, dos genios. Inmi aviso al trabajo qué estaba enfermo para poder tener los días libres y llevarnos a pasear por la ciudad y sus bares, por algunos pueblitos del bosque negro, a jugar babington y a un complejo de piletas con hidromasajes.

Durante esos días tuvo lugar el cumpleaños número 29 de Juan Alberto, que fue agasajado con regalos mios y de la pareja qué lo habían conocido la noche anterior.

Durante las caminatas por el Bosque Negro, era inevitable tocar el tema con Inmi: ellos estaban felizmente casados pero, en caso que yo le hubiese confirmado a tiempo su participación en nuestro proyecto en Tandil, él nunca hubiese ido a Costa Rica, ni hubiese conocido a Hanae y sus vidas serían totalmente distintas. La charla obviamente se iba por sus ramas, y terminábamos hablando de películas y libros que nos servían de ejemplo.

Es raro pensar a veces que decisiones que parecen simples o tomamos sin darle demasiada importancia, pueden cambiar por completo el curso de nuestras vidas. Y más loco es pensar que no hay forma de predecir o evitar esto: simplemente pasa.

En cuanto a las charlas con Hanae, algo que me quedó picando fue cuando le pregunté por qué querían seguir el resto de sus vidas en Brasil y no en Alemania me contestó: “Si algún día tenemos hijos y puedo elegir entre qué adopten la cultura o la alemana, elijo - sin dudas- la brasileña.”

Al principio me pareció un poco chocante, pero con el tiempo lo fui entendiendo.

Después de Friburg tuvimos un paso fugaz por Karlsure, donde visitamos a Marc: un alemán que había conocido en un hostel en Río de Janeiro.

Esa vez había viajado a Brasil con otros seis amigos y, por no reservar a tiempo nuestro hostel en Río, tuvimos que dormir en habitaciones separadas.  A mi me tocó en una habitación en la que cada cual tenía un compañero de viaje, a excepción de un rubio alto con pinta de europeo al que nadie le hablaba.

Volví a la habitacion una noche y el rubio estaba ahí solo, así qué me le puse a charlar. De a poco mis amigos fueron llegando y se fueron sumando a la conversación y pegando buena onda con él.  Marc acababa de llegar a Brasil y pensaba pasar 6 meses de intercambio en Curitiba.

Al final se terminó sumando con nosotros a la visita al Cristo y desde ahí siempre tuvimos contacto con el por facebook.

Caimos a su casa con Juan una noche bastante fría en una ciudad bastante fiera. Le tocamos el timbre y el salió con una sonrisa de oreja a oreja… Marc es de esas personas que siempre sonrien, y que luego se ríen en voz alta por todo lo que se les dice.

Lamentablemente le llegó un mensaje de su novia qué iría a visitarlo a Karlsure, por lo que el pollerudo nos pidió amablemente que nos retiremos antes de lo pensado, sin más que compartir una cena, un partido de la Champions y una visita a un palacio con jardines interminables.

Nuestro siguiente destino sería Relingen: un minúsculo pueblito que, como todos los de Europa, no tiene ni una calle recta y, como todos los de Alemania, es prolijito “al por mayor”… te dan ganas de hacer un poco de vandalismo para cortar con tanta dulzura.

Allí fuimos a visitar a Rafa, uno de los más grandes amigos que me dejó mi estadía en Porto Alegre.

El fue la persona que más me enseñó sobre la armónica y siempre me incentivaba a que toque ese instrumento. Obviamente, lo primero que hizo cuando llegamos fue agarrar la armónica para que lo acompañe con la guitarra, e invitarnos a un bar dónde había un escenario lleno de instrumentos, dónde quien quería se subia a improvisar… Está por demás decir que el subió y “la gastó”...y a mi no me dieron los cojones para subir.

Lo que más nos quedó de nuestro paso por Relingen fue el día que Rafa nos prestó unas bicis y nos fuimos los tres andando hasta Hedilberg: una ciudad que nunca estuvo en nuestros planes y que, creo, fue la que más me gustó de Alemania.

Es una ciudad angosta, construida en un valle entre dos sierras y atravesada por un rio que a la vez atraviesa varios puentes antiguos. Tiene un centro histórico muy pintoresco, con la arquitectura clásica alemana (las paredes blancas con maderas negras y los techos rojos), y un castillo enorme que vigila la ciudad desde las alturas de una de las sierras.

