miércoles, 6 de junio de 2018

Realidad o Sueno

 20 Años No Es Nada

En nuestra planificación teníamos un bache después de Bruselas, unos días libres sin saber bien a dónde ir. Teníamos ganas de pasar por alguna tercer ciudad en Bélgica, pero no teníamos muy en claro por cual.

En principio la idea fue arrancar para Brujas, pero hablando y consultando con los locales belgas y holandeses recibimos tantas recomendaciones sobre Gante que fue allá a dónde terminamos yendo.

Puedo decir que es algo que realmente me gusta de nuestro tipo de viaje. El estar en una situación tan espontánea, sin una planificación muy firma y en un contacto tan directo con el local genuino hace que terminamos yendo dónde realmente vale la pena… comiendo dónde come el pueblo y no dónde te recomienda la agencia de viajes.

En Gante nos alojó un estudiante de 20 años. Le caímos en época de exámenes, por lo que estaba estudiando a cuatro manos, pero igualmente siempre que podía se hacía un espacio para organizar algún plan con nosotros.

Gante me sorprendió muchísimo. Fue una locura haber caído a una ciudad totalmente desconocida para nosotros, pero con una historia tan peculiar. Es pequeña, medieval, llena de historia... hermosa por donde se la mire.

Desde uno de los tantos puentes que unen las orillas del canal que atraviesa la ciudad se dice qué se puede tener la mejor vista panorámica 360º de toda Europa… se ve el canal, un castillo, catedrales medievales, edificios antiquísimos, etc.

En su momento de esplendor, Gante llegó a ser la tercer ciudad más pujante de Europa, detrás de Londres y París. En aquel momento ésta parte de Bélgica pertenecía a España y por accidente un príncipe nació allí.

El bebé creció y se convirtió en Rey y el pueblo de gante sentía que era el pueblo más afortunado y amado por el rey ya qué era ese su lugar de origen.  Fue así que comenzaron a infringir la ley y dejar de pagar sus impuestos a la corona. Nunca creyeron que el Rey se enfadaría con ellos, eran su pueblo predilecto.

El rey se hartó de este tipo de comportamientos, viajó hasta Gante con su ejército, sacó de sus casas a los comerciantes más importantes, los desnudó y los hizo desfilar desnudos por todo el pueblo, ante los ojos de todos sus habitantes y colgó del puente a varios de ellos.

Esto hizo que los comerciantes que sobrevivieron se vayan del pueblo, así como muchos de los habitantes. La ciudad quedó vacía y empobrecida y es por eso que hoy en día se la ve como parada en el tiempo.

El día previo a nuestra partida nos encontramos con Paulina, la mujer qué nos había alojado en Amberes, y una amiga suya. Aprovechamos para pasear con ellas lo que no pudimos pasear en Amberes.

Ha sido algo recurrente a lo largo de todo nuestro viaje el hecho de forjar amistades en cuestión de días y al momento de la despedida quedamos expectantes de algún reencuentro con estos nuevos amigos.

A dedo fuimos hasta Lile, volvimos a Francia pero esta vez por el norte, Allí nos alojaron otros dos chicos de 20 años que contactamos por CouchSurfing.

Eran dos estudiantes de Ingeniería que a su vez llevaban un estilo de vida mochilero de tiempo completo. Un tanto exagerados los pibes: buscaban siempre ahorrar hasta en lo más mínimo… ni siquiera prendían el gas para no gastar.  Se hacía un tanto fría la estadía durante las noches de invierno del norte francés.

Lo mejor de haberlos conocido fue que nos cuenten sobre algo muy particular de sus carreras: Durante 4 meses la Facultad les daba la libertad de hacer lo que quieran. Algo tan simple como escribir un proyecto que tenga un objetivo preciso y hacer lo posible por cumplirlo..

No se bien bajo qué marco teórico se encuadraría, lo que sí sé es nuestros anfitriones y casi todos sus compañeros aprovecharon para viajar durante esos cuatro meses hacia diferentes puntos del globo terráqueo.

Matthieu, uno de los chicos qué nos alojaba, viajó a Estados Unidos y con una bici recorrió unos 7000 km, uniendo la costa Este con la costa Oeste del país.

Francois, el otro anfitrión, viajó a dedo y casi sin presupuesto hacia el sudeste europeo y desde allí empezó a subir hacia los países Nórdicos. Cuando estaba cerca de cruzar la frontera hacia Noruega  (uno de los países más caros del continente) se dio cuenta que necesitaba más adrenalina, por lo que envió su tarjeta de crédito de vuelta a casa y recorrió todo el camino de vuelta a casa prácticamente sin dinero.

Ellos dos y todos sus amigos tenían historias muy interesantes, la cabeza les había cambiado completamente después de sus aventuras y su alma ya era alma de viajeros.

Hicimos muchos planes con todos ellos. Siempre alguno nos venía a dar charla, se preocupaban porque no estemos solos y por qué la pasemos bien. Obviamente, los que más se nos acercaron eran los que durante sus proyectos habían viajado hacia latinoamérica y aprovechaban la ocasión para practicar castellano.