Desde los jardines del castillo vimos como el sol se ponia por el otro lado de la ciudad, justo por detrás del castillo, mientras tomabamos unos mates con una postal perfecta.

Rafa tenía un compromiso y nos dejó poco después de haber llegado a la ciudad. Con Juan decidimos volver todo el camino en bicicleta hasta Relingen, aunque nos quedaran poquísimos minutos de luz.

Estuvo genial. Fuimos siempre por bicisendas, por tramos pegados a la autopista, en otros muy alejados, atravesando algunos bosques, descampados y cada tanto algunos pueblitos perdidos.  En la bicisenda todo estaba muy bien señalizado con carteles que indicaban el camino, las distancias, etc.

Al día siguiente salimos con Rafa a caminar por la bicisenda que conectaba a su pueblo con con el pueblo vecino. Era domingo a la mañana; las pocas personas que pasaban eran jubilados que salian a pasear, al igual que nosotros.

Rafa nos fue indicando algunas cosas que nosotros hacíamos y qué en Alemania no era costumbre: como tocar varias veces la bocinita de la bici a cualquiera que se cruzara, saludar a los gritos al que nos cediera el paso o jugar con el perro de un desconocido… Cuando hacíamos esas cosas la gente nos miraba bastante raro o no sabian como reaccionar.

Antes de vivir en Alemania, Rafa vivió durante un año en un país muy distinto: India, dónde no hay reglas; o, mejor dicho, las reglas son tan distintas a las que nosotros estamos acostumbrados,  que muchas veces terminan resultando contrarias. “No es que no tengan educación; es que nunca fueron educados por occidentales, entonces su educación es muy diferente.” Contaba Rafa.

Ya hacía tres años qué Rafa vivía en Relingen y no tenía amigos en el pueblo. Nos contaba qué es un proceso muy largo lograr que alguien te invite a su casa en Alemania. Rafa cruza todos los días a las mismas personas en la calle, pero nadie lo saluda. Mientras que en la India, cualquier desconocido que lo veía en la calle se terminaba auto-invitando a ir a la casa de Rafa, y al entrar le abría la heladera sin pedir permiso; o los desconocidos invitaban a Rafa a ir a casamientos, solo por no ser de la India.

¿Cuál cultura o forma de vivir es mejor? No se sabe, quizás sean simplemente diferentes y cada cual va a preferir una u otra según su punto de vista, su formación o el país dónde fue criado. Pero de a poco empezaba a entender lo que decía Hanae sobre la cultura qué le gustaría que tengan sus hijos el día de mañana.

Por lo que venimos viendo Alemania es un país donde todo funciona y donde hay muchas reglas y todas las reglas son respetadas. Esto puede ser muy positivo en varios aspectos, pero también puede influir en qué muchas personas sean demasiado estrictas, lo que afecta a las relaciones sociales en general, algo bastante diferente a nuestras culturas latinas.

Hay quienes prioricen algunas cosas y quienes prioricen otras a la hora de elegir cómo y dónde vivir; lo bueno es poder tener las experiencias y las libertades que nos ayuden a elegir.

Las hojas del otoño

Nuestro siguiente destino fue Darmstadt, una ciudad muy cercana a Frankfurt, en el centro de Alemania. Allí nos alojaría Marc, en el depto en el que vive con su novia y su cuñado.

Marc es un alemán con todas las letras: extremadamente respetuoso, formal y estructurado en cuanto a los horarios.

La primer noche le preguntamos si le parecía que nos levantemos a eso de las 7.00 am, ya que él tenía que ir a trabajar y no podíamos quedarnos en la casa. “Mejor a las 7 menos 10, así desayunamos juntos”, respondió.

El objetivo de pasar por esta ciudad fue visitar varios chicos que estuvieron de intercambio en Tandil, en diferentes años.

Durante el día todos ellos trabajaban, por lo que no teníamos más que dar vueltas por una ciudad en la que no hay mucho para ver, y tomar mates en los parques esperando que el tiempo pase. A la noche nos juntábamos todos a comer o tomar algo.

Alexandra estuvo en tandil en el 2011, Thomas en el 2012, Hanna en el 2014, Marc y Florian en el 2015. Era loco pensar que yo estaba juntando a todos estos alemanes que hablaban español, vivían en la misma ciudad y no se conocían entre ellos.

Fue muy lindo poder reencontrarme con ellos, hablar cómo fue sus vidas después de Tandil, que les dejó esa experiencia y ver cómo iban sus vidas ahora.

Todos concidian en que querían volver a Argentina y, específicamente,  a Tandil en algún momento, por lo que la despedida se sintió como un hasta luego.

Nos fuimos con destino Brunswick una ciudad por la que pasaríamos para visitar a María Julia, una argentina amiga de la abuela de Juan.

Hacia casi un mes que Juan le había dicho que íbamos a pasar por allá y la mina no paró de llamarlo cada día para hacerle preguntas un tanto paranoicas sobre nosotros y nuestro viaje, y para ir adelantándonos las reglas de la casa.

Nuestro viaje había sido a dedo, llegando por la noche y muy cansados a la ciudad. Sin embargo, María Julia nos tuvo unos 30 minutos parados en la puerta de la casa explicando todas las reglas qué debíamos saber antes de entrar.

Era la casa más hermética que vi en mi vida. Tenía un sistema moderno de ventilación en el que unas pequeñas aperturas aspiraban el aire externo, lo procesaban quitándole la humedad, lo limpiaban y lo distribuían por la casa con determinada temperatura.

Las ventanas eran simplemente para tener una vista hacia el exterior o para tener luz natural, ya que estaba totalmente prohibido abrirlas (como tantas otras cosas que estaban prohibidas).

María Julia nos fue leyendo una por una las cosas que debiamos saber sobre la casa y lo qué debíamos hacer en nuestra visita, siguiendo una lista bastante extensa que había armado antes de nuestro arribo, y que se me haría imposible reproducir.

Si les puedo resumir que era un tanto obsesiva con los malos olores y los gérmenes, por lo que nos dió ropa de su marido para meter toda nuestra indumentaria al lavarropas, incluso las cosas que teníamos limpias. Nos pidió que por favor nos bañemos ni bien entramos a la casa; las mochilas las tuvimos que dejar en el lavadero de la casa y nuestras zapatillas en el garaje.

Cuando salíamos con ella a la calle solo había un tópico de conversación: las reglas de tránsito que se le presentaban cada medio metro y qué los alemanes estaban acostumbrados a respetar sin ningún tipo de objeción: cuándo se podía doblar, cuándo tenía pasó le ciclista, cuándo el peatón, por qué se formaban las colas de autos, por qué parte de la vereda debíamos caminar, etc.

Hasta llegó a explicarnos qué las hojas de los arboles tenian un color amarillento: porque era otoño, ya que en primavera son verdes…

Normalmente con Juan somos como dos nenes qué se pelean por ir en el asiento de adelante, llevamos la cuenta de a quién le toca ir adelante, pero en este caso nos peleabamos por ir atrás. Al que le tocaba ir adelante debía hacer el esfuerzo por seguir los monólogos sin sentido de María Julia o, por lo menos, simular que lo hacía.

En la casa también vivía su marido Alex, un tanto más simpático y con quien podíamos tener conversaciones un poco más interesantes. Sin embargo también era muy estructurado, se lo notaba un tanto estresado y me daba la sensación de qué le molestaba nuestra presencia en la casa.

Tenían juntos un nenito de 7 años llamado Martín. Le habían regalado unos juguetes para armar autitos con electricidad con la intención de qué, si tomaba gusto por hacerlo, el día de mañana quiera estudiar ingeniería electromecánica.

El nenito hablaba con nosotros en un español muy bueno, aunque con gran acento alemán. Quizás un poco víctima de lo que viviría a diario, tenía una personalidad autoritaria, para todo quería poner reglas, daba órdenes y era bastante arisco cuando se le quería hacer cosquillas o mimos.

Cada tarde María Julia nos llevó a unas piletas públicas para que nademos y nos relajemos, o para deshacernos de nosotros un poco o para limpiar las baldosas por las que habíamos caminado nosotros dos… la verdad no lo sé, nunca nos preguntó si nos gustaba nadar; ni siquiera si sabíamos nadar.