Pegamos muy buena onda con Francois, Mattheu y todos los demás. Ellos no querían qué nos fuéramos ni nosotros nos queríamos ir, pero debíamos hacerlo. Algo demasiado lindo estaba por venir.

La Family es lo First

Hace algunos meses que teníamos un compromiso anotado en el calendario. Debíamos llegar a Inglaterra a principios de diciembre para encontrarnos con mi Familia y con Santi, hermano de Juan y uno de mis mejores amigos. Hacía ya casi un año que no veíamos a ninguno de ellos

Primero nos encontramos con Santi en Ashford, un pueblito a las afueras de Londres dónde nos alojó Tom, un chico que contactamos por Couchsurfing. Muy simpático aunque su vida rondaba solo en ir a trabajar, volver a su casa y tomar cerveza hasta la hora en la que iba a dormir.

La idea de Santi era filmar el momento del reencuentro, pero el abrazo que le pegó Juan fue tan fuerte que tiró la cámara a la mierda. Pasamos dos días con santi caminando por ese pueblito perdido, tomando mate en cualquier lado o jugando en la pelota en algún que otra parque

Nos fuimos a dedo hasta Londres, dónde nos encontraríamos con mi Familia.

Habíamos conseguido un alojamiento a través de CouchSurfing qué quedaba un tanto apartado de la ciudad. Teníamos poco más de una hora de caminata hasta llegar al mini depto qué habían conseguido mis viejos.

La caminata la hicimos a las apuradas, no veíamos la hora de llegar a ese momento del reencuentro. Para colmo de males Juan y Santi me ponían más ansioso: “ya falta poco, coqui” “queres llegar, coqui?” “vas a llorar, coqui?”.

Cada vez caminábamos más y más rápido. Cuando encontramos la fachada del lugar bastó un grito de santi al aire para que mi vieja salga desaforada y con una sonrisa que no le entraba en la cara. Después llegaron mi papá y mi hermano, Francisco.

Un reencuentro con muchos abrazos fuertes y sonrisas grandes. Charlar se hacía muy difícil, tantas cosas para contarnos qué nadie llegaba a terminar ninguna idea.

También se hacía difícil entregarnos las mercaderías. Nosotros por un lago con muchísimas cosas que ya no queríamos cargar y necesitábamos que ellos se lleven a Argentina y ellos con muchos regalos qué es difícil explicar lo que necesitábamos y/o extrañabamos… alfajores, yerba, ropa nueva y limpia, etc.

Estuvimos tres días los seis juntos, paseando, comiendo o haciendo lo que sea… era más importante con quien lo estábamos haciendo que el qué hacíamos.

Finalmente llegó la hora de despedirnos de mi familia. Un hasta luego con un sabor extra amargo por no saber cuánto tiempo pasaremos esta vez hasta que podamos reencontrarnos.

Seguramente los viejos lloraron mientras me veían por la ventanilla del micro que se alejaba. A mi siempre me costó mostrar esas emociones frente a los demás, por lo que el nudo en la garganta y las lágrimas aparecieron cuando quedé solo. A ellos no les pude mostrar más que una voz tomada.

Mi familia es una familia de clase media que, al igual que muchas, la vivió muy dura durante los años venideros después de la crisis del 2001 y que muy de a poco y con mucho esfuerzo fue saliendo adelante.

Eso es algo que sin duda me marcó, ya que en esa época yo era un preadolescente y vivirlo en esa etapa de la vida me hizo valorar el esfuerzo de mis viejos por qué a mi hermano y a mi no nos falte nada. Por eso mi viaje lo realice con los ahorros que junte con esfuerzo y trabajo propio y también por eso valoro muchísimo que hayan ido a Europa para visitarnos.

Santi se quedó con nosotros y sería nuestra compañia durante algunas semanas más.

Señoritos Ingleses

 Nos quedamos una semana en Londres, en ciudad en la que mayor tiempo estuvimos durante todo el viaje.

Fuimos alojados por tres chicos indues qué contactamos a través de CouchSurfing.  Eran por demás hospitalarios, al igual que todos las personas de aquella zona de Asia que hemos conocido. A Prakash, uno de ellos, le comenté que me encantaría conocer su país porque me sorprende la hospitalidad con la que siempre nos trato la gente que de allí es oriunda y él me respondió “en nuestra cultura creemos que cuando recibimos a alguien en nuestras casas debemos tratarlo como si recibiéramos a Dios”.

Fue una semana completita, hicimos un montón de cosas:

En primer lugar nos reencontramos con Giulia y David, una pareja de 70 años que conocimos entre cervezas, mates y guitarras en una plaza de Sevilla. Ahora en Londres nos invitaron a cenar a un restaurante “todo culo” según la categorización que le dieron los hermanos Juan y Santiago Quargnolo.

Lo loco de aquella tarde en Sevilla, en ese encuentro callejero tan informal, fue enterarnos qué Giulia trabajaba para la reina de Inglaterra Elizabeth. Y no solo trabajaba para la corona inglesa, era una de las personas allegadas a la reina, la conocía personalmente y por protocolo debía asistir a los eventos que asistía la reina. Hasta recibía regalos de parte de la reina en su cumpleaños.

Giulia nos regaló entradas para visitar el Palacio de Windsor, donde habitualmente reside la reina.