Probablemente sus intenciones eran las mejores, pero tenía una personalidad tan obsesiva y controladora que llegaba a aturdirnos. No es fácil explicar como nos sentíamos ahí o como era el trato, probablemente parezca que estoy exagerando, por lo que les voy a dar el siguiente ejemplo:

Durante el verano a Juan y a mi se nos rompieron las ojotas, por lo que las arreglamos con unos alfileres en las suelas. Un domingo a las 7.30 de la mañana María Julia nos despertó para darnos un folleto de una cosa de ropa para que miremos los calzados en oferta ya que, según ella, si alguien veía nuestras ojotas podía pensar que éramos refugiados y podiamos tener serios problemas.

Fue feo tener que irnos mintiendo, ya que le dijimos que nos ibamos a ir en blablacar cuando en verdad nuestra intención era hacer dedo… No queríamos que nos salga con “un martes 13”, diciendo qué nos podía ver la policía, qué era ilegal o cualquier otra cosa que se le ocurra a esa cabecita.

Es la primera vez que no conectamos con alguien que nos haya alojado y la verdad que fue una sensación horrible porque por un lado te sentís agradecido por que te den una mano, pero por el otro tan incómodo, qué no ves la hora de irte.

Por suerte la fuga nos salió bien y pudimos huir hacia Berlin.

Pisando Historia

Haciendo dedo nos tuvimos que separar, ya que no encontramos conductores que nos lleven a los dos juntos. El reencuentro fue directamente en Berlin.

El alojamiento lo cubrimos gracias a un chico hindú que contactamos mediante CouchSurfing. Su nombre era Dhiraj, se encontraba haciendo un master en la capital y vivía en el piso 16 de un complejo repleto de estudiantes internacionales, de todas partes del mundo.

Los momentos para compartir con él eran durante la noche, cuando nos quedçabamos hasta altas horas charlando y jugando a las cartas junto a sus amigos de Egipto, Nepal y Yeman.

Las personas provenientes de aquella parte del mundo suelen ser hospitalarias y educadas por demás. A medida que vas conociendo más y más personas de medio oriente más te hacen picar el bichito de la curiosidad, y las ganas de arrancar para aquel lado.

Berlin fue una ciudad destruida completamente durante la Segunda Guerra Mundial y, para su reconstrucción decidieron no basarse en los edificios antiguos (como hacian la mayoria de las ciudades alemanas: tratar de mantener el estilo), sino qué se basaron en las tendencias de la época… lo que le quitó el parecido con la mayoría de las ciudades europeas: no tiene un centro histórico antiquísimo con callecitas curvas, sus edificaciones son más parecidas a las de una ciudad sudamericana… solo algunos edificios fueron reconstruidos a imagen y semejanza de lo que alguna vez fueron.

En Berlin nos pudimos interiorizar con quizás el suceso más conocido de la ciudad: el Muro de Berlin. Algo que teníamos de oído pero en lo que nunca habíamos profundizado demasiado.

Gracias a los Free Walking Tour pudimos tener una visión que nos permitió ir más allá del hecho de que los Aliados y los Soviéticos pasaron de pelear por una misma causa a ser enemigos por sus contrarias formas de ver el mundo, y nos dejamos sorprender al caer en la cuenta de lo cercanos que fueron todos estos hechos que se nos hacían mucho más lejanos en el tiempo.

El muro cayó en 1989… un hecho más reciente que los dos mundiales ganados por Argentina, más reciente qué la guerra por las Malvinas, más reciente qué los Beatles y qué los Rolling y más reciente que muchísimos sucesos históricos para la humanidad.

Con la caída del muro, la gente prisionera del Sistema Comunista pudo salir de su prisión y comenzar una nueva vida, vivir como vivían los del otro lado del mundo, vivir una vida que tantos habían soñado y por la que tantos habían muerto, intentando cruzar ese muro fronterizo que los tenía en cautiverio.

Escuchar historias, cruzarte con gente que vivió la época de la división, ver partes del muro qué siguen en pie pero lleno de murales pintados en su honor, así como tener acceso a libros, canciones o películas, ayudan a entender éste y muchísimos eventos que marcaron a fuego nuestra humanidad, los alcances que puede tener el poder cuando es enfermizo y mal usado, y hasta dónde puede llegar la mentalidad humana.