Dos mochileros que solían andar con calzado roto y jeans gastados caminando por el Palacio de la reina inglesa, con un guía electrónico que tenía para seleccionar el idioma y con tanto lujo alrededor que llegaba a empalagarnos. Con solo ver las vajillas de la reina o los vestidos que ha usado en distintas ceremonias te preguntas “para qué tanto??”

Uno de los motivos principales por los que nos quedamos tanto tiempo en Londres fue porque yo tenía varios amigos para reencontrarme allí. Por lo que los hermanos Quargnolo decidieron hacer un viajecito sin destino hacia el interior de Inglaterra, con la carpa a cuestas.

La suerte estuvo de su lado, ya que pidieron permiso para armar la carpa en un lugar cualquiera y terminaron siendo invitados a dormir gratis en un hotel 4 estrellas, con comidas incluidas.

Por mi parte, me quede en la capital para reencontrarme con Kostis, un griego que fue mi mayor compinche durante mi intercambio en Porto Alegre. Siempre fue una de las personas con las que más me quería reencontrar durante este viaje, ya hacía seis años qué no nos veíamos.

Por suerte le escribí con algunos días de anticipación. Kostis vivía en Glasgow, Escocia y tenía pasaje para volar a Grecia justo cuando nosotros estabamos en Londres. El tipo, un groso. Se pidió un día en el trabajo, pagó la multa para cambiar su pasaje y se vino a pasar unos días a Londres conmigo.

Junto a él comencé mi cumpleaños, brindando en un bar cualquiera que encontramos por ahí. Los hermanos Q no llegaron a este evento por quedarse cenando y mirando un partido de River con los hindúes, lo que generó una mini pelea entre nosotros.

Al día siguiente me reencontré con Jessi y Niki, dos alemanas que formaron parte del primer grupo de extranjeros de intercambio que recibí en la Universidad y también con Dani, una brasileña que conocí durante mi tiempo en Porto Alegre. Con ellas y los hermanos Q fuimos a probar vino caliente y dar una vuelta por algunas ferias y algunos bares.

En Londres tuvimos muchas actividades y muchos reencuentros y despedidas lindas e intensas, pero ya estabamos algo saturados de la gran ciudad y el amontonamiento de gente por doquier.

Nos despedimos finalmente de los indios. Los tres nos acompañaron hasta la puerta con una sonrisa enorme, deseándonos buen viaje y saludandonos con abrazos fuertes.

Dejamos la ciudad y nos fuimos hacia el interior de Inglaterra.

Té para tres

Después de Londres nos dirigimos a un destino sobre el cual no estabamos muy seguros hacia donde estábamos yendo.

El hijo de una amiga de la madre de Juan y Santi vivía en un campo cercano a Hereford, un pueblito al oeste de Inglaterra, muy cercano a Gales. Nos invitó a pasar unos días allí y aceptamos con mucho gusto.

Su nombre era Eugenio, un chico de San Martín de los Andes que a los 21 años empezó a viajar en bici junto a su hermano por América Latina y se mantuvieron dando vueltas durante 4 años.

Durante este viaje, una de las experiencias que más marcaron a euge fue haber participado de un curso de meditación en México, por lo que después de un tiempo decidió participar como voluntario en la organización qué ofrecía estos cursos.

Fue así que las vueltas de la vida lo depositaron en Inglaterra, donde estaba trabajando como voluntario en un centro de meditación y en dónde nos quedamos los días siguientes.

Euge era una persona muy serena y con las ideas bastantes claras: nada de lo que hacía o decía sonaba como algo forzado o qué lo hacía para aparentar.

Nosotros tres estábamos bastante entusiasmados con tener la experiencia de vivir desde adentro la vida en un centro de meditación.

De antemano nos interesaba algún día poder realizar alguno de esos cursos pero sentíamos.que no era el momento por una cuestión de tiempo y de planes que nos habíamos propuesto. Al comentarle esto a Eugenio el nos dijo “ el tiempo lo tienen, lo que pasa es que priorizan otras cosas”... haciendo que se forme un silencio que nos conectó a los tres por unos minutos.

Nada más cierto que eso, nosotros siempre fuimos y seremos los únicos dueños de nuestro tiempo, pero muchas veces las obligaciones y responsabilidades nos hacen pensar que no es así.

En el Centro teníamos una casilla rodante totalmente equipada para nosotros tres y euge siempre se encargaba de qué no nos falte comida.

Fueron unos días muy relajados dónde aprendimos sobre la metodología de los cursos y además aprovechamos para salir a pasear caminando por los campitos de la zona y hasta nos dimos el lujo de llegar hasta un pueblito del lado de Gales.

El clima del Reino Unido hace que el color de los campos sea de un verde muy intenso y las construcciones antiguas, corralones de piedra, callecitas de doble mano sinuosas y angostas y algunas capillitas perdidas le dan un toque único e inconfundible.

Nos despertamos una mañana y euge nos llevó en una de las camionetas del Centro hasta un punto estratégico para hacer dedo en la dirección hacia Gales.

Nos despedimos de Euge con la promesa de que algún día realizaríamos alguno de esos cursos. Me llevé de él la motivación de ver a una persona qué ya viajó, recorrió, exploró y descubrió qué es lo que lo hace feliz y cómo quiere vivir su vida. Y la satisfacción de ver que un “colega” consigue el objetivo tan ansiado.

Nuestro viaje a dedo tuvo muy buen resultado. Quedamos sorprendidos de que siempre nos levantaran a los tres juntos y a las dos de la tarde ya habíamos llegado a Llandefgan, un pueblito perdido al norte de Gales donde nos alojaría un chico de CouchSurfing.

Teníamos que hacer tiempo para encontrarnos con nuestro anfitrión. Teníamos de fondo las montañas del Parque Nacional Snowdonia por lo que saqué mi cámara, enrosque el trípode, la pare sobre un tacho de basura y nos paramos los tres en frente al tacho para tener un lindo recuerdo del viaje.

De pronto salió un hombre muy simpático de lo que parecía la parte de atrás de una casa. Nos ofreció hacernos las veces de fotógrafo, posamos y nos quedamos un rato charlando de fútbol (tópico recurrente cuando decimos que somos argentinos).

El hombre nos invitó a esperar adentro. Lo que parecía una casa en realidad era un barcito donde algunos obreros estaban tomando su cervecita tirada post día laboral. Nos invitaron con algunas cervezas y nos enseñaron a jugar a los dardos con reglas profesionales.

Los dardos es el segundo deporte más popular en Gales, por lo que nuestros maestros parecían ser de muy buena calidad. Claro está qué es un deporte tan popular por encontrarse un tablero de dardos en cada bar al que te dirijas en Gales.

Ashwell, nuestro anfitrión, llegó y después de unas cervecitas y un partidito de dardos nos fuimos hacia su casa. Era un tipo muy relajado y se le notaba a la legua que era una gran persona.

Uno de sus mejores amigos, llamado Tom, tenía capacidades diferentes y él siempre se encargaba de contenerlo, tranquilizarlo y llevarlo consigo a dónde fuese.

Otra de sus amigos era Niki, una chica que siempre andaba con su perra y que en su mini auto nos apiló superando por mucho la capacidad que podía soportar y nos llevó a pasear por todos lados

Gracias a eso pudimos recorrer gran parte del parque Snowdonia. Sus paisajes fueron sin duda lo más lindo que nos tocó ver durante nuestro tiempo allí. Desde unas canteras abandonadas pudimos ver las montañas más altas de toda Gran Bretaña.

En todos los bares que nos llevaron los chicos se ocupaban de presentarnos con todos los presentes. Las personas solían agradecernos porque estemos visitando su país. Se sentían complacidos de tener visitantes extranjeros, oriundos de un país tan lejano como el nuestro.

Una de las noches nos llevaron a un pueblito vecino a lo que teóricamente sería una buena fiesta, pero era más bien una fiestita tradicional y familiar.

En un escenario, una banda vestida con atuendos tradicionales galeses explicaba cómo bailar en pareja una música antigua. El baile consistía en dar dos pasitos para adelante y luego dos para atrás

Fue algo bastante monótono y aburrido hasta que los tres argentinos empezaron a argentinizar la cosa: empezamos a meterle un poquito de onda al pasito, después pasamos a hacer unos meneos rabiosos. La gente se empezó a prender y terminamos todos haciendo tránsito y después haciendo el baile de la botella (todos los presentes en ronda con la botellita en el medio).

“Seguramente que esto nunca pasó en  historia de Gran Bretaña” dijo la conductora de la fiesta.

La noche anterior a irnos pasamos a despedirnos por el barcito del fotógrafo futbolero del primer día, esta vez estaba lleno de gente.

Al entrar al cuartito donde habíamos jugado a los dardos todos se voltearon para mirarnos como bichos raros hasta que apareció nuestro conocido a los gritos, estaba muy contento por nuestra visita. Nos hizo pasar y nos presentó con todo el mundo

Jugamos nuestros últimos dardos con Ashwell y Tom, se nos hizo corta la estadía con ellos dos.

Al irnos del bar caímos en la cuenta que el cuartito de los dardos era en realidad el cuarto privado detrás de la barra del bar donde el dueño (nuestro conocido) se juntaba con su familia y allegados.

Sorpresa y media

Nos despedimos de Ashwell con un fuerte abrazo.

Una mujer que conocimos en la fiesta tradicional galesa qué revolucionamos, y transformamos en un baile de la botella, se ofreció hasta un pueblo a 40 km desde donde saldría nuestro Ferry con destino Irlanda. No conforme con este enorme favor, también nos regaló una bolsita de chocolates a cada uno.

Hacía ya seis años y medio que Santi había vivido durante un año en Dublín, capital de Irlanda. La idea era pasar la navidad y nuestros últimos días junto a él en la ciudad que alguna vez fue su casa.

Habíamos arrancado muy temprano a  la mañana. Nuestro Ferry tardó tres horas en atravesar un mar muy movido por causa de la tormenta… no se podía caminar de lo que se movía ese barco.

Llegamos cansadisimos pero obviamente no estábamos en condiciones económicas de pagar un taxi hasta el hostel que teníamos reservado por lo que nos fuimos a pata, cargando las mochilas.