Nos tomábamos un tren o un colectivo y flasheçabamos mirando a la gente local y pensando de qué lado del muro estarían, por qué habrán tenido que pasar, que tanto valoran la vida el día de hoy.

Es verdad que Alemania fue culpable de la guerra más sangrienta de la historia y qué más secuelas dejó en Europa, pero también fue el país que más sufrió las consecuencias y, al día de hoy, los alemanes se siguen avergonzando cuando desde todo el mundo se los relaciona con el nazismo.

Dejamos Berlin para pasar a Hamburgo, donde nos alojaría Peter, un profesor de teología de la Universidad, que vivía solo con sus gatos en la segunda isla de rio más grande del mundo.

Como nos pasó con muchos de los que nos alojaron por CouchSurfing, nos dimos cuenta desde un primer momento de qué era gay pero también, como nos pasó con todos, nos dedicamos a entablar una buena amistad en vez de quedarnos juzgándolo con los ojos cerrados.

En las cenas con él hablamos de religiones y del peso que han tenido en la historia.

Es medio tonto de nuestra parte tender a ver en el pasado los hechos que han sido de vital importancia para la humanidad, y no pensar que la actualidad y todo lo que vivimos a diario no será de vital importancia para los años venideros.

En Hamburgo empezamos a vivir el invierno europeo. Desde unas semanas atrás las condiciones climáticas ya no nos acompañaban, pero en Hamburgo fue donde empezamos a tener días más cortos… se hacía de noche a las 4 de la tarde, por lo que las pocas horas de sol las teníamos que aprovechar al máximo.

Peter era un tipo muy alegre y sonriente;  sin razón nos podíamos sentir a gusto en su compañía.

Al despedirlo me quedó una sensación rara: la sensación de que no iba a volver a verlo otra vez; suena horrible, pero es una realidad que en este viaje fuimos conociendo mucha gente con la que en un corto tiempo entablamos relaciones de amistad, pero que el mismo tiempo y la distancia no serán de gran ayuda para continuar con dicha relacion… Ojala sea un pensamiento erróneo y pasajero.

Del otro lado de la frontera

Sé que puede no ser muy agradable lo que voy a decir, pero de Alemania me fui con la misma sensación que me lleve de Marruecos: un país hermoso donde siempre voy a tener viejos y nuevos amigos que serán motivo de más y más visitas, un país repleto de rincones y paisajes extraordinarios para seguir descubriendo, pero así y todo no es un país qué eligiría para vivir el resto de mi vida.

Tanto en Marruecos como en Alemania fuimos recibidos por muchísimas personas conocidas y desconocidas qué nos hospedaron y nos brindaron muchísimo, pero en la calle la sensación siempre fue otra. En Marruecos siempre teníamos la impresión de que todo el que se nos acercaba lo hacía con la intención de pedirnos dinero en algún momento. Y en las calles de Alemania se nos hacía difícil acercarnos a un desconocido y que éste  nos responda con amabilidad; se siente el stress y el mal humor de las personas.

En Alemania le escribía a 40 personas por couchsurfing y con suerte 10 me respondían, de los cuales quizás uno nos aceptaba para alojarnos. Groningen fue nuestro primer destino en Holanda; le escribí a 4 personas, en menos de media hora me habían respondido todos, dos de ellos nos aceptaron y nos pedian por favor que vayamos a sus casas.

La primer noche en Holanda la pasamos en la de un estudiante de 22 años que vivía junto a otros estudiantes. Recibir viajeros y escuchar sus historias les serviría de inspiración para salir al mundo en algún momento.

El resto de las noches las pasamos en lo de Reynout, un marinero de treinta y pocos que recibía constantemente gente en su casa. Era muy liberal, nos dió las llaves de su casa, dos bicis y no se preocupó más por nosotros, lo que resultó genial… Cuando podíamos coincidir para hacer algo juntos, buenisimo; y cuando no ...buenísimo también. Hacíamos la nuestra.

Nos movimos libremente en el medio de transporte más popular del país, transitando en nuestras bicis prestadas diferentes bicisendas colapsadas.