En el camino a santi se le ocurrió entrar a un mercado para comprar una Coca Cola para brindar a las 12. Yo lo quería matar, no veía la hora de llegar, de ducharme, de sacarme la mochila de encima y el tipo haciéndonos parar por una Coca Cola.

Llegamos al hostel y a Juan lo perdimos apenas hicimos el Check - In y era él el que tenía la llave de nuestra habitación. Más bronca todavía.

No sé si era porque estábamos en vísperas de navidad o es algo normal en Irlanda, pero el Gobierno les permite a las personas en situación de calle que duerman en hosteles.

En nuestro hostel había varios. La mayoría de las personas que allí viven en la calle son drogadictos. Con la estrategia de sacarlos de la droga reduciéndoles de a poco las dosis, el mismo Gobierno les proporciona drogas.  Y en nuestro hostel había varias personas así.

Entré a la habitación con los ánimos muy caldeados y el cansancio acumulado de todo el día. Mientras empiezo a acomodarme al lado de la cucheta qué me correspondía, una persona me empieza a chistar desde el otro lado de la cortina.

Supuse qué sería algún vagabundo queriendo colarse al hostel y no estaba en condiciones anímicas como para que me molestaran. Comencé ignorandolo, pero el chistido continuaba, por lo que en español lo mande a freir churros (por decirlo de un modo lindo).

Me tiré en la cama con intenciones de dormir.  La cortina se empezó a abrir y se escuchó “no me vas a saludar, coqui?”. Era Valentín, uno de los chicos de nuestro grupo de amigos de Tandil que, al igual que santi, se cruzó hasta Europa para visitarnos y compartir parte de nuestro viaje. De paso aprovechó y me hizo la sorpresa con la complicidad de Juan Alberto y Santiago, yo era el único que no sabía. Ah, y la coca era para acompañar el Fernet qué valen había traído!.

Nos dimos el abrazo enorme y el mal humor se me fue en un segundo.

Pasamos los cuatro juntos una navidad muy atípica. El festejo en Irlanda es completamente familiar, no hay fiestas, no abren los bares, ni se puede comprar alcohol en la calle.

Cenamos en la zona común del hostel, había como cuarenta personas de todas partes del mundo. Cuando el reloj marcó las doce no pasó nada, pensamos que tendríamos mal el reloj por lo que esperamos 1 minuto, 5 minutos, 10 minutos y no aguantamos más. Nos paramos y empezamos a brindar y abrazarnos y desearles a los gritos una feliz navidad a todos los presentes qué nos miraron con cara de “qué les pasa a estos locos?”. Se ve que nosotros somos los que vivimos la  navidad de una forma muy distinta.

Entre las actividades más disfrutadas en Irlanda estuvo ir a la casa dónde había vivido santi y nos tomamos un café con la señora que él sentía como su madre irlandesa.

Recorrimos también algunos bares típicos para probar la famosa Guinness, algo casi obligatorio para todo el que visita la ciudad.

Y así llegó la hora de despedirnos de santi. Lo acompañamos hasta la puerta del edificio dónde vivía Darrah, un Irlandés qué habíamos conocido en Croacia y qué nos alojó a los cuatro una noche en su casa.

Después de una par de abrazos, unos “muchas gracias por venir” y  “anda a saber cuando nos volvemos a ver” santi quebró y empezó a lloriquear y sus últimas palabras en este viaje fueron “esto de haber estado los cuatro acá fue un sueño. Tolo que vienen haciendo y lo que van a hacer es un sueño. Disfruten cada segundo porque vale oro”.

Quedó la promesa de no fallarle y seguir disfrutando cada segundo de este sueño.

Quién te ha visto y quién te ve

Sin quererlo, nos quedamos un día de más en Dublín, ya que no había forma de llegar por tierra hasta Glasgow, Escocia. Algo que nos sorprendió.

El viaje fue una odisea: primero un micro hasta Irlanda del norte, a dónde llegamos de madrugada y, por tener algunas horas de espera, nos quedamos tirados medio durmiendo en la calle. Luego un ferry hasta un pueblito en Escocia y finalmente un tren hasta Glasgow.

Kostis, mi amigo griego que reencontré en Londres, vivía habitualmente en Glasgow y me había dejado las llaves de su departamento para que tuviéramos dónde quedarnos, ya que él se iba a encontrar en Grecia.

La ciudad no ofrecía mucho, ni siqueira en la Oficina de Turismo nos pudieron ofrecer planes para más de un día. Es una ciudad grande y más bien industrial.

Volvimos de noche al dpto después de dar vuelta y completar todos los planes que nos habían marcado en el mapa, como si fuera un album de figuritas. Al llegar encontramos un artículo en un diario argentino que postulaba a Edimburgo, la capital escocesa, como uno de los mejores 10 lugares del mundo para pasar las fiestas de fin de año.

Ir allá a pasar el año nuevo era nuestro plan perfecto, pero teníamos varios obstáculos:
Escasez y precios elevados de Transportes
Escasez y precios elevados de alojamiento.

Estuvimos un rato largo buscando posibilidades sin éxito. Ya se nos estaban derrumbando las ilusiones pero algo teníamos qué hacer… Glasgow no parecía una ciudad muy interesante para pasar las fiestas.

Ya estabamos por perder toda esperanza cuando a Valentín se le prendió la lamparita: alquilar un auto iba a ser la mejor y más barata opción ya que íbamos a poder recorrer más y a su vez íbamos a poder dormir ahí adentro.

Fuimos a una agencia, firmamos lo que había que firmar, tuvimos una breve explicación sobre seguros extra qué podíamos contratar y todo lo que íbamos a tener que pagar en caso que no los contratemos (obviamente no los contratamos).

Emprendimos viaje un tanto cagados por qué al auto no le pase nada… una mínima marquita nos iba a costar nuestro viaje entero.  A todo esto sumándole el agravante de que allá se maneja por el otro lado, por lo que se va por el carril contrario y el conductor va en lo que para nosotros es el asiento de acompañante.

La fiesta nos dejó mucho qué desear: Era todo lindo en un principio, estábamos en un puente enorme dónde se había armado un escenario y una banda tocaba en vivo. Podíamos ver el castillo sobre una parte alta de la ciudad, de dónde tiran los fuegos artificiales a la medianoche.

Una vez que los fuegos terminaron, la banda dejó de tocar y taza taza, cada uno a su casa o a su auto.

Le preguntamos a muchas personas a dónde iban, suponiendo qué habría alguna fiesta, pero no, todos iban a apolillar. Por lo que la única opción que teníamos era ir al único boliche abierto, un boliche gay dónde nos tomamos nuestras primeras cervezas del 2017.

La no superó nuestras expectativas, pero la ciudad si lo hizo. Una ciudad difícil de describir.

Al día siguiente nos levantamos y fuimos a un Free Walking Tour que nos llevó a recorrer Edimburgo: Una ciudad llena de historia, rodeada por sierras, con un castillo enorme en lo alto que pertenece a la reina del Reino Unido y un centro histórico hermoso y pintoresco.

Nos quedamos con ganas de pasar algún día más en Edimburgo pero, ya qué estábamos motorizados, queríamos aprovechar para recorrer otras partes del país.

Nos dirigimos hacia el norte. Pasamos por el pueblo donde luchó William Wallace contra los ingleses y llegamos hasta Inverness, donde conocimos el famoso Lago Ness

Con el objetivo de pagarle menos a la agencia que nos alquiló el auto, pusimos un sólo conductor designado. En caso de que nos paren y no esté manejando aquel qué designamos tendríamos que pagar una multa, por lo que cuando rotábamos nos salíamos de la autopista y nos íbamos a las rutas alternativas.

Esas rutitas fueron lo mejor. Fuimos por callecitas perdidas y a veces ni siquiera se las podía llamar calles, campos con un verde intenso lleno de lomitas suaves y ovejas de cara negra pastando,

Fuimos atravesando montañas, bosque, nieve. Apreciábamos todo sin salir del auto (invierno en el norte de Escocia, la razón de por qué no salíamos es muy obvia).

Finalmente tuvimos que volver a Glasgow para qué Valen emprenda su camino de vuelta a casa con algunas escalas de lujo.

Fue triste y raro despedirnos de él. Pasó un mes en el que estuvimos rodeados por gente nuestra: mi familia, santi y valen. Todos ellos se la recontra jugaron y cruzaron el mundo para poder compartir un tiempo con nosotros y formar parte de nuestro viaje.

No había palabras muy definidas para decirnos hola ni mucho menos para despedirnos. Creo que teníamos tanto para decir qué no terminamos diciendo nada en concreto y creo también que los abrazos que nos dimos deben haber hablado por si solos.

Un día de mierda con olor a rosas

Nos levantamos temprano en una lluviosa Glasgow. Como cada vez que viajamos a dedo, queríamos llegar lo antes posible al costado de la ruta para aumentar las chances de llegar al destino final, pero esta vez teníamos un pequeño asunto que atender antes de marchar. Me tenía que encontrar con un amigo de Kostis para dejarle las llaves del depto qué nos había prestado

Mientras Juan se quedaba cuidando las mochilas, yo fui hasta la estación dónde me tenía que encontrar con este tipo. Lo esperé un rato, pero no llegaba nadie por lo que busque wifi para comunicarme y apurarlo. Resultó ser que el tipo estaba en una estación de tren que tenía el mismo nombre que la estación de Ómnibus en la que estaba yo.

Creo que lo normal es que él se acercara a donde estaba yo, ya que no conocía la ciudad tanto como él, sin embargo me dijo que me esperaba 10 minutos y si no llegaba se iba.

Tuve que ir a su encuentro a las apuradas y guiandome por las indicaciones que me iba dando la gente en la calle.

Llegue con lo justo, le deje la llave y me fui al encuentro con juan para poder salir lo antes posible a hacer dedo.

Cargamos todos los bultos y caí en la cuenta que faltaba mi cámara de fotos, me la había olvidado adentro del depto de kostis.

Otra vez para atrás: buscar wifi, comunicarme con el vago, ir hasta su trabajo a buscar la llave, volver al depto de kostis, agarrar la cámara, volver a devolverle la llave y volver a buscar a juan para salir de una puta vez a hacer el bendito dedo.