También tuvimos el primer acercamiento con la arquitectura típica holandesa: casitas de ladrillo visto extremadamente similares unas con otras, que rodeaban callecitas angostas y sinuosas, y que cada tanto toman distancia porque algún que otro canal se les interpone.

La gente en las calles también era diferente: todo al que le pidiéramos indicaciones, sacarnos una foto y hasta los cajeros en los supermercados nos deseaban que tengamos un buen día y un buen viaje, nos preguntaban de dónde éramos y que haciamos en su pueblo… gestos simples que cuando uno viaja “a la deriva” y está tan lejos de casa, valora mucho más de lo que lo haría en condiciones normales.

Nos hicimos pasar por estudiantes universitarios para colarnos en los entrenamientos del equipo de futsal en el enorme polideportivo de la universidad. Fuimos con Reynout a comer en un comedor social vegetariano y recorrimos algunos bares junto a él y su amigo Anton, otro tipo macanudisímo, al que parece no importarle nada en la vida más que pasarla bien.

Pasamos a Leewuarden, un pueblo que figuraba en nuestra ruta de viaje porque desde su universidad había recibido muchos estudiantes de intercambio a Tandil, y algún que otro estudiante argentino habían ido a estudiar allí durante un semestre.

Fuimos alojados por Ceciel, una chica que contactamos por CouchSurfing y qué vivía con otras tres estudiantes. Caímos en fecha de su cumpleaños y fuimos incluido como uno más de sus amigos qué iban a festejar.

Es un pueblo lindo, con un canal que atraviesa el centro y una torre inclinada al estilo la torre de Pisa.

Nuestro pase por el pueblo fue rápido, sin hacer mucho más que juntarnos a tomar un café con Renata (una argentina que estaba de visita), sus amigos holandeses y Julián (una holandesa que tuvo su intercambio en Tandil).

Lo más destacable fue poder vivir de cerca la “navidad holandesa” llamada San Nicolás, quien se cree que vive en España y todos los años llega en barco a las costas holandesas acompañado de sus tres ayudantes negros quienes les entregan regalos a los nenes qué se portan bien y se llevan a España a los nenes qué se portan mal. Durante esas fechas se ve mucho movimiento en las calles y todos los chicos andan con la cara pintada de negro.

Con palabras de agradecimiento y abrazos fuertes de “espero que nos veamos otra vez” nos despedimos de las chicas para irnos a dedo hasta Amsterdam, dónde nos alojaría Fem, una chica de CouchSurfing qué hacía solo dos meses había vuelto después de vivir dos años en Argentina. Hablaba español con nuestro acento.

No puedo negar que Amsterdam es una ciudad pintoresca, sobre todo por sus cientos de canales que la atraviesan por doquier y las miles de bicicletas qué las circulan a diario, pero me sorprendió no encontrarme con tantos edificios ni sucesos históricos como los que nos habían  acostumbrado las demás capitales o ciudades grandes europeas, aunque desde los Países Bajos provino la mayor cantidad de personas que se enviaron a los campos de concentración Nazi, según nos contaban los guías de los Free Walking Tour.

Creo que los mayores atractivos por los cuales recibe tantos turistas de todo el mundo, algo que lo hace una ciudad única, es su liberalidad en cuanto al consumo de marihuana y en cuanto a la prostitución.

A toda hora se ve gente fumando en las calle o se siente olor a marihuana. Algo curioso es ver que en los Coffe Shops que venden marihuana la gente sale a la calle a fumar tabaco y vuelve a entrar para seguir fumando marihuana.

En cuanto a la prostitución, es muy curioso ver en las varias manzanas que abarcan la zona roja las mujeres en ropa interior del otro lado de un vidrio, como si fueran maniquíes en locales de ropa. Le van golpeando el vidrio a todo el qué pasa para invitarlo a negociar el precio de su servicio.

Antes de irnos de Amsterdam nos juntamos con Charlotte y Mars, dos chicas que se habían hospedado en el Hostel en el que nosotros habíamos trabajado en Croacia, y qué se habían quedado más días de lo qué tenían planeado solo porque les caímos bien nosotros y todos los chicos del staff.
Aunque las hayamos conocido hacía 4 meses, parecía que fueran amigas de toda la vida.