A todo esto, los trayectos los hice en parte corriendo con borcegos puestos entre toda la masa de gente que caminaba por el centro y qué tenía que andar esquivando. En una de esas, haciéndome el wing de los Pumas, metí un zig zag entre dos tipos y los borcegos no pudieron aferrarse al adoquín mojado por la lluvia y me fui de jeta al suelo. Tremendo palo que disimule parandome rápido como si no hubiera pasado nada, y continué mi carrera aunque no pude evitar renguear por lo qué me había quedado doliendo la rodilla… papelón.

Finalmente llegamos al punto dónde haríamos dedo, la lluvia era fuerte y parecía que ningún conductor quería meter a dos desconocidos empapados en su auto.

Después de un rato un auto nos empezó a hacer señas de luces desde la cuadra anterior. Eran un chico y una chica que estaban aburridos, salieron a dar una vuelta en auto, nos vieron y pensaron en acercarnos unos km hasta dónde fuéramos.

Fueron buena onda, pero no podíamos mantener ninguna conversación con ellos. No sé si habrían consumido alguna sustancia ilegal o simplemente eran bichos raros.

Nos dejaron en un estacionamiento de Hamilton, un pueblito a unos 40 km de Glasgow.

Nos pusimos a hacer dedo abajo de un semáforo con la esperanza de que alguno se apiade cuando estaba en rojo y tenía que parar obligadamente al lado nuestro, pero nada.

Pasaron unas tres horas y la lluvia se transformó en una cortina de agua que apenas les permitiría que los conductores nos vieran. Desistimos por causas de fuerza mayor.

Como de costumbre, Mcdonalds  fue nuestro aliado brindándonos el wifi que necesitábamos para decidir qué hacer. Después de investigar nos dimos cuenta que no teníamos otra opción más que volver a Glasgow.

Me contacté con kostis para que preste el depto una noche más. Contactamos a su amigo para que nos deje las llaves una vez más y buscamos la forma más económica de volver a Glasgow.

Volvimos en tren, fuimos a la terminal de micros a sacar pasajes para llegar al día siguiente a Sheffield y fuimos a la estación de subte para recibir las llaves del depto. Todo solucionado.

Cargamos las mochilas y demás bultos cuando me di cuenta que, una vez más, no tenía la cámara de fotos pero esta vez era distinto porque no tenía la menor idea de dónde la podría haber dejado.

Había pasado un día entero y pensé que había cinco lugares dónde podía estar:
La terminal de ómnibus donde acababamos de comprar los pasajes
El tren en el que volvimos a Glasgow
El McDonalds del pueblito
El semáforo dónde hicimos dedo
El estacionamiento dónde nos habían dejado los chicos raros

Primero fuimos a la terminal de ómnibus pero no estaba allí. Nadie la había visto o solo la habría visto algún amigo de lo ajeno… en caso de haberla olvidado ahí la tenía que dar por perdida.

En segundo lugar fuimos a la estación de tren a hacer el reclamo. Nos dijeron que era casi imposible encontrarla si es que me la había olvidado dentro del tren ya qué no habría forma de saber en qué estación la podrían haber encontrado… si me la había olvidado en el tren, la tenía que dar por perdida.

No me quedaba otra que volver a Hamilton y perdido por perdido no me iba a rendir sin intentarlo. Yo tenía un celular tan berreta que no le funcionaba el Google Maps, por lo que juan me mostró en el suyo rápidamente por dónde habíamos andado en Hamilton.

El se cargo mi guitarra para aliviarme el peso y yo me fui a ver si la suerte estaba de mi lado.

Fui todo el viaje cabizbajo y con una angustia que no me dejaba ni pensar pero me repetía a mí mismo qué esa cámara no la iba a perder. Me tenía fe, algo me decía que no tenía que bajar los brazos por más difícil que pareciera… yo ya estaba en el baile y había que bailar.

Lo que me dolía no era perder la máquina, sino que allí guardaba las imágenes de personas y lugares que no sabía si alguna vez iba a volver a ver y visitar y también tenía en imágenes miles de recuerdos únicos en mi vida y en la de Juan.

El tren paró en Hamilton. Eran las 19, estaba completamente oscuro y, como de costumbre a esa hora en la mayoría de los pueblos europeos y sobretodo los nórdicos, no había un alma en la calle

Me quedaban tres lugares para intentar encontrarla:
El McDonalds qué no sabía si estaría abierto o cerrado pero qué de última podría haber personas limpiando.
El semáforo que, si me la olvide ahí, el agua ya se habría encargado de hacerla pasar a mejor vida.
El estacionamiento dónde me dejaron los raros.
Decidí arrancar por el último de la lista.

Las pocas personas que encontré en la calle me ayudaron a llegar hasta ese estacionamiento del que lo único que sabía era el nombre de la calle dónde estaba. La mayoría de las veces me agarraron caminando en el sentido contrario.

Al llegar me puse a revisar entre los autos. Recordaba haberla puesto sobre el techo de algún auto mientras me ponía la mochila cuando nos bajamos del auto de los raros. No había nada en ningún lado y la poca luz no jugaba a mi favor.

Al fondo del estacionamiento había un local cerrado y un portón semi abierto desde dónde salía luz. Parecía un taller mecánico. Me acerque haciendo palmas a modo de timbre

De pronto salió un tipo robusto de unos dos metros y algo.
“Qué pasa?” Me preguntó en un tono desafiante.

Todo apichonado le empecé a explicar la situación y antes que termine me interrumpió diciendo.
“Ah si. Vos no serás el que se olvidó la cámara?. Pasá, vi hoy dos chicos que se bajaron con unas mochilas grandes y después encontré la cámara, la guarde por si volvían a buscarla.”

No lo podía creer!!

Me dio mi cámara totalmente seca dentro de su estuche y sin pedirme nada a cambio. Lo hizo solo porque es lo que corresponde y por ser buena persona.

Aunque muchas veces se dice lo contrario, o nos quieran hacer creer otra cosa, en este mundo está lleno de personas buenas… buenísimas. Que actúan como corresponde, qué intentan no hacerle daño al que está al lado y qué no esperan nada a cambio cuando ayudan a los demás.

Le pedí permiso al mecánico robusto para darle un abrazo y me fui de nuevo a Glasgow saltando en una pata, abrazado a mi cámara y con una sonrisa que no me entraba en la cara.

Me mire todas las fotos y recuerdos que seguían ahí guardadas. Les hacía zoom, quería que se me queden todas grabadas en la cabeza.

El no darse por vencido ni aún vencido suele dar grandes satisfacciones.

Vuelta de Tuerca

Al día siguiente el proceso fue más simple: dejarle la llave al amigo de Kostis en su oficina e ir directamente a la terminal para tomar el ómnibus que nos llevaría hacia Sheffield, Inglaterra.

Al momento de nuestra llegada la ciudad estaba completamente oscura, aunque no serían más de las 6 de la tarde.

Nuestro anfitrión fue Marvin qué contactamos por Couchsurfing. Era un chico nacido en Hong Kong pero que a los 12 años los padres lo mandaron a un colegio pupilo en Inglaterra, donde hoy en día estudia una carrera universitaria. Lo agarramos en época de exámenes por lo que nuestro único paseo con él fue ir a conocer la Universidad.

En nuestro primer día salimos solos a caminar la ciudad, durante la caminata atravesamos un parque bastante grande y dentro de él encontramos una mesita pública de ping pong con vista a un lago.

El resto de nuestros días en la ciudad fueron destinados a desafíos de partidos, revanchas y contra revanchas en esa mesita de la vista al lago.

Por la noche volvíamos a la casa de Marvin y una vez que terminaba de estudiar nos poniamos a jugar con él unos videojuegos de Mario Bros.
         
La verdad que ya teníamos la cabeza puesta en Australia y Sheffield fue simplemente una parada intermedia entre nuestro viaje por Reino Unido e Irlanda con familia y amigos y nuestro cambio de rumbo hacia Oceanía.

Finalmente llegó el día de partir. Nos despedimos de Marvin con el deseo tan repetido como sincero de volver a encontrarlo en otro momento y por otra parte del mundo y partimos las naves.

Era otra vez de noche, oscuro y frío. Nuestras mochilas iban más livianas de lo normal por la cantidad de ropa que llevábamos encima. Teníamos por delante un viaje de 62 hs (si, no es un error de tipeo… 62 hs):

Viajamos en micro hasta Londres, tuvimos una escala en Colonia, Alemania otra en Phuket, Thailandia, otra en Singapur y finalmente llegamos a Perth, Australia.

La salvación de todo el recorrido fue la escala en Tailandia. Llegamos a las 8 de la mañana y nuestro vuelo salía a las 20hs. El aeropuerto es famoso por la cercanía a la playa y porque cuando vas aterrizando te da la sensación que te vas a caer arriba de los turistas que están tirados tomando sol y sacandole fotos al avión.

Obviamente cambiamos los abrigos por las mallas, salimos del aeropuerto y nos dormimos la mejor y más relajante siesta en una playa paradisiaca que un viajero puede sonar.

Una vez en Australia, sentados en un banquito afuera del aeropuerto mientras esperábamos a la persona que nos vendría a buscar, me puse a pensar en nuestro cambio rotundo de rumbo, en lo lejos que habíamos llegado.

Habían sido 318 días divagando entre Europa y Marruecos. Pisando unas 129 ciudades de unos 24 países en las que nos encontramos y muchas veces reencontramos con muchísimas personas increibles que nos hicieron el camino más fácil y dónde vivimos innumerables momentos que nos quedarán en la memoria y que seguramente nos sacarán más de una sonrisa en el futuro...hay tantos paisajes, lugares, tantas cosas impregnadas en la retina…

Pero de un plumazo se termino lo que se daba y ese viaje de 62 hs nos dejó del otro lado del globo... desde empezaremos a ver el mundo y la vida misma con una nueva perspectiva.

 Seguiremos yendo por más.

Saludos desde el oeste australiano y como dice Mollo “en el oeste está el agite”

Coco y Juan Alberto

"Sueño con los ojos abiertos, puede que pienses que estoy loco porque me creo lo que sueño"