Amsterdam fue una ciudad con un encanto particular, pero no fue una ciudad que me haya deslumbrado. No vi que ninguno de sus atractivos sean exclusivos de Amsterdam, sino que eran las mismas atracciones que encontrábamos en todos los pueblitos holandeses, pero más agrandados y con el exageramiento que les proporciona el marketing obvio de una ciudad grande.

La partida y la llegada

Nuestro próximo punto en la ruta de viaje sería la ciudad de Ultrech. En un pueblito muy cercano habíamos conseguido que una mujer llamada Marjeloin nos hospedara a través de CouchSurfing.

Para el momento de nuestro arribo ella no iba a estar en casa así que nos recibiría su hijo de 15 años.

Aparentemente el pibe había recibido instrucciones precisas de cómo proceder ante nuestra llegada: nos mostró la casa, nos ofreció algo para tomar, nos calentó la cena, se quedó charlando con nosotros sobre nuestro viaje.

En este mundo están las personas que no confían en los extraños y las Marjo, que sin conocernos dejó que dos extraños sean recibidos en su casa por su hijo de 15 años.

Después de un rato dejó el libreto de lado y nos invitó a jugar a la play mientras nos contaba algunas travesuras que hacia con sus amigos. Anécdotas frescas de sus primeras andanzas y borracheras que las terminaba con un “por supuesto, no se lo cuenten a mi mamá”.

El chico era muy desenvuelto y hablaba en un inglés excelente, algo qué no nos sorprendió ya que Holanda es el país con mejor nivel de inglés en el mundo después de los países que tienen este idioma como oficial. Probablemente, uno de los mayores motivos es que su televisión no se dobla al idioma holandés, por lo que la práctica del inglés es constante (buena idea para aplicarla en nuestro país, no?).

Los nenes de allá miran dibujitos en inglés y desde temprana edad ya maman otras lenguas, mientras que acá nos causa ternura que hablen neutro por mirar dibujitos en la tele, y más de grande se nos hace más difícil y somos más perezosos para aprender otros idiomas.

Ultrech es una de las ciudades más grandes e importantes del país. Tiene bastante de Amsterdam, aunque en versión miniatura y sin esas masas de turistas siempre presentes.No la pudimos recorrer tanta como hubiésemos gustado: el clima nunca estuvo a nuestro favor.

El objetivo de pasar por allí era visitar a Tomi y a Elise. Él es un amigo de la Facultad y ella una holandesa que durante su intercambio en Tandil lo conoció, se pusieron de novios y hace algunos años se lo llevó a vivir con él a su país.

Caímos justo en el fin de semana en el que se mudaban a su casita recién comprada, así que tuvimos que sacar nuestros dotes de fleteros de la galera para poder ayudarlos a mover todo.

Fue un honor ser los primeros visitantes e invitados de esa parejita media loca y llena de ilusiones nuevas y renovadas.

Seguimos viaje. Nos despedimos de la habitación qué hace pocos días ni conocíamos, en la que dormimos por algunas noches y dónde probablemente no volveremos a dormir otra vez.
Algo que ya se nos está haciendo costumbre: lo que un día es nuestro punto de llegada a los pocos días se convierte en nuestro punto de partida y así sucesivamente, haciendo que nunca terminemos de llegar ni de partir por última vez.

Esas ilusiones que generan llegar se renuevan simplemente escribiendo el nombre de una nueva ciudad en un cartón; una especie de pasaporte que le presentaremos al nuevo conductor que nos verá parados al costado de la ruta y que nos dará una gran mano despachándonos en un nuevo puerto, donde tendremos nuevas bienvenidas y despedidas, donde seguiremos haciendo cosas por primera vez y desde el cual partiremos en pocos días hacia quien sabe donde, para conocer quién sabe qué o a quién y para, en definitiva, no terminar de llegar a ningún lugar.

Así llegamos a Eindhoven, a visitar a Nika, una holandesa con la que habíamos charlado pocos minutos en Sevilla, nos pasamos los contactos y, cuando le dijimos que estábamos en Holanda, nos ofreció alojamiento en la ciudad dónde estudia, en la ciudad donde trabaja el padre y en la ciudad dónde viven sus padres. Terminamos yendo a la ciudad donde ella estudia; Nika estaba contenta por poder recibirnos y la madre triste por no poder cocinarnos.

Nika vivía en una casa de tres pisos que compartía con otros nueve estudiantes, cada uno con su habitación privada, pero con una sala común donde cenábamos todos juntos cada día, charlabamos, mirábamos tele o jugábamos a la play.

La ciudad no tenía mucho para ver. Caminamos por el centro, visitamos el estadio del PSV (equipo local) y quemamos nuestras tardes jugando arduamente al ping pong en las mesas públicas de algunas plazas.

Nos despedimos de Nika y todos sus amigos y volvimos a partir, buscando un nuevo “llegar”.

Temo

Voy a ser sincero: no todo es color de rosas y la verdad es que hace algún tiempo hay algo raro en mi que me viene preocupando. Ya no siento la inocencia qué sentía al principio de este largo viaje, ya no siento que me sorprenda por todo como antes ni me maraville cualquier callecita así porque sí.

Supongo que debe ser algo normal después de tanto tiempo de yira, pero a su vez es algo que me da miedo y me lleva a replantearme muchas cosas. No queda otra que darle pelea, habrá que cambiar el chip por uno que esté sin usar.

Dejamos Holanda, un país en el que encontramos muchísima gente amable y amistosa en cada lugar en que estuvimos, sin duda lo más valioso de este país.

Llegamos a Amberes, Bélgica. Una ciudad famosa y visitada por sus joyas y por siempre estar a tono con las tendencias de la moda… aspectos con los que, claramente, nosotros no somos muy afines y mucho menos en esta etapa de mochileros.

Allí fuimos alojados por Paulina, una polaca que contactamos por CouchSurfing y que vivía con su novio belga, su hijo León de 2 años y una estudiante armenia.

Caminamos la ciudad. Nos gustó mucho la arquitectura belga y su estación de tren qué ha sido catalogada como la más linda del mundo, pero lo mejor fue quedarnos toda una tarde haciendo de niñeros de León y de su noviecita Elise.

Dejamos Amberes para irnos a dedo hacia Bruselas. Una nueva capital de país conquistada a dedo.

Allí nos alojaría Ksenia, una rusa que había conocido durante mi intercambio en Brasil.

Nuestro dedo fue muy exitoso ya que a las 2 de la tarde llegamos a la ciudad, pero Ksenia estaba volviendo de un viaje a España, razón por la cual nos tuvimos que quedar en un bar irlandés tomando cerveza y mirando por la tele como un tandilense levantaba la primera Copa Davis de nuestra historia… No salió tan mal, después de todo, estar un rato varados en la calle.

Bruselas es la capital de un país algo inventado por los franceses para tener una barrera en el norte antes que lleguen las invasiones bárbaras. Quizás por eso tenga mucha influencia francesa y varios de sus edificios son inspirados en edificios franceses.

La plaza central de Bruselas es hermosa, los edificios que la rodean eran antiguamente los edificios de los gremios, que están llenos de oro en la decoración de sus fachadas y el ayuntamiento con una torre altísima.

También es una de las capitales de la unión Europea. En esta sede hay un museo gratis sobre la historia general de Europa, muy interactivo y recomendable.

Mientras transcurría nuestra primer noche en lo de Ksenia recibí al celular un mensaje de Nao, una puertorriqueña a la que le había perdido el rastro después de su intercambio en Tandil.

En su mensaje me preguntaba dónde estábamos. Me contó que ella vivía en Nueva York y trabajaba de azafata así qué le bastó con que le diera mi paradero y mi visto bueno para que se tome el avión que estaba saliendo en dos horas hacia Bruselas. Vendría a visitarnos y a los dos días volvería a Estados Unidos. Su trabajo... soñado; y ella, una loca.

Ksenia nos llevó a Nao, a Juan y a mi a Delirium, el bar con más cantidad de cervezas en el mundo: poco más de 3000 marcas de cervezas diferentes.

Brindando con algunas de aquellas tantas cervezas por los reencuentros nos fuimos despidiendo de Bruselas para seguir llegando y para seguir partiendo.

Les mandamos un abrazo enorme a todos.

Con el cariño que nos merecen.

Coco y Juan.

"Esta realidad tirana que se rie a carcajadas porque espera que me canse de buscar